La gloria y la angustia en "Nada" de Carmen Laforet
Ezequiel Carlos Campos
Uno
tiene la angustia, la desesperación de no
saber
qué hacer con la vida,
de
no tener un plan, de encontrarse perdido.
Pío
Baroja.
Nuestra
gloria no está en no haber
caído
nunca, sino en levantarnos
cada
vez que caemos.
Oliver
Goldsmith.
Nada de Carmen Laforet en la edición de Destino. |
Nada
de introducción
Nada es lo que
parece. Nada es tan importante como para dejar las cosas así. Nada de quedarse
absorto. Nada de nada. ¿Qué hacer cuando entramos al infierno después de haber
creído salir de él? ¿Qué hacer cuando nada hay que hacer, cuando nada se puede
hacer? Esperar, cerrar los ojos. Hacer nada,
nada, que las cosas tengan su curso y
seguir esperando… Al fin y al cabo, este infierno que creíamos estropear no
sólo es uno; para nosotros, esto no es nada.
El
infierno de la casa
Carmen Laforet[1] se
cuestiona una cosa: ¿qué tan complicado es vivir en un hogar que no es el
nuestro? En Nada encontramos el desarrollo de una historia con la cuestión
antes escrita. ¿Cómo sobrevivir en un lugar que es ajeno? Andrea, la
protagonista de esta novela, nos relata un año de su vida en su nuevo hogar, la
casa de la abuela y de los tíos. Así como cada foráneo que llega en busca de un
futuro, esta chica busca forjarse un destino pleno. Por eso llega a Barcelona,
para estudiar Letras.
Ahora
bien, no todo marcha perfecto desde el comienzo: Andrea llega mucho antes de lo
planeado y llega a la casa cuando nadie la espera. Ella, al pisar por primera
vez la casa, se percata de una cosa: no es como afuera, donde los pájaros
cantan y la luz cobija a la ciudad, sino todo lo contrario. Cómo ingresar a un
hogar donde unas de las primeras cosas que te preguntan es “¿Tienes miedo?”[2],
donde la oscuridad impregna cada pared, donde los habitantes parecieran sobras
en movimiento en vez de personas. Andrea, en primer lugar, deberá esperar a que
sus ojos se acostumbren a la oscuridad y sus oídos al silencio, y así caminar a
su habitación, su nueva habitación, su nueva casa. Los familiares serán gente
extraña; de ese mundo Andrea desea la paz, la tranquilidad.
Laforet
nos muestra un hogar de completos locos, un “cuento de locos” según Rosa
Montero.[3] En
primer lugar la abuela, una vieja pasiva, que perdona todo lo que sus hijos
hacen. Para ella nada está mal, nada.
Después encontramos a Juan, a Román, a Antonia, a Gloria, a Angustias… siendo
estas dos últimas en las que me detendré en su debido tiempo. Toda la casa está
habitada por seres intrascendentes, fracasados, incongruentes, Juan golpea a
Gloria, su esposa, por lo que sea, Antonia es una voyeur que se complace con lo
que escucha, oye y mira en el ambiente de la familia de Andrea; Román es un
artista frustrado que no hace más que complacerse de la sociedad, de los
viajes, del encerramiento propio en su habitación. El encierro de Angustias, no
obstante, no es del todo habitacional, sino hogareño, ella no sale de casa
porque todo lo de afuera es lo maligno, lo impúdico. Gloria se distingue de los
demás, pese a ser golpeada siempre busca trascender, ella no vivirá para
siempre en el silencio de la casa sino que disfruta el escaparse y dejarse
vivir como ella debe. Y Andrea, la joven extraña que llega para tener una
estancia y estudiar. Algo les pide a sus familiares: dejarle pasar esos
momentos de manera tranquila, con la libertad que una joven, por naturaleza,
desprende. Pero en esa casa se enfrentará con dos cosas: la gloria y la
angustia.
