Juntos para siempre

Ronnie Camacho Barrón


Apenas llevo un par de semanas en este departamento y ya planeo volver a mudarme, ¿pero a dónde?, no tengo el dinero suficiente para alquilar otro sitio, y aunque mamá me ha suplicado volver a casa más de cien veces no planeo hacerlo, sé muy bien que Eduardo volverá a encontrarme y prefiero lanzarme de un puente antes que arriesgar a mis padres llevando conmigo a ese desquiciado.

Esta pesadilla comenzó hace seis meses, después de titularme conseguí empleo como pasante en un despacho jurídico en la capital y, para estar más cerca de mi trabajo, decidí abandonar la casa donde crecí para mudarme sola a un edificio de departamentos, ahí fue donde lo conocí.

Éramos vecinos y a diario nos veíamos en las mañanas cuando salíamos a trabajar, reconozco que él me fue de gran ayuda durante mis primeros días en la ciudad, vivir sola resultó ser más costoso de lo esperado y mi salario era tan poco que en muchas ocasiones tuve que decidir entre comprar la despensa o pagar la renta.

Para mi “fortuna”, Eduardo siempre estuvo ahí y en más de una ocasión me invitó a cenar cuando no me alcanzaba ni para una soda, quizás me vio como lo que era, una chica de provincia tratando de sobrevivir en la jungla conocida como la CDMX.

Comimos tantas veces juntos que pronto nos convertimos en buenos amigos, fue así como conocí todo sobre su vida, desde cosas tan simples como que trabajaba como médico en una pequeña clínica cerca de Azcapotzalco, hasta detalles más íntimos como el hecho de que sus padres se habían divorciado cuando su mamá encontró a su papá en la cama con otro hombre, siendo este último uno de los momentos más amargos de su vida.

Aun así, me encantaba estar con él, era un gran amigo y nos divertíamos mucho estando juntos, pero todo cambió cuando en un paseo a bordo de una lanchita en el lago de Chapultepec me pidió que fuera su novia.

Me sentí fatal al escuchar aquello y en ese mismo instante tuve que confesarle la verdad, aunque le tenía un gran apreció jamás podría corresponderle como él quería, sorprendido me preguntó si había alguien más, le dije que no, pero si así fuera no sería un hombre, entonces lo entendió.

A partir de ese día dejó de ser amable y se volvió hostil, a diario criticaba mis preferencias y me aseguraba que estaba confundida, sólo tenía que encontrar al hombre adecuado y si lo quería, él podía serlo.

Obviamente me negué y, harta de su homofobia, corté todo contacto de golpe, no me importaba que viviéramos el uno frente al otro, yo no aceptaría ese tipo de trato de nadie.

Eso lo afectó más de lo esperado y tras notar que me había ofendido hizo de todo para volver a hablar conmigo, saludos incómodos, llevarme la cena o robarse mi correspondencia para luego entregármela fingiendo que el cartero se había equivocado de buzón.

Jamás pensé que llegaría a ser tan molesto, pero no me perturbó hasta el día en que me siguió al trabajo, ocurrió mientras iba en el camión, en lo que esperaba mi parada me puse a leer los mensajes de mi celular, cuando de repente sentí que alguien me observaba.

Siguiendo mis instintos volteé para ver de quién se trataba y ahí lo encontré, sentado en el último asiento de la hilera derecha, no le importó que lo descubriera, al contrario, trató de amenizar la ya tensa situación con una sonrisa torcida y un torpe movimiento con la cabeza.

Iba vestido con su uniforme, así que supuse que sólo iba hacia la clínica y por una cruel coincidencia del destino terminamos compartiendo un tramo del trayecto, aquel pensamiento me calmó un poco, pero la tranquilidad se convirtió en miedo cuando me di cuenta de que se bajó en la misma parada y comenzó a seguirme.

Al principio mantuvo su distancia, pero con cada cuadra los metros que nos separaban iban disminuyendo, hasta el punto de que cuando estaba por llegar a mi trabajo, me alcanzó y comenzó a tirar de mi muñeca.

—¡Suéltame! —grité a la par que luchaba por zafarme.

—Amor, ya no discutas, volvamos a casa, necesitas tu medicina para la esquizofrenia —dijo con una falsa preocupación.

Entonces comprendí lo que intentaba, quería aparentar una discusión de pareja para que nadie le impidiera que me llevara consigo, y para mi sorpresa su plan tuvo éxito, la gente a nuestro alrededor no hizo nada para ayudarme, sólo apartaron la mirada o se lamentaron por él al tener una “novia loca”.

—¡Ayuda, ayuda! —no me importó que me ignoraran, yo continué gritando.

