Felipe y Emilia

Ana Sofía Garza Barba


[Felipe]

Es de madrugada, creo que pasa de las dos, no sé por qué no me he dormido.
¿Qué se supone que se hace durante el insomnio? No sé, no me siento con ganas de ver televisión, tampoco de alcoholizarme y deprimirme. Saqué un rompecabezas, 250 piezas, fácil, lo único que necesito es entretenerme.
No pasó más de media hora cuando sonó mi teléfono, era Emilia, mi ex, ¡ja! Dejé que la mandara a buzón. Quedamos en malos términos y no tengo ganas de escucharla. Cuando llamó de nuevo, le contesté algo fastidiado.
—Felipe —percibí algo diferente en su voz, agitada, seguramente había estado bebiendo y habló para llorarme.
Emilia, ¿qué quieres? No entiendo para qué llamas, no han pasado ni dos semanas y ya me estás buscando, sinceramente no me interesa saber nada de ti, estoy bien y espero que a ti también te vaya chido. Adiós.
Por favor, no me cuelgues lo dijo casi llorando. Aunque le pude haber dicho cosas peores me alegré de no haberlo hecho, creo que lo mejor fue colgarle, estoy más que harto de sus malditos dramas.


[Emilia]

No sé qué tan rápido pasó todo, me pareció una eternidad, cristales volando hacia mí, el cinturón de seguridad casi triturando mis costillas, como si estuviera en la peor montaña rusa del mundo, con mi cabeza moviéndose hacia todos lados, golpeándose una y otra vez. Esa noche llevaba una caja de herramientas en el asiento del copiloto, si se me hubiera ocurrido la brillante idea de cerrarla no habría terminado con un destornillador perforando mi estómago, vaya forma pendeja de morir.
Cuando el carro terminó de rodar lo único que escuchaba era mi propio llanto, me sentí aterrada, necesitaba escuchar algo, a alguien. Con mucho cuidado saqué el celular de mi chamarra, faltaban veinte  minutos para las tres, probablemente alguien vio cómo caí del puente y llamó a una ambulancia que de todas maneras no iba a llegar a tiempo.
Le llamé a Felipe, pareció lo correcto, la oportunidad de arreglar las cosas. Empezó a hacer mucho frío. “Por favor, contéstame. Sé que no estás ocupado”, empecé a llorar más, me calmé y llamé de nuevo.
Tomó la llamada.
—Felipe —aunque estaba feliz de que hubiera contestado mi voz sonó como un lamento.
—Emilia —puta madre, extrañaba su voz—, ¿qué quieres? No entiendo para qué llamas, no han pasado ni dos semanas y ya me estás buscando —comencé a temblar, en parte por el frío, en parte por la decepción—. Sinceramente no me interesa saber nada de ti —miré hacia abajo y vi un charco de sangre, sentí cómo se me iba el aire—, estoy bien y espero que a ti también te vaya chido. Adiós.
Por favor, no me cuelgues… finalizó la llamada.



Ana Sofía Garza Barba (Torreón, Coahuila, 1998). Estudiantes de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Desde siempre se interesó por la literatura, en jugar voleibol y dibujar; usa su Twitter como diario y su sueño frustrado es ser una princesa. Quiere escribir cuentos infantiles.

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