La
casa es un infierno, nada de lo que Andrea pensaba. “Parece que el aire está
lleno siempre de gritos [y de silencio, agrego]… y todo eso es culpa de las
cosas, que están asfixiadas, doloridas, cargadas de tristeza”.[4] La
tía Angustias quitará a Andrea toda esperanza de libertad, porque ella
restringirá cualquier acto que la joven haga, no habrá manera de salir de casa
sin que la tía se dé cuenta y le recrimine su falta de consciencia respecto a
qué es lo que una señorita debe hacer. Andrea se percató de que, desde la
primera vez que habló con su tía, jamás llegarían a entenderse. Eran
diferentes. Una reprimida, otra con ganas de desprenderse. Con los tíos no
tendrá protección, pues Juan y Román tienen sus propios problemas. La abuela, como
parece, es la única que entiende a la chica, es la nieta en crecimiento, hará
lo que ella crea necesario para su conocimiento y placer.
Andrea
deberá saber moverse entre las paredes de esta casa, entre Barcelona que se
narra en la novela y un número más de inconvenientes… todo no solamente para nada, sino para un fin en específico: lograr ser ella misma.
La
angustia
Hay en todo Nada pasajes de angustia, partes en
donde todos los personajes la sufren por algo. La tía Angustias no es la
excepción. No por algo Carmen Laforet le asignó el nombre a este personaje –el
único o el nombre más simbólico de los nombrados–. Al momento de llegar Andrea
a la casa de Aribau y de encontrarse con sus familiares, la tía Angustias
impone la dureza de sentimientos. “Sentí una mano sobre mi hombro y otra en mi
barbilla. Yo soy alta, pero mi tía Angustias lo era más y me obligó a mirarla
así. Ella manifestó cierto desprecio en su gesto”.[5] Andrea
se dio cuenta que la que mandaba ahí era su tía, y no los hombres, Juan y
Román. Ahí cada personaje tiene su mundo y lo vive como le place. La joven
Andrea percibe que Angustias estará al tanto de su estancia, de su educación,
de su modo de vida. No había manera de que la joven escapara de casa sin antes
ser vista por la mirada penetrante de la tía, y después de las preguntas
básicas de ¿adónde vas?, ¿a estas horas?, etcétera, Andrea regresará a su
habitación y se mantendrá a flote en ese infierno llamado hogar. Se sentía
prisionera “[…] con Angustias, y además me encontraba algo así como en prisión
correccional, pues Angustias me había cazado en el momento en que yo me
disponía a escaparme a la calle andando de puntitas”.[6]
Los
hermanos (los tíos de Andrea) no se llevaban bien. Su madre era la que trataba
de mantener el orden a ese conjunto de garras… y Andrea vio esas situaciones:
cada pelea que tenían era una guerra. El hogar lleno de silencio se convertía
en un volcán en erupción, había gritos, golpes, entre Angustias, Juan y Román,
y hasta a Gloria le tocaba parte. Ya sea porque Gloria salió de casa en la
noche y Angustias la vio, y ésta le contó a Juan y él golpeó a su esposa. O por
simples chismes. Nadie de ellos puede caerse bien. Después de cada pelea
Angustias sentía intranquilidad y se encerraba en su cuarto. Esa es su
característica: sentir angustia por todo. Nada es más que angustia. La tía
estará siempre con cara triste, con un vestuario que sugiere agachar la cabeza
y llorar, su aspecto en general, claro está, es el de una mujer sola.
Andrea,
como acompañante de Virgilio en el infierno de la casa de Aribau, deberá salir
ilesa por cada habitación.
