El extraño caso de María Julia Hidalgo
Nacira Núñez Campos
Llegué a la penitenciaría, algunas características de este sitio llamaron mi atención más que causarme temor; entre estas, esa atmósfera fría, casi sombría, con olor a desesperanza y anhelo de libertad casi inútil, en muchos casos; ese juego de miradas inquisidoras entre las mujeres de los pabellones al ver llegar “carne fresca”.
La hostilidad de las oficiales tampoco pasaba desapercibida, la forma de dirigirse a las reas, su trato, su notorio desprecio y casi ínfulas de superioridad, eran más que evidentes; la comida poco apetecible, el hedor a temor y a muerte, sin duda, fueron de los aspectos que más me impresionaron.
Pero no podía quitarle protagonismo a aquella mujer y su actitud poco usual e intrigante, su cuerpo rígido y casi en estado de desnutrición, su aspecto descuidado, no le había conocido el rostro aún, teniendo para entonces seis días de estar ahí, aquella rea parecía no despegarse de aquella simulación de ventana, siempre de pie, como a la espera de algo o de alguien.
Al séptimo día, al ir al comedor por mis alimentos a hacer aquella larga cola, una compañera de pabellón empezó a entablar conversación, presentándose como Marta, bastante amable, algunas personas pensarían que por ser asesinas nos faltaba educación y calidez, pero podría afirmar por experiencia propia, y al ver el comportamiento de muchas mujeres de ahí, que eso no es cierto; y pues me presenté también siendo amable, así que nos sentamos juntas a almorzar.
Me comentó que se encontraba ahí en el pabellón de la muerte por intento de asesinato a su esposo, quien le puso los cuernos con su vecina, misma que también estuvo al filo de la muerte a causa de su explosión de ira por aquel engaño y por la deslealtad por parte de ambos, pues aquella mujer se hizo pasar por su amiga por muchos años, mismos en los que ella y su esposo “le veían la cara”, como decía la misma Marta; por suerte no los mató, pues hubiera recaído sobre sus hombros la pena insuperable de muerte, y ella parecía ser una buena mujer que se dejó llevar por la ira, sumada a malas decisiones, a mi parecer, esa mujer de casi 48 años no debía estar ahí, pero toda acción tiene su consecuencia en esta vida y la siguiente, dependiendo de lo que se cometa, y ella debía pagar ocho años de los que descontaban ya cinco.
Iba a empezar a comentarle mi historia, cuando de pronto un acontecimiento inesperado me llenó de emoción, fue un sentimiento extraño, pues se trataba de aquella misteriosa mujer de la ventana, por fin le conocí el rostro, su cabello suelto por los hombros, se veía bastante enredado, su aspecto delgado, de tez blanca, como de 1.60 de estatura, con sus pómulos resaltados, nariz perfectamente perfilada y una mirada extremadamente profunda, pero misteriosamente vacía, aquella mujer parecía tener una carga demasiado grande sobre sus hombros, era como si cargara un alma herida, o un corazón cansado de latir, daba la impresión de no desear respirar, de no querer ser, ni estar, su aura eran tan sombría, pero a la vez tan humana, percibía su deseo de no querer sentir nada y a la vez su inútil intento de evasión de todo aquello que la rodeaba, pues a la mujer que iba delante de ella se le cayó una naranja y no dudó en ayudarle de manera rápida, casi por inercia.
Y fue entonces que aproveché lo que parecía el inicio de una camaradería con Marta, para preguntarle acerca de aquella mujer; a lo que respondió: “Ella es una mujer de la que no se sabe mucho, llevo cinco años aquí y en todo ese tiempo no la he escuchado decir una sola palabra, no conversa, no ríe, no llora, no se queja, no pelea, solo sale de su celda de vez en cuando a tomar el sol al patio, a veces come, muchos otros días no prueba bocado alguno, básicamente es la perfecta representación de lo que podría llamarse ‘muerta en vida’, ella lleva aquí 17 años, está condenada a pena de muerte, la cumple dentro de año y medio, como ves, aquí conocemos mucho de todos”. Todo aquello que me respondió Marta no terminaba de suplir mis dudas, pues no me dijo si era diagnosticada como persona no hablante y cuál era la razón de su condena, así que le hice también esas preguntas a lo que la amable Marta respondió: “No, entiendo que no es muda, quizá la pobre hizo botos de silencio, bastante comprensible después de matar a su pobre madre, según escuché, una intachable mujer, preocupada siempre por una educación de calidad para su hija, pues aunque no parezca, se trata de una escritora de renombre, Julia Hidalgo, a mí, en lo personal, no me gusta leer, pero entiendo que tiene obras muy bien vendidas, dicen por ahí que antes de matar a su madre escribió una historia de cómo lo haría, dicen que es espantosa, pues tal y como lo describió, según entiendo, fue muy gráfica o explícita, así encontraron a aquella pobre mujer, en todo caso no estoy en posición de juzgarla, pero es que quién y por qué mataría a su propia madre, sólo un alma bizarra, retorcida y sombría como la de ella, de seguro, por aquí, no he escuchado un caso igual o si quiera parecido”.