—Te recomiendo que te calles o de lo contrario usaré esto antes de lo previsto —me mostró una jeringa que llevaba oculta en el bolsillo.

—¿Qué es eso?

—Un veneno, lo suficientemente potente como para matarnos a ambos, gracias a él estaremos juntos para siempre —una maniática sonrisa se dibujó en su rostro.

—¡Estás enfermo, suéltame ahora mismo!

—Amor, por favor contrólate, la gente nos mira —siguió con la farsa, pero no le funcionó por segunda vez, pues una policía nos vio y decidió intervenir.

—Joven, de la manera más atenta, le pido que suelte a la señorita o de lo contrario me veré en la obligación de someterlo —dijo con la mano puesta sobre la empuñadura de su macana.

—No es lo que piensa, oficial, es sólo que mi novia tiene esquizofrenia y… —no le permití continuar.

—¡Tú no eres mi novio, deja de mentir! —aproveché la situación y le mordí la mano para que me soltara.

—¡Cabrona! —gritó al mismo tiempo que intentó sacar la jeringa de su bolsillo, pero antes de que pudiera hacerlo la oficial lo golpeó con su macana, sólo bastaron tres golpes para hacer que Eduardo pasara de ser un violento desquiciado a un patético hombrecillo que, al verse superado, salió huyendo a la primera oportunidad.

No pude evitar estallar en llanto cuando se fue, jamás había estado tan cerca de la muerte antes, fue gracias a la policía que pude recomponerme y en un acto de buena fe, después de ayudarme a levantar la denuncia ante el ministerio, me llevó hasta mi departamento, quizás no fuera el lugar más seguro, pero no tenía a dónde más ir.

Tras dejarme en la puerta, me aseguró que todo estaría bien y que Eduardo no sería tan estúpido como para volver al edificio después de lo que hizo; se equivocó, pues mientras se despedía Eduardo salió de su departamento y, como un animal rabioso, la tomó por el cabello y comenzó a estampar su cabeza contra la pared, deteniéndose sólo cuando ella dejó de moverse.

—¡Monstruo! —intenté cerrar mi puerta, pero él fue más rápido y de un empujón la derribó junto conmigo.

—¿Estás lista, amor mío?, ¡pronto estaremos juntos por la eternidad! —una vez más sacó la jeringa y se abalanzó sobre mí.

Comenzamos a forcejear en el suelo y, mientras él ponía todo su empeño en incrustar la aguja en mi corazón, la oficial despertó y, al ver lo que sucedida, no lo dudó ni un segundo, sacó su pistola y descargó todo el cartucho sobre Eduardo.

—Adriana —aún con el pecho lleno de balas pudo pronunciar mi nombre—. No tengas miedo, ni siquiera la muerte podrá separarnos, siempre estaré junto a ti.

Pensé que todo terminaría con su muerte, pero con el paso de los días cosas extrañas comenzaron a ocurrir en mi departamento, objetos se movían solos de lugar, escuchaba murmullos a mis espaldas y cada noche, mientras dormía, sentía el frío tacto de unas caricias que, sin ningún tipo de descaro, recorrían todo mi ser.

Desesperada, me mudé a otro edificio; sin embargo, no importa a dónde vaya, pronto todo vuelve a comenzar.

He puesto incienso y traído un cura, mas nada parece funcionar y, cuando lo hablo con la psicóloga, ella sólo me dice que se trata de estrés postraumático, ¡pero yo sé la verdad!, Eduardo cumplió con su promesa de quedarse a mi lado y no dejará de hostigarme hasta que estemos juntos, ya sea en la vida o en la muerte.


©Curiaqui: "Obsesión", técnica mixta, 60 x 73 cm. 
Imagen de la obra tomada de: https://galeriaartevivo.es/

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Ronnie Camacho Barrón (Matamoros, Tamaulipas, 1994). Escritor y licenciado en Comercio Internacional y Aduanas, así como Técnico Analista Programador bilingüe. Autor de dos novelas: Las crónicas del Quinto Sol 1: El Campeón de Xólotl (Amazon, 2019) y Carlos Navarro y el aprendiz del diablo (Editorial Pathbooks, 2020); también de diez libros infantiles, entre los que destacan  Friky Katy, ¿Tus papás son vampiros?, José lo vio todo y Los trillizos mágicos, todos con la editorial Pathbooks y traducidos a seis idiomas. Su más reciente obra es una antología de cuentos de terror, fantasía y ciencia ficción, titulada Entre nosotros (Amazon, 2021). Ha colaborado en dieciséis antologías de narrativa en varios países, y varios de sus cuentos y ensayos han sido publicados en más de 150 revistas y blogs literarios, tanto nacionales como internacionales. 

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