Mientras
avanza la historia vemos a una Andrea que no hace nada, sólo ir a la escuela, algunos paseos pobres y nada más. Su
oportunidad se abre cuando la tía Angustias deja la casa después de una fuerte
pelea por un malentendido: Andrea regaló un pañuelo que le dio su abuela a su
nueva amiga Ena, Angustias pensó que fue Gloria la que lo tomó. Se hizo el
desmán. Angustias dejó aquella casa de locos
sin decir si regresaría porque ahí no se podía vivir. “Traté de imaginarme
lo que sería la vida sin tía Angustias, los horizontes que se me podrían
abrir”.[7] Y
es que no sólo es angustia para Angustias, sino también para Andrea. ¿Cómo
vivir en una nueva ciudad, en una nueva casa, con una nueva familia, cuando
todo se tiene prohibido, cuando no tienes libertad de ser joven como el joven
que eres? Después de conocer a Ena y de la salida de la tía, Andrea pudo respirar
con más tranquilidad, pero fue la propia Andrea que mantuvo la tristeza que su
tía tuvo en toda su vida: cuando ésta dejó la casa, la joven se instaló en la
alcoba de la tía y ahí durmió. ¿Por qué lo hizo? ¿Será acaso que, a falta de
ese peso en la casa, el de la soledad, de la angustia, de la tristeza, sería
Andrea quien suplantaría a Angustias para que en la casa no hubiera un
desequilibrio? Andrea se quedó ahí como si fuera el paraíso en donde una
persona vive extrañamente. Ella fue y conoció el mundo de Angustias sólo para
percatarse que era un cuarto normal. La tía llenaba de angustia cualquier lugar
en donde pisara.
Andrea
es diferente a Angustias. Cuando la tía regresa sólo para despedirse, Andrea supo
“De que no la iba a obedecer más, después de aquellos días de completa libertad
que había gozado en su ausencia”.[8]
Angustias deja la casa para dirigirse a un convento. La casa de Aribau no
tendrá más la angustia que se le conocía. Angustias dejará ese mundo, ese
infierno, para olvidarse de todo en aquellas fortalezas de los conventos, ¿pero
cómo estar ahí cuando su convicción espiritual es nula?
Una
nueva vida comienza para la joven.
La
gloria
La esposa de
Juan se vuelve un cómplice de Andrea después de marcharse la tía Angustias.
Andrea y Gloria se vuelven una dentro de la casa para así sobrevivir del
maltrato físico y verbal del tío Juan, de la extrañeza y voyerismo de Antonia,
de la perversidad de Román. En fin, ellas dos se unirán. Aunque, claro está,
esta unión es metafórica. El lugar vacante que dejó Angustias en la vida de la
joven lo tomó Gloria. Ella es lo contrario de la tía de Andrea. “¿Verdad que
soy bonita y muy joven? ¿Verdad?...”.[9] Según
Angustias Gloria es la serpiente en el paraíso, la mujer que ha llegado a la
casa para cambiar, para destruir todo el mundo de la casa de Aribau. No
obstante Gloria vive con Juan porque le profesa amor, aunque su libertina
apariencia diga lo contrario, ella lo quiere y respeta. Eso sí, no hay día
bueno en el que Juan no la golpeé porque ésta lo hace enojar o porque la
descubre fuera de la casa, en la noche, volviendo de la casa de su hermana.
Andrea
y Gloria siguen juntas porque la una necesita a la otra, ésta para tener una
confidente con los secretos entre Román y la amiga de Andrea, Ena, en saber
sobre quién llega y sale de la casa; aquélla para salvarse de la crítica de
Andrea: “Porque yo soy bonísima, chica, bonísima… ¿Me escuchas, Andrea?”[10]
En cada golpiza que Juan le propone a Gloria será ella la que acuda a Andrea y
mostrarle que ella no es malvada como pensaba Angustias. Gloria es la que ayuda
que la economía entre ella y su esposo sea mejor, por eso va a la casa de la
hermana para jugar y así ganar dinero. O vender los muebles viejos –con permiso
de la abuela– y comer mejor. En la nueva libertad de Andrea, Gloria es parte
importante, alentará a la joven a que conozca nuevos amigos, salga de casa y se
divierta, sea ella misma, logre realizarse y, lo más importante, sin el miedo
de saber que volviendo a casa habría alguien que le recriminara sus actos.