Mientras escuchaba todo lo que decía Marta en cámara lenta y casi distorsionada, pues me parecía repugnante y completamente inapropiado el juzgar a alguien que, aunque en circunstancias distintas, pero al igual que ella, se encontraba en el pabellón de la muerte, fue en ese mismo instante que retomé experiencias pasadas, que “no todo es lo que parece”, así que sabía que era quizá la última vez que me sentaba al lado de aquella molesta mujer y, por supuesto, mi historia, después de aquel severo juicio de valor, no la pensaba compartir con ella, y en aquel momento pensé que lo más apropiado era no compartirlo con nadie.
Aquella mujer de seguro notó mi cara de descontento, pues me dijo: “Ay, niña, pero bueno, ya no hablemos de la extraña Julia, más bien, coméntame por qué razón estás aquí, ya sabes la mía y hasta la de Julia, a ver, ¿cuál es la tuya?”, a lo que contesté: “Eh, bueno, es algo parecido a tu caso, pero no logro superarlo aún, me lastima y atormenta, sinceramente prefiero no comentarlo aún, en otro momento quizá”. Marta, asintiendo con la cabeza y con una sonrisa poco creíble, me hizo creer que estaba bien el no comentarles hasta que me sintiera cómoda.
Dejando de lado aquella compañía que había dejado de ser cómoda, me sentía a gusto, pues Julia se sentó frente a mí, tres mesas adelante, lo suficientemente cerca para poder verla y analizarla, después de conocer por lo menos una versión del porqué de su sentencia, de una extraña manera hacía que me sintiera cómoda teniéndola cerca de mí, o por lo menos en el mismo pabellón, la intriga por conocer más de aquella solitaria mujer había incrementado, aunque para ella no existía siquiera ella misma, menos mis intrigas y yo.
Pero así fue como pasaron los meses y me dediqué a observarla, a detallarla, deseaba poder acercarme a ella, conversar, escucharla y que me escuchara, creía que podría ser a la única persona a la que podría contarle mi historia sin temor a ser juzgada, o satanizada, en aquel entonces no lograba entender el porqué de la necesidad que sentía de conocer su historia real, pues versiones habían más que los anhelos de todos por salir de ahí, al parecer Julia no sólo me intrigaba a mí, sino que también a los demás, aunque a causa de aquel silencio que imperaba en ella, hacía que en ocasiones pareciera que ya le habían aplicado su pena de muerte y había dejado aquel sombrío y maquiavélico pabellón.
Y fue entonces, una de tantas tardes de las muchas con sabor a monotonía, que las lluvias de julio empezaron a asomar en aquel lugar, haciendo de la atmósfera una más fría y desolada, casi como si se tratara de una película de terror; todas la reas empezaron a correr para resguardarse de la lluvia, entre ellas yo, pero hubo alguien que se quedó ahí, inmóvil bajo aquella gotas enormes de agua, que golpeaban tan fuerte como pequeñas piedras en el rostro, ahí, bajo aquella lluvia de carácter agresivo, había quedado Julia Hidalgo, parecía gozar de ella, disfrutarla, mientras yo escampaba en uno de los alares del patio, con algunas compinches que se quedaron a mi lado, pude ver cómo aquella mujer extendía sus brazos al cielo y giraba sonriendo, fue la primera vez que pude verla sonreír, como si la lluvia lavara las culpas que cargara, como si redimiera sus errores al acoger aquellas gotas entre sus brazos, entre sus labios, en su rostro y cuerpo, pude ver cómo decidió acostarse en aquella tierra convertida en lodo y cerrar por completo sus ojos, como si estuviera practicando poses fúnebres, se percibía su necesidad de partir de este mundo, sus ganas de marcharse en paz; mientras mis demás compañeras reían al verla, y la llamaban loca, yo sabía que su actitud lejos de estar cerca de la locura iba mucho más allá de la actitud que podía tener una persona con problemas demenciales.
