La boca del lobo

Russell Manzo


¡HOY! Platón de botana gratis en la compra de tres caguamas bien muertas

Justo eso era lo que un letrero oxidado mostraba en la entrada de una cantina a las orillas de Pijijiapan, y la cual, invitaba a pasar un rato agradable, al menos para matar el calorón. Ese día, llegué bien pinche cansadote, todo madreado del viaje que me tocó (el autobús hizo muchas paradas, una de ellas porque una desgraciada chamaca había vomitado en él) y decidí lanzarme por una chelita porque la verdad, sí se me antojaba una.
Al entrar me di cuenta que ese lugar estaba bien vacío, y que sólo lo acompañaban unas cuantas mesas y unas sillas todas negras de tan viejas que estaban; todas ellas en sí, expulsaban un tufo a axila, a sobaco pues como decimos aquí. Apenas iban a dar las doce del mediodía, pero la sed ya me llamaba, y tuve la intención de ir a otro lugar, pero por más que volteaba a ver a mi alrededor, nomás no veía otro establecimiento.
Así que jalé la silla próxima a mis pies, y con torpe confianza me senté, como pretendiendo ser el dueño del mentado lugar: ¿Hay alguien aquí que me pueda atender?, pregunté alzando un poco el cuello, para ver si a lo lejos había alguien que me atendiera: Ya vooooy, ‘péreme tantitoooooo, contestó una voz chillona, que se escuchaba atareada. Cuando de repente, una mujer, si así se le puede llamar, se me acercó amablemente.
–A ver, papi, ¿qué vas a querer?, sólo te digo de una vez que la botanita no está lista aún, ésa sale en un ratito más, pero las chelitas están bien frías –comentó, mientras masticaba un chicle que recorría sus amarillentos dientes.
–¡Ah! Sí, claro, me gustaría una cerveza media, por favor –comenté, mientras la veía directo a los ojos.
–Ja, ja, ja, ‘tas bien güey tú, ¿verdad? Aquí pura pinche caguama, no esas puterías de medias… ¿entonces? –exclamó con firmeza la mujer.
–Está bien, una caguama… la más fría que tengas.
–Ya estás, rey –comentó.
Era de esperarse que, en un lugar como éste, ni siquiera te fueran a dar un vaso para servirte, sin embargo, no me importó. El lugar tenía un aire malsano, y seductor al mismo tiempo. Me atrevo a decir que hasta podía beber cerveza de la zapatilla desgastada de la mujer que me atendía. Me dio la cerveza en la mano. La agarré, y me la chingué. ¡Era la gloria! ¡ja, ja, ja!, en verdad sí estaban bien pinches muertas.
De repente, un joven con pinta de obrero entró muy sacalepunta, preguntando si se encontraba doña Maty; me sorprendió cuando llegó, porque… como les comentaba, yo era la única persona en ese cuchitril. Pese a ello, el joven se abalanzó con tanta confianza. Pasos fuertes, de un macho trabajador, se dejaron venir hacia mis pupilas. Una playera sucia y unos jeans desgastados completaban la escena. Genuino en pocas palabras.
Recuerdo que esa cantina ni siquiera tenía puertas, la dividía un gran cancel de extremo a extremo. Detrás de él se podía observar una luz de un sol que armonizaba perfectamente con la entrada enérgica de este ser; asemejando a un semidiós. Jamás había tenido esta sensación, bueno, tal vez sí, pero de eso ya hace mucho tiempo.
El joven, al preguntarme por segunda ocasión, esta vez con un tono más blandito, le comenté que no conocía a esa tal Maty, que era mi primera vez en ese lugar. Y preguntó: Oye, compa, ’tonces, ¿quién chingados te está atendiendo?, exclamó con una pequeña sonrisa que se asomaba entre las comisuras de sus labios.
–Me está atendiendo una señorita muy servicial, güera y muy guapa –titubeé entre risillas y seriedad.
–¡Ja, ja, ja, ja!, ¡ese bato es la hija de la Maty, cabrón! ¡Qué vergas, de guapa no tiene nada, pero de servicial lo tiene todo, mi reina chula! –expresó sin cuestionar su virilidad a tal halago hacia la susodicha.
–Pues igual, grítale y te escucha, yo ya me acabé esta caguama, y ya necesito la otra… dice la ‘promo’ que si te pides tres, te regalan un platón de botana, y con esta perra hambre que traigo, seguro me chingo hasta seis –comenté, seguido del último trago de la botella.