Gloria es como la hermana mayor que Andrea no tiene.
Pero
no todo en la vida de Gloria es gloria. El maltrato seguido de Juan le esfuma
su belleza, su carácter hacia él se vuelve casi vulgar, ya no le importará que
sea objeto de las golpizas, ella buscará que haya equilibrio entre los demás integrantes
de la casa: Román con Juan, la abuela con Andrea, Gloria con Antonia. Aunque su
cometido no siempre es acertado. La angustia de Gloria porque no haya de comer,
porque Juan la acabó de golpear o porque simplemente percibe la situación en la
que se encuentran hace que Andrea sea quien la consuele. “¿Por qué estás
llorando, Gloria? ¿Crees que no sé que estás llorando?”[11],
y la esposa del tío contestando que la joven se ha vuelto más buena, quiere
decir que entre ellas dos se ha creado una unión que Andrea no pudo con la tía
Angustias.
La
tercera parte y última de la novela relata el suicidio de Román. Y de cómo
Gloria: “parecía esforzare en que las cosas fueran mejor”.[12]
Juan estaba agónico, la abuela, cada vez más vieja, sufría. ¿Quién iba a ser la
que tuviera el control en un hogar ahora partido dos veces? Andrea estaba a
punto de irse, habría una nueva oportunidad en su vida. Antonia, la criada,
deja la casa porque ya Román no está. ¿Quién cuidaría a la vieja, al hijo de
Juan y Gloria más que ella? Toma el rol de ama de casa y es ahora la que
cocina, la que, con su sonrisa, mantenga en alegría a un hogar en completa angustia
y tristeza. Angustias ya no volvería nunca, tampoco Román. Sólo quedarían ellos
por el resto de los tiempos. Qué mejor que haya alguien quien quiera hacer las
cosas mejores. Claro está que ese intento por mejorar siempre traerá
consecuencias: las golpizas de Juan. Un ejemplo, cuando ella vende el piano de
Román después de morir para darse el lujo de poner carne en la comida, y Juan
lo descubre y deja en el piso a Gloria, retorciéndose. No todo es gloria en la
casa.
La
gloria y la angustia
No toda la
novela gira en torno a Gloria y Angustias. También encontramos el lazo entre
Andrea y Ena. Después de la ida de la tía, Andrea puede agarrarse de su amiga
para lograr su cometido. Es con ella que conoce en verdad la ciudad, a nuevas
personas. Pero no todo en esta novela es alegría y bienestar. Ena conoce a Román
y el lector se espera un enamoramiento. Andrea lo piensa o no lo quiere pensar.
Román, antiguo artista, toma con sus garras a la joven aventurera amiga de
Andrea, las separa. Es cuando nuestra joven regresa a la silenciosa y oscura
casa de Aribau. Su amiga y ella se distancian a causa de las visitas de su
amiga a su tío. “[…] (alguna vez me aterraba pensar en cómo los elementos de mi
vida aparecían y se disolvían para siempre apenas empezaba a considerarlos como
inmutables)”[13],
comenta Andrea sobre la amistad de Ena. Y es que es cierto, ¿por qué cuando
pensamos que las cosas están de la mejor manera, dan un giro y se vuelven de
otra? La vida de Andrea así se torna. Es cuando conoce a un grupo de jóvenes
artistas y obtiene una nueva distracción, olvida
la escuela, su hogar, a su amiga. Este grupo será parte importante en el crecimiento
de la joven: después de ellos no verá nada igual, su concepción de todo se trasformará
en el de alguien madura, “[…] tratan de evadirse la angustia que les oprime
mediante la creación o la religión”.[14]
La angustia de sentirse lejana de Ena y la gloria de estar ante un grupo de
gente con sus mismas expectativas, hacen que ahora Andrea dé “un portazo como
si yo fuera igual que ellos [sus familiares]. Igual que todos…”.[15]
El
cambio viene cuando Ena regresa con Andrea y le cuenta el oscuro pasado de
Román y su madre, de la estratagema que tenía su amiga respecto a la relación
con Román. Después de que su amiga se fuera de la ciudad, y del suicidio del
tío, Andrea verá de nuevo la gloria: “La carta que estaba allí tirada era para
mí. Me la escribía Ena desde Madrid. Iba a cambiar el rumbo de mi vida”.[16]
Por fin pareciera que la angustia de la casa de Aribau, de la tristeza de
Barcelona, dejaría tranquila a la joven. La tía Angustias no regresaría, o por
lo menos no la vería más. Román ya no llenaría a Andrea de curiosas obsesiones.