Mis compañeras me dijeron en ese momento que Julia Hidalgo tenía esa actitud cada cierto tiempo, entrando el invierno, era característico de ella en la temporada de lluvias, y fue ahí donde vi la oportunidad de poder acercarme a ella, sentía que cuando ella sintiera que había alguien con sus mismos intereses, alguien que no la juzgara y que se uniera un poco a sus campamientos, ella sentiría quizá un poco de confianza, y dejaría que me le acercara, tal vez para acompañarnos en las cargas, en silencio, o charlando, o por qué no, sólo compartiendo miradas, pero que se diera cuenta de que yo existía y que me interesaba estar a su lado.
Así que esperé con ansias la siguiente lluvia y que nos sorprendiera en el patio, sin embargo, pasó alrededor de un mes para que sucediera, todas las lluvias o lloviznas se daban por las noches o por las tardes después de haber salido al patio y Julia no siempre salía a la plazoleta, pero aquel viernes sucedió eso que tanto esperaba, todas corrieron para escampar en los aleros del patio o bien hacia sus celdas, pero yo, yo me quedé ahí observando a Julia, quien tuvo la misma actitud de hacia unos días atrás, se quedó ahí, bajo la lluvia y yo, que tanto esperaba esta oportunidad, no dudé ni por un segundo en salir del alero donde me había quedado escampando con algunas compañeras, quienes me veían extraño y me preguntaron preocupadas por qué salía a recibir la lluvia, que qué haría con esa loca; yo sentí que dejé de escucharlas, sólo me dirigí segura, firme, completamente decidida en dirección a Julia, quien notó por primera vez mi presencia, me vio fijamente, con una mirada llena de interrogantes, casi pude percibir un poco de temor, como si estuviera esperando escucharme, pero no, yo no dije ni una sola palabra, sólo le sonríe y extendí los brazos al cielo, abrí la boca para poder probar el sabor de la libertad que tenían aquellas gotas al caer, libertad que no tenía yo, que no tenía Julia; en aquel momento solo me permití sentir, anhelar y demostrarle a ella, de cierta forma, que había alguien más que cargaba sobre sus hombros un peso muy similar al de ella; su reacción no fue negativa, se acostó sobre aquel lodo y yo hice lo mismo, sin dirigirnos palabras, pero sentía como si con la mirada y nuestros corazones al estar frente a frente supieran lo que sentían y también lo que pensábamos.
Una vez que terminó la lluvia ella se levantó primero, me miró y extendió su mano para brindarme apoyo y poder levantarme, ese contacto físico lo sentí como si se tratara de un episodio memorable, sentí como si una extensión de mí hiciera contacto con su otra parte, como si un espejo proyectara mi imagen, supe desde ese día que empezaríamos un lazo inquebrantable, sin lugar a dudas.
Desde entonces salíamos al patio juntas, comíamos juntas, nos mirábamos, pero ni ella emitió una palabra ni yo, por casi dos meses, hasta que un día, tomando un sol matutino en el patio, surgió una pregunta por parte de Julia: “¿Qué te atrajo a mí?”, escuchar esa pregunta salir de su boca provocó en mí una reacción escalofriante, a lo que sólo pude contestar: “Siento que tenemos mucho en común, aun sin hablar, sin saber nada más de usted que las versiones distorsionadas de las reas, no me siento sola, no me siento juzgada, desde el día que entré a la penitenciaría y la vi ahí observando a la ventana, sola, como esperando a alguien, pude sentir una conexión casi inexplicable con usted, qué tanto es lo que esperas ver por la ventana, cómo sucedió lo de tu madre, por qué lo hiciste, qué sientes, qué esperas?”
Fueron tantas interrogantes juntas, pero para las que Julia Hidalgo tenía todas sus respuestas y no titubeó en responder: “Efectivamente, tenemos mucho en común, sin saber nada de su persona