–¡Nooo, mames, papi! ¿A poco no eres de aquí?, déjame darte la merecida bienvenida, si me lo permites –expresó, mientras rascaba su miembro con su peluda mano. Se paró de repente y me brindo un fuerte abrazo que dejaba en visto sus grandes manos callosas.
–No, amigo. Soy de Mapastepec, pero vivo en Veracruz desde hace once años. Lo que pasa es que mis viejitos viven aún aquí, y por eso los vengo a visitar –le dije mientras impaciente esperaba que se asomara la mesera.
–Chingón, ¿entonces me puedo sentar aquí contigo? Digo… mientras mato el tiempo. Ya salí de chambear y no tengo nada que hacer, sólo venía a entregar un dinerito a la dueña de aquí, es que me anda rentando un localito por acá pa’ vender cosas que me trae mi suegro de Guatemala.
–¡Ah! ¡Entonces, ¿eres casado?! –comenté sorprendido.
–Claro, carnal, pero eso sí casado, jamás amarrao ja, ja, ja. Entonces, ¿qué pedo?, ¿esta pinche vieja anda por aquí, o tengo que ir a jalarla de los pelos de la panocha? ¡Hija de la chingada de veras!
–Seguramente anda sola la tal güera, y anda checando la botanita –exclamé sólo para tranquilizarlo un poco, aunque la verdad, yo ya me moría por echarme otra caguama.
–Ahorita la iré a llamar a la jija de su bigotona –pronunció entre risas desesperadas.
De repente la voz chillona se volvió a mostrar, esta vez con un tono más mandón. Se podía escuchar otra vez los zapatitos de la güera viniendo desde el fondo. No me había dado cuenta, pero el sonido de su caminar, daba la sensación como si fuese un pirata el que se aproximaba, es decir, como si trajera una pata de palo.
–¡Hijos de la chingada, cabrones! ¿No se pueden esperar o qué la verga? Que no ven que ando sola, y debo checar también la comida. Seguramente se van a comer la pinche botana toda cruda. ¿A ver qué van a querer? –prorrumpió con firmeza. Parecía molesta, tanto que ni siquiera me atreví a verla a los ojos.
–A ver, güera, bájale, ¿no? Todavía que vengo a visitarte un ratito, ya ni la chingas. Mira hasta ya me hice de un compa ahorita en lo que venías, y como tardaste tanto, ya hasta su vida me contó –dijo el joven para apaciguar los humos de la vieja.
–Ay sí, ay sí, ¡aguas con este pinche mayate, eh! Luego es bien gorrón y le gusta que los mampos le anden invitando las chelas, luego ya cuando están todos doblados, les vuela la cartera –acentuó con tono burlón, mientras entrecruzaba sus brazos y repicaba la punta de su tacón en el suelo, como si conociera los más oscuros secretos del joven–. Luego pasa que a los ´ñores los tengo que correr o les tengo que cobrar, y me salen con qué ¡señorita, mi cartera me la robaron!, ja, ja, ja, pinches culeros, pendejos. Pero dijera la Niurka: Jashtash #ConmigoNo.
–Ja, ja, ja, pero yo no soy mampo, amiga. Nomás ando platicando aquí con el compa –comenté algo incómodo–, no es que me desagraden los chotos, pero yo sé respetar, cada quien es libre de hacer con su culo lo que guste.
–Ay, hija, ¿me quieres engañar a mí?, pero si se te ve a kilómetros que te encanta la ñonga, pero bueno, ¡YA, YA! Díganme qué quieren –concluyó la güera con su risa burlona.
–¡Ya pues, Matita!, tráeme dos caguamas pa’ cada uno, y ya un platoncito bien surtidito, con harta costillita frita como me gusta –exclamó el joven mientras le apretaba la nalga derecha a la Matita, como él le decía.
–¡Cabrón! Ya te dije que no me digas Matita, ahorita te traigo pues tu pedido, y te callas vos.
Me llamó la curiosidad del nombre “Matita”, supuse que se debía a alguna burla de algún tipo, a lo que le pregunté al joven, el cual ni sabía su nombre aún. Él me comentó que le llamaba “Matita” por dos simples razones, la primera, era porque su mamá se llama Matilde; y para honrar su nombre le llamaban “Matita”, y la segunda razón que era aún mejor y muy chistosa, era porque desde chavitos se conocían. La güera en ese entonces era el güero.
Los niños solían jugar en la calle con toda la bola de chamacos, y tenían un juego muy particular que era “la guerra de piedras”; consistía en aventarse piedras directamente en los miembros masculinos. El que diera y aguantara más tiros ganaba, y el perdedor, obviamente, estaría retorciéndose de dolor en el piso. Pero se han de preguntar aún el porqué lo de “Matita”, pues bien, eso resulta de una vez que el güero perdió y le bajaron los calzones sólo para molestarlo.
