La multiplicidad del narrador y del crítico en "David Ojeda. Un erizo y un zorro en el campo literario", de Alejandro García
Jazrael García
A lo largo de mi lectura de la obra de David Ojeda, un rasgo (aunque no
especialmente vislumbrado por mí, sino que constituye uno de sus signos
distintivos como autor) me ha resultado atrayente, sobre todo por la evolución
que este tiene a lo largo de los libros. Para quien no se haya acercado aún a
su literatura, se le ha reconocido el valor que tiene en cuanto a
experimentación con estructuras abiertas, no tan tradicionales. Experimentación
que combina en la delimitación misma de los géneros utilizados como campo de su
creación, lo cual convierte su lectura en algo dinámico, laberíntico, a veces
lúdico, desconcertante. Algunos de sus libros pueden ser no uno solo, sino
varios. Como señala Alejandro García, a veces podemos ver en ellos, por
ejemplo, una mezcla entre la novela y el cuento, o entre cuento y ensayo. En
este último caso tenemos la que a mi juicio es su obra estructuralmente mejor
lograda: el libro de cuentos Las condiciones de la guerra (Premio Casa
de las Américas, 1978), lectura compleja que juega con las constantes temáticas
y la particularidad de cada uno de los textos, diferentes en cuanto a estructura:
Las condiciones de la guerra es un libro que funciona en una estructura total y en estructuras
unitarias a partir de los cuentos. Dentro de la estructura general [es decir,
al inicio del libro] se traza un ensayo con llamadas a la manera de notas a pie
de página en donde se van dando ejemplos narrativos de lo que se argumenta. El
tema general es el poder destructivo, alienante, de la tecnología [...] se
pudiera pensar que se trata de una especie de matraz naturalista en que se van
a demostrar los argumentos con historias o ficciones [...] Sin embargo, podemos
hablar del mencionado ensayo como de un relato en donde un personaje platica de
sus intentos por acercarse [...] sobre los diversos papeles que asume la
tecnología en la vida cotidiana y va ejemplificándose, cual cerebro laberíntico
las diversas posibilidades.
Aquí nos queda claro cómo la obra de David Ojeda es capaz de apropiarse
de una definición ambigua que, como también señala Alejandro García, puede
llegar a incomodar a aquellos que intenten asirse a un punto de apoyo
representado por formas ya conocidas, fáciles de digerir. Pero al mismo tiempo
invita al lector a esforzarse en desentrañar los vericuetos tanto de la
estructura de la obra como de la psicología de sus personajes. Este es un
segundo rasgo que me interesa, ya en el plano del contenido. Tenemos, por
ejemplo, la novelas La santa de San Luis (2006) y El hijo del coronel
(2008), pertenecientes a su etapa de escritura tardía, donde, si bien las
formas se apegan más a la novela tradicional, la construcción psicológica de
los personajes nos obliga a considerarlos como estructuras extrañamente
bifurcadas: sus personalidades suelen desdoblarse y mirarse a sí mismas como en
un espejo, símbolo recurrente en las historias. Y entre dos polos es que estos
personajes viven sus contradicciones, sus dilemas y sus reencuentros consigo
mismos o con una parte de sí que intentan ocultar. Juan José Macías y Marcelo
Azuara, protagonistas de las novelas mencionadas, desarrollan sus historias en
medio de situaciones políticas, religiosas, que ponen en conflicto a una parte
de la sociedad, conservadora a veces, frente a otra más abierta y actual. En
estos libros asistimos a choques entre visiones del mundo, y sus habitantes se
encuentran o desencuentran a sí mismos a partir del rostro que tienen y de la
posibilidad de tener otros rostros: sus otras caras no encarnadas o repudiadas.
En resumen, en la literatura de David Ojeda podemos
encontrar, en varios niveles, una escisión, pérdida de la unidad: desdoblamiento
de la conciencia de cada personaje y la apertura de cada estructura narrativa
junto con las muchas lecturas que estas suelen ofrecer.