Ya no sentiría las miradas de Antonia. Ni vería los continuos golpes de Juan a
Gloria, ni la complicidad de Gloria. La abuela, posiblemente, extrañaría la
presencia de la nieta. Pero Andrea será libre de nuevo, ahora sí de verdad. “Me
marchaba ahora sin haber conocido nada de lo que confusamente esperaba: la vida
en su plenitud, la alegría, el interés profundo, el amor”.[17]
Dejar la angustia de ese año pasará a la gloria del futuro, pero, ¿esa gloria
podría convertirse en la angustia del recuerdo o de un porvenir con la misma
suerte? Carmen Laforet no lo explica, así que deja abierta esta cuestión para
el lector. La gloria será la angustia de una chica que aún no conoce lo que es
la vida, y esa angustia será la parte importante para el fin: del sufrimiento
viene la alegría, “es el cuento cruel de la vida cuando se vuelve mala”.[18]
Nada
de conclusión
Nada de cruzar
las manos y ceder. Nada de ver otro final del que es. Nada de imaginar ni un
momento sobre lo que aparentemente la nada da. Nada de degollarse con una
navaja de afeitar. Nada de no abrir cartas cuando sugieren ser abiertas. Nada
de condenarse por dejar que las situaciones nos absorban. Nada de no querer
esforzarse porque las cosas sean mejores. Nada de tener miedo, ni de sentir la
angustia cuando es ella la que quiere angustiarse. Nada quedará atrás de
nosotros. Nada de olvidar cada parte de nuestras vidas. Nada de nada. Nada de lo que hagas será olvidado.
BIBLIOGRAFÍA:
CANAVAGGIO,
Jean, Historia de la literatura española, Tomo VI. El
siglo XX, Ariel,
España, 2008.
LAFORET, Carmen, Nada,
Destino (Destinolibro, 57), México, 2014, p. 17.
________________, Nada, edición virtual
[1] Carmen Laforet (Barcelona,
1921-Madrid, 2004). Autora de los libros
Nada (Premio Nadal 1944), La isla y
los demonios, La mujer nueva,
entre otras.
[2] Carmen Laforet, Nada, Destino (Destinolibro, 57),
México, 2014, p. 17.
[3] Prólogo de Rosa Montero en la
edición virtual de Nada, Bibliotex,
2001, p. 4.
[4] Ibid., p. 38.
[5] Ibid., p. 15.
[6] Ibid., p. 64.
[7] Ibid., p. 77.
[8] Ibid., p. 99.
[9] Ibid., p. 35.
[10] Ibid., p. 131.
[11] Ibid., p. 274.
[12] Ibid., p. 288.
[13] Ibid., p. 151.
[14] Jean Canavaggio, Historia de la literatura española, Tomo VI.
El siglo XX, Ariel, España, 2008, p. 255.
[15] Carmen Laforet, Nada, Destino, p. 253.
[16]
Ibid., p. 291.
[17]
Ibid., p. 294.
[18]
Prólogo de Rosa
Montero, ídem.
Comentarios
Publicar un comentario