Para sorpresa de todos, el güero dejaba entrever un pequeño pene que se enjutaba al mostrarse al público perplejo. Las burlas y risas no pararon durante mucho tiempo, de ahí el apodo “Matita” porque daba la impresión de que se trataba de una matita de chile, de esas que si les echas mucha agua se vienen para abajo. Y eso, le molestaba a la güera, aunque al joven se la dejaba pasar. Parecía que ya había historia entre ambos, pero eso algo en lo que no quiero profundizar.
Ya después de varias caguamas, siete para ser exactos, se empezó a poner más relajado el asunto. Me empezó a contar que desde chavito lo casaron con su mujer que era de Guatemala, y él jamás estuvo de acuerdo con eso. Él quería irse para el otro lado a chambear con sus primos, pero sus padres no se lo permitieron. Además, era plan con maña, porque los padres de la joven tenían uno que otro terreno y estaban viendo tierras de donde jalar dinero para sembradíos y todo ese tipo de cosas de agricultores.
Mientras se iba dando la plática, yo me daba un atascón con la rica botana que nos habían servido, en verdad estaba bien chingona. Jamás me había echado un aguachile tan sabroso, y eso que ya lo había probado en Veracruz, pero la neta, aquí sí estaba a toda madre. Entre la gran comilona que nos estábamos dando, me percaté que “el Chaneque” –es en serio, así le gustaba que le dijeran– no paraba de verme, pero no era una mirada cualquiera, son de esas miradas raras.
Siempre he sido bien pendejote para darme cuenta, si alguien me observa, o me está juzgando, pero a mi parecer, el Chaneque me estaba observando ya de buen rato. Debajo de la mesa pasábamos rozando nuestros pies, de tan pequeñas que estaban las mesitas, nunca lo tomé como una insinuación, aunque me seguía pareciendo rara la mirada que me echaba. Traté de mantener la mirada fija, pues un silencio molesto se presentó, a lo que pregunté:
–¿Qué pedo, Chaneque?, ¿por qué me ves tan raro? Llevas viéndome ya un ratote, ¿qué te gusto o qué pedo? –expresé como disimulando confianza en mis palabras, ni siquiera yo me la creía.
–Nel, verga, no es eso. Lo que pasa es que empiezo a creer que lo que decía la güera de ti sí es cierto, de que si eres mampo y la chingada. Desde qué horas te ando picando con mi plática pa’ ver si sueltas algo y nada. Yo soy el que ha estado hable y hable, y tú nadita. Ni siquiera has dicho si tienes morra y…
–¡NO, CÓMO CREES! –dije nervioso–, sí tengo vieja, lo que pasa es que soy muy reservado en mi vida íntima, pero simón, síii! Sí tengo vieja.
–Ja, ja, ja, pinche mentiroso, hasta nervioso te pones…ya pues, sino es pa’ tanto, papi. Mira a mí no me espanta nada, carnal. Yo tengo hartos conocidos que son mampos y los quiero, hasta mis primos salieron putos y sin pedos. Uno se viste de mujer y hasta hace “chow” en una cantinita de por aquí, igual y te llevo al ratón, ¡ja, ja, ja! Igual y te animas con ella –comentó con risa y pellizcones en mi pezón.
–Ja, no cómo crees, yo no le hago a eso. Igual respeto y todo el rollo, pero lo mío son las viejas –expresé titubeante–, mejor cambiemos de tema, ¿va?
–Ora, mampos, ¿qué más van a querer, o les traigo el esmalte de uñas? –interrumpió la güera con otra caguama–. ¿Qué pedo, me les puedo unir? Nomás ando atendiendo la mesa del fondo, pero ya me cansaron estas putas zapatillas, déjenme me echo un cigarrito con ustedes.
No me podía negar, pues la verdad la plática si empezaba a tornarse un poco penosa. A decir verdad, jamás me había puesto a pensar si me gustaban los hombres. Es algo que no te pones a pensar todos los días. Sin embargo, después de un rato, ya me fui relajando más y empecé a interesarme más con la plática de esos buenos y raros amigos. La güera bien en confianza se fue directamente a sentar en la entrepierna del chaneque.
– “Ora” vos, me vas a reventar los tanates, pincha güero, que no ves que aún no dejo mis crías en este mundo –comentó alborotado, mientras la tomaba de la cintura para que ésta no se resbalara.