Los rasgos que me he permitido señalar respecto a su
obra sirven para apreciar mejor algunos de los procedimientos críticos de
nuestro libro, David Ojeda. Un erizo y un zorro en el campo literario, a
los cuales me referiré más adelante. El título está explicado por el propio
autor a partir de la fábula de Arquíloco acerca del zorro y el erizo, que
retoma Isaiah Berlin para definir las personas en el campo intelectual, pues el
zorro sabe muchas cosas gracias a su movilidad, porque tiene que ser astuto y
contar con muchos recursos para sobrevivir. El erizo, por su parte, sólo sabe
una cosa, protegerse aferrándose a un lugar en específico, mas eso poco que
sabe, dice el autor, lo sabe muy bien. La analogía consiste en la habilidad de
Ojeda para realizar una serie de actividades diversas que enriquecen el campo
literario (periodismo, edición, coordinación de talleres en numerosas ciudades
del país, formación de escritores, docencia, investigación, etc.), aunque, si
también nos enfocamos en su escritura creativa, lo descubrimos capaz de
encerrarse en narraciones con un denso y profundo medio de expresión, que lo
distinguen en su contexto de producción literaria. Aquí tenemos al zorro y al
erizo.
Entonces, podría pensarse que, a juzgar por la
variedad de sus ocupaciones como promotor cultural, de sus estilos como
escritor, David Ojeda también es muchos. En él habitaron muchas posibilidades
realizadas y su obra es múltiple. Recordemos que el autor vivió dicha labor
cultural de una forma abierta, multifacética, aunque siempre manteniendo
algunos ideales respecto a la literatura misma que proveen un marco que guía
sus diversas actividades. Y como creador sus estilos narrativos también son
variados, trabajados incansablemente, sin quedarse en zonas cómodas que otros
son incapaces de abandonar.
Sobre el libro de Alejandro García, considero virtuosa
la manera de abordar dichos aspectos multifacéticos de quien tuvo gran
influencia en las condiciones del contexto literario mexicano en la segunda
mitad del siglo XX. Me refiero a la estructura misma del libro de Alejandro,
pues parece que, con su unidad temática y variedad en la forma de los textos
que recopila, de alguna manera imita la obra estudiada. Así, a la manera de Las
condiciones de la guerra, aquí encontramos un marco casi al inicio,
apartado ensayístico que versa sobre la autonomía del campo literario desde la
segunda mitad del siglo XIX en Francia, hasta el contexto mexicano, el campo en
que se desenvolverá la obra y labor cultural de Ojeda, y cómo éste lo
modificará. Este punto de partida que nos provee de una visión panorámica
abraza los siguientes escritos que profundizan en las muchas facetas del autor
potosino, los cuales son de índole diversa: en ellos cabe apreciar la reseña de
libros específicos, la anécdota personal, el perfil biográfico, reflexiones
sobre la personalidad y el pensamiento del autor. Y pudiendo muchos de ellos
leerse, ya individualmente, ya como parte de una totalidad, con lo cual
vislumbramos la riqueza de la labor crítica de Alejandro García, quien parece
poseer mucho, también, de erizo y de zorro, al demostrar la capacidad de
enfocarse, en un momento, en la disertación pormenorizada de los rasgos que le
interesan de una novela o un relato, para en otro trazar amplios contextos (valiosos
en sí mismos) que dan fuerza a sus argumentos. Aunque por ello no descuida, en
apartados alternados, un acercamiento más personal e íntimo donde se sirve de
la memoria para recrear viejas conversaciones, sucesos ocurridos, por ejemplo,
en talleres literarios, que atestiguan momentos de la formación del escritor y
que enriquecen nuestra visión de él. Nos encontramos ante un libro que se deja
leer como una crítica también poliédrica que acertadamente se adapta, no
encasillándose en un solo enfoque, y demuestra que puede abordar la riqueza de
aquello que analiza con riqueza propia.
Alejandro García, David Ojeda. Un erizo y un zorro en el campo literario, Policromía, México, 2018. Ilustración de Miguel Ángel Cid. |
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