La poesía como mordisco: sobre “Los odontólogos del horror” de Jorge Andrés Garavito Cárdenas

Nicolás Peña



Voy a contar una historia personal, perdón por el atrevimiento: mi padre y mi madre son odontólogos. Da la casualidad de que soy amigo de George y que George, además, es poeta, y que, además de poeta, George escribió un libro que se llama Los odontólogos del horror. Otra historia personal: de niño me sacaron un diente que me creció en la mitad del paladar, algo así como un cúmulo excesivo de calcio. Cuento esto porque, entre otras cosas, asistir al odontólogo es una especie de tortura, una pesadilla. Y, además, claro, porque en Los odontólogos del horror asistimos a esa pesadilla. Y, además, claro, porque en Los odontólogos del horror asistimos a esa pesadilla de los médicos, la higiene, los tapabocas, las fresas, la sangre, el blanqueamiento.

Pero estos odontólogos del libro de George son además psicópatas, atracadores, pandilleros, masoquistas, asesinos a sueldo de las grandes corporaciones de azúcares. Y la boca, que es el lugar de las palabras y del lenguaje, el lugar de la comida, es decir, del alimento, es a la vez el lugar del terror, ese centro del dolor, un espacio de control y tortura.

Otra historia personal: dejé de ir, más o menos, desde los quince años al odontólogo, es decir, a donde mi padre y mi madre. El sonido de la fresa, la blancura de las paredes, las batas, la boca abierta, los ruidos, la sangre. Perdón por confesar esto, pero he creado, desde los quince años, algo así como una estética de la boca amarilla, algo desmueletada, con los dientes torcidos. Así como los personajes que aparecen en el libro: Joles, Berenice, las caries. Así como los amigos, que poco o nada asisten a la EPS, que se resisten a revisarse los dientes, que fuman y huelen a tinto, a cerveza, a aguardiente y ron.

En este poemario nos metemos, como se nos dice en el prólogo, a un mordisco: “Este no es un libro / es una boca / —no tiene páginas / sino muelas—”. Sentimos y vemos la saliva, los conductores, los molares, las caries, que son además una pesadilla que se enfrenta a Los odontólogos del horror, los cuales se han ido adueñando de Bocatá, la ciudad-encía, la ciudad-mandíbula. Entonces sabemos que no solo se está hablando de la boca, de los incisos, de las ñunflas, sino que se está hablando también de la limpieza, de la higiene, de la violencia, de la resistencia, de la ofensiva, del constante miedo, del horror, de la muerte. Están los que fuman, los que van al bar Poema a emborracharse, y los otros, los de consultorio y bata, vigilantes, adueñándose de los barrios, echando dentífricos, sacando muelas, arrancando dientes.

Y los Caries se organizan, se aman, están en contra del Ratón Pérez y del hada de los dientes. Fuman, son una guerrilla urbana que busca saca a Los odontólogos del horror de Lourdes. Y nosotros andamos por esa ciudad-boca, caminamos las calles, pasamos por hippies, la Javeriana, vamos al centro, nos tomamos una cerveza, vemos el sarro pegado a las paredes, sentimos las babas caer y bañar a los perros criollos.

La poética del libro es, precisamente esa: la suciedad, el cúmulo de comida en la boca, el mal aliento, el dolor en los 32 poemas perlados con los que gritamos el horror, las masacres, la tortura a la que nos someten los médicos, las instituciones, las compañías, los noticieros, las presentadoras de los noticieros con sus sonrisas puras, blancas, recién hechas.

Hay, entonces, dos lugares, dos bandos: los que se resisten a Los odontólogos del horror y los que terminan cayendo en la trampa de la limpieza y la higiene; los que se dejan convencer y van a los consultorios y los que andan la calle fumando, sucios, con caries. En este poemario no hay neutralidad. Se lee como rompiendo un espejo de un mordisco, dice uno de los poemas. Sangran las encías, arde la lengua, se irrita el frenillo del labio, las glándulas salivales gritan.