–¿Te callas, mampo?, que siempre me he sentado en tus piernas, desde chiquitos, o qué, porque hay invitados te da pena, pinche mayate –pronunció mientras se recogía su melena dorada y maltratada de tanto peróxido. Unos pequeños cráteres de alopecia se dejaban ver, y en sus axilas, un ramillete de pelos casi güeros sin depilar se asomaba sudoroso.
–Ja, ja, ja, ¿en serio se llevaban así? –pregunté sorprendido–, ¿y qué más hicieron? Pinche Chaneque, bien que te la guardabas. No sabía que te gustaban güeritas –le comenté con burla.
–¡Nel, güey, no mames!, pinche Matita, puro choro de la vieja. Salí de aquí mampa. Yo no le hago a esas mamadas –contestó rápidamente el joven, sin dejar de abrazarla por la cintura.
La güera más se retorcía de la risa cada vez que sacaba algún comentario de su amistad con aquel individuo. Por ratos se iba a atender la mesa que quedaba y regresaba para seguir con el chisme. Ni cuenta me había dado, pero ya había caído la noche, y ya me sentía bien pedote. Hasta ese punto me di cuenta, que el Chaneque jamás le hizo un desplante o mal gesto a la güera, pues ella bien confianzuda llegaba siempre a sentarse en la pierna del joven.
–Y ¿qué pues? A dónde te vas a llevar a éste. Llévatelo a dar el ‘tur’ por el malecón. A ver qué pescan, con la cantidad de pescadas que hay a esta hora. Si se topan alguna, o requieren de algún servicio, díganle que las manda Matías, o sea yo, su mera margaras – subrayó como si fuese la madrota de las que supongo eran mujeres exóticas como ella.
–Ja, ja, ja, no, mi Maty, yo al malecón ni loco vuelvo, la otra vez una bola de vestidas me persiguieron, que porque les había robado no sé qué y que la verga. Nel, lo llevaré mejor al jacal del Moreno –comentó el Chaneque algo desconfiado.
–Está bueno, nomás no me lo vayas a chingar, ¡eh! Agradece que te invito el chupe, cabrón –amenazó mientras hacía una señal con sus dedos largos hacia la mirada del joven.
–Gracias, por todo, güera. Igual y yo paso a retirarme porque debo descansar, mañana debo viajar a casa de mis viejos. La neta no he descansado chido en esos camiones todos jodidos –expliqué para ver si así me podía escapar de aquel encuentro, que lejos de ser peligroso, la verdad, sí me llamaba la atención seguirle.
–¡NO SEAS MAMPO! Nada de que te largas a otro lado, te vas conmigo porque te vas conmigo. Yo te cuido… mira, hasta abrazado te voy a llevar pa’ que veas que soy banda –dijo mientras se paraba y hacía a un lado a la güera–, ven, yo te cuido, neta.
Pues ya a punto de retirarnos, pagué la cuenta, no sin antes agradecerle las atenciones a aquella dama, que sin duda llevaré en mi recuerdo toda la vida. La güera gentilmente me regaló un beso en la mejilla izquierda, y al Chaneque otro en la mejilla derecha. Intercambiaron uno que otro secreto de oreja a oreja y pasamos a retirarnos. Ya afuera de la cantinita me comentó si deseaba caminar un rato, mientras se nos bajaba tantito lo bolo.
Decidimos pues, caminar tranquilos sin rumbo, yo incluso, me adelanté mientras le iba platicando un poco de mi vida, y el porqué me había ido a Veracruz a trabajar. De pronto, decidí pararme, ya que no escuchaba al Chaneque ir detrás de mí. Me paré, pero me daba turbación voltear a ver. Sigilosamente sus pasos se volvieron hacia mí, sin que yo volteara. Se aproximó más y más hasta pegar su pecho con mi espalda, sólo para decirme: me gustan los mampos por putillas, chillan peor que perras cuando se la metes.



Russell Manzo, La curiosidad mató al macho,
Surdavoz Editorial-Tres50 Editorial, México, 2018.







Russell Manzo (Tapachula, Chiapas, 1989). Licenciado en Lengua Inglesa por la Universidad Veracruzana. Ha colaborado en antologías como Soberbia (Editorial Benma, 2015), Viaje a la oscuridad (Editorial Lengua de Diablo, 2015), Afectos y disidencias sexuales: jota-cola-maricona en Abya Yala (Mandrágora Editorial, 2018). Fue becario del Festival Interfaz ISSSTE-Cultura “Los signos de rotación”, Oaxaca (2015). Y en 2018 obtuvo la beca del Programa de Estímulo a la Creación y Desarrollo Artístico de Chiapas (PECDA/Coneculta) en la categoría Jóvenes Creadores. 


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