Carta al olvido

Pilar Pino


Llegué a tu consultorio con un dolor de lumbares que me impedía enderezarme, gracias a un choque por alcance que destrozó la defensa del coche y mi buen ánimo. No me gustaste de inmediato, creo que lo que me llamó la atención de ti fue el libro sobre tu escritorio. Si mal no recuerdo era Psicópata Americano, de Bret Easton Ellis. Traté de sacarte plática y bromear contigo, tus reacciones fueron siempre estoicas.

Cuando me revisaste y me dabas ejercicios para realizar en casa, hice un esfuerzo por mantenerme en la mejor postura posible, pese al dolor. Por alguna razón no quise que me vieras vulnerable o débil. Fue en ese momento en el que nuestras miradas se cruzaron.

Observé que tus ojos eran café claro, casi miel, contrastando con lo oscuro de tu piel. Lo vi a pesar de las gafas de pasta gruesa y oscura que utilizas. Era en la época que utilizábamos cubrebocas por la pandemia, así conectamos con la mirada. Quise creer que vi mucho más profundo, que te vi tal cual eres.

Luego me llevaste a sacar la radiografía, sería romantizar omitir que viste mi cuerpo e incluso me permitiste caminar delante para darte un festín visual con mi trasero. Supongo que por eso te portaste tan amable cuando te escribí para pedirte una medicación más fuerte, pues el dolor era insoportable. A partir de ahí, la comunicación fluyó. Cabe confesar, que siempre sentí una inexplicable y profunda atracción por ti, sí, desde ese primer día.

Pese a que hablábamos diario, que salimos algunas veces y veía que tenías mucho interés, no ocurrió nada porque nuestros horarios eran incompatibles, perdimos contacto. Pasó más de un año para que la comunicación se reanudara. Esta vez fuimos más asertivos y decidimos que no perderíamos la oportunidad de iniciar una relación que ambos queríamos.

Me alejé de ti cuando fue evidente que nunca sería una prioridad para ti, que volvía a los viejos patrones de volver al punto de partida en cuanto me mostraras la más pequeña muestra de cariño. Me causa dolor recordar cómo te conocí, me ilusioné, me enamoré y me olvidé de ti. Esta es una historia como tantas otras, sin embargo, es especial para mí, por ser la primera vez que pongo límites y me voy antes de que yo misma me dañe. Antes de repetir los patrones enfermizos que han perseguido todas mis relaciones y que han terminado en fracaso.

Hoy extrañé los mensajes deseando un buen día que puntualmente me enviabas, extrañé tener esa constante. No importaba si en la tarde te hubieras molestado conmigo, al día siguiente estarías ahí. Extrañé tener esa ilusión, esa esperanza de tener una pareja con quien compartir cosas bonitas en la vida, una ilusión que evidentemente sólo era mía. El soñar con ir al cine tomados de la mano, con tomar café y tener charlas interminables, con ir comer a lugares nuevos, con hacer el amor por horas, contarnos secretos de la infancia y abrazarnos por las cosas tristes de la vida. Una fantasía que sólo se de desarrolló en mi cabeza.

Hablar contigo por mensaje era algo frustrante. Mientras yo me comunico mejor a través de las letras, tú eras serio, seco y tajante. Cuando estábamos juntos eras otra persona, me mostrabas una versión tuya de un ser cariñoso e infantil, algo que no vi que le enseñaras a alguien más, aunque no conocí a nadie de tu círculo cercano. Me diste a entender que vivías una vida aislada y solitaria. Me confiaste muchas cosas, la relación tan difícil con tu madre que te marcó de por vida, tus sueños y esperanzas. Entendí mucho de ti, vi tu arrepentimiento tan honesto. Tal vez fueron mis ganas de escucharte por lo que yo permanecía callada. El que me sentía segura contigo, ver que te esforzabas. Supongo que no te permití conocerme, aunque también al conocerme las personas se alejan de mí, tengo ese efecto.

Me duele lo que pudo ser, lo que te pude dar, el ofrecerte borrar un poco tus cicatrices, entenderte y que me entendieras, que también conocieras esa parte que no muestro a casi nadie. Pero no fue así. No había tiempo, no había ganas, casi desde el principio fue así. Me ciego cuando me aferro a una idea. Fuiste una idea de algo que quería y que no podía tener. Mi destino es otro.

No quiero alardear de mi físico, en realidad no me siento particularmente bella porque siempre he sentido que sólo por el color de mi piel y mis ojos, las otras personas creen que soy atractiva. Pocos me han visto como una mujer y no un premio que hay que ganar, una vez que se gana se pierde el interés.

Estuve a punto de llamarte para preguntarte qué había hecho mal, por qué perdiste el interés, qué es lo que hay de malo en mí que siempre me pasa lo mismo. Aunque mi intención no era retenerte, sí lo era cambiar lo que hago mal. Porque siempre me he sentido diferente y más en estos momentos. Afortunadamente me contuve y las herramientas de la terapia se hicieron presentes.

Entendí que no había nada de malo en mí, que no debo de cambiar nada en cómo me porto con las otras personas, porque al menos nunca es mi intención dañarlas. Me di cuenta que puedo tener una relación sana, pero también que para que exista una relación se debe compartir tiempo, charlas, emociones y risas. Eso no lo hicimos, tú no tenías tiempo y me faltaba confiar en ti.

Mientras escucho “Adore you” de Queenadreena, dentro de mí muere la esperanza de que me busques, muere junto al anhelo de tener un amor eterno, de esos que sólo existen en los libros y las películas. Aprendí que jamás seré prioridad para ti, ni para ningún hombre. Que para la única persona que puedo ser prioridad es para mí.

Entendí cómo las mujeres nos olvidamos paulatinamente de nosotras mismas por perseguir un sueño. Hacemos de todo para agradarle a esa otra persona, sin importar lo que perdamos en el camino. Decidir no perdernos, también es doloroso porque supone romper con la ilusión y la esperanza, nadie lo dice, pero tomar la decisión de priorizarnos es dolorosa. Sin embargo, no hay sufrimiento, no pasas meses o años esperando lo que nunca vendrá, no te pierdes en falsas promesas de cambio, no te descuidas por cuidar de otro, no pierdes tus sueños por ayudarle a alguien más alcanzar los suyos.

Collage de Hannah Höch (1889-1978).

________
Pilar Pino (Zacatecas, 1984). Madre, economista, columnista de La Cueva del Lobo, feminista, activista a favor de los derechos de las infancias y personas con autismo.

Comentarios

¿SE TE PASÓ ALGUNA PUBLICACIÓN? ¡AQUÍ PUEDES VERLAS!