El poemario está lleno de sarro y sentimos, a veces, las pinzas en la palabra, sentimos el metal de las sondas dentales, de los raspadores, de las turbinas, pero nos resistimos a tener la boca pura, a tener aliento a Listerine y Colgate, nos resistimos a callar… y nos da algo de miedo y también algo de risa, porque no es solo el horror lo que se produce, es también esa ironía de los odontólogos como un ejército en busca de bocas, una milicia armada de bisturíes, de hombres con batas que persiguen jóvenes, los matan, les quieren arrancar la voz, los premolares, los colmillos, los caninos.

Los odontólogos del horror es también un libro de lo que vivimos en este país (Colombia), de la limpieza, de la salud prepagada, de la ciudad que nos come, de los amigos asesinados, de los blancos y los militares que salen juntos a disparar, de las bocas sucias que se resisten, del lenguaje como escupitajo en la cara, del poema como el lugar del horror, pero también de la risa, la resistencia, la ofensiva y el amor.



[Tres poemas de Los odontólogos del horror]


Jacobus Van Nierop

…piensa demandarme porque le hice el puente como lo sentía
y no a la medida de su ridícula boca!
Woody Allen.

Qué me importa tu estúpida mandíbula

—Ya se apagó la única sonrisa
que iluminaba al mundo—.

Abre la boca
y arranquemos todo de una vez.

¿Te duele?
¿Te sangran las encías desde la última vez que me visitaste?
¿Y para qué te habría dejado
ese inmundo cementerio de dientes calcinados?

Déjame grabarte.
Mostrarle al mundo tu boca
mi obra
y que logren entender
cómo se siente ser
el que perdió la única sonrisa
que importaba.

te comprendo
y ahora puedes comprenderme.
Mi alma hace años también sangra
        por unos dientes que no volverá a ver.


Un poema de marfil en tu memoria

Mi compañero del vértigo
es natural
que te sacrifiques hoy
así
en pro de mi irresponsable farra.
Te hago este poema de marfil
y brindo por tu memoria
con la promesa de
ahora en adelante
solo usar destapador.


Un diente de león

Vuela con algún deseo
de ira
de venganza
de frustración
el diente que el soplido
de un puño
expulsó de la boca
de mi amigo León.




Sobre el autor de la reseña: 

Nicolás Peña Posada (Bogotá, Colombia, 1991). Literato y Maestro en Arte de la Universidad de los Andes. Mágister en Creación Literaria de la Universidad Central. Actualmente es docente universitario en la Fundación Universitaria Konrad Lorenz donde además dirige la revista Suma Cultural. Ha publicado los libros: Mi madre es la única que lee mis poemas, Cocinar no es para todos los poetas y su tesis de maestría titulada: La abuela nunca llora cuando corta las cebollas. Sus poemas han aparecido en la antología de poesía joven de Bogotá: Pecados capitales, libro editado por ediciones Exilio, y en diferentes revistas nacionales e internacionales, entre ellas: Raíz invertida, La otra (México), Sombralarga, Otro páramo, etc. Su libro Los desiertos del hambre tuvo mención de honor en el concurso de poesía Tomás Vargas Osorio. Es coeditor y cofundador de Ruido ediciones.

Sobre el autor del libro: 

Jorge Andrés Garavito Cárdenas (Bucaramanga, Colombia, 1987). Casi historiador, graduado de Estudios Literarios de la Universidad Nacional. Escritor, editor, librero y gestor cultural. Miembro fundador de varios proyectos literarios como Cinismo sin ismos, Semanario PAN, Cínica editorial, PANKFLETO y la librería CINICOTECA. Ha publicado en varios medios impresos y digitales, y algunas plaquettes. Nunca ha ganado nada. Consume cine, música, literatura y otras sustancias en la misma abusiva manera y tal vez eso lo lleve a la muerte, si el paramilitarismo colombiano no lo mata antes. Es autor de Los odontólogos del horror (Escarabajo editorial, 2021).

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