Saber quién soy

Frida Bonilla C.


A ti, cuya vida seguirá marcada por el latir del corazón: 

Las cartas están hechas para ser mandadas a esas personas que nunca responderán, ¿no te parece?
El invierno será siempre mi estación del año preferida aunque, debo admitir, he regalado a la primavera más sonrisas que a nadie en la vida. Las nubes grises y el té recalentado una y otra vez tienen un toque especial.
Mirar este atardecer no es lo mismo que el de abril –cuando todo huele a flores y nadie parece tener ganas de llorar.
Suenan los mismos acordes una y otra vez. Todo empieza cuando las calles cierran sus puertas y la brisa sopla por entre las comisuras de las ventanas. Esto siempre se sintió así. Las vacaciones se acercan y con ellas mi “tiempo de estar sola”; esa temporada que llegó a mi mundo hace tantas décadas mientras los otros disfrutaban del otoño.
Después de una larga fatiga y un montón de pensamientos sin cabida, decidí pasar un tiempo desnuda frente al espejo:
Uno, dos, tres, cuatro, cinco y diez dedos sepultados en el suelo, dos pantorrillas, muslos firmes y frágiles a la vez, un trasero más tierno, bien pulido con un sinfín de pecas y otros tantos secretos. Esa extraña entrepierna aparentando el umbral de la vida y un chorro de sangre brotando sobre la piel blanca a vista de nadie. Un vientre no tan plano y esa cintura tan estrecha como el recuerdo de nuestros bellos momentos. Dos pechos diciendo “hola” tímidamente. Escote, escote que sin ropa se pierde y resulta aún más bello; dos clavículas y hombros tan finos como la ventana del séptimo piso por la que asoma un chico suicida. Brazos pálidos manchados de estrellas fugaces en forma de luna. Un cuello transparente hasta la médula, el cabello que pasa tímidamente a su regazo cubriendo el cráneo. Esferas verdes cual montañas en peligro de extinción. 

Después de todos estos años seguí de frente. Viendo aquí y allá; buscando una posición en la que aquella figura me resultara patética, con al menos una pizca de realidad y, mi amor, si es que no te molesta ser llamando así, se me ha hecho tan difícil entender que eso es a lo que llaman la única parte verdadera de mi existencia.

De mis ojos caían lágrimas en formas de cometa. Mis pupilas dilatadas y una mirada que se tornaba roja me decía que ahí no encontraría algo más que una simple imagen a la cual atenerme. Me pregunté si eso era todo. Tratando de encontrar alguna pregunta, una señal para percatarme de lo que tú viste algún día. Pero ahí no había nada; un cuerpo sutilmente inmaduro y una mujer intentando entender algo del mundo al que le indicaron debía pertenecer.
Me asomé a todos los espejos colgados de las paredes; les cambié el marco. Vendí esos viejos recuerdos, les grite “¡Aquí estoy, díganme quién soy!”, pero no hubo sonido alguno que me hiciera sentir algo menos que apatía hacia el único mundo al que aún cedía un poco de confianza.
Días después divagué cual fantasma al que todos lograban ver. Un espectro en forma de persona, así me siento ahora. Amor, respóndeme tú y hazme recordar en dónde he dejado mi hogar.
¿Será que me escuchas todavía? 
Bajo la vista. Esas manos no son mías, pero sirven, claro que sí, sirven para escribir y llevarme cerca de donde creo podría encontrarte nuevamente.
Y tan ingenua fui… creyendo estar con alguien sin piel ni línea del destino en la palma de la mano.
Un mortal, me confundiste con un mortal.


Firmaría, pero no estoy segura de saber quién soy.



"Éxtasis-sexual-orgasmo-mujeres-arte-erótica-pintura-arte-cuadros-retratos", Ernest Descals (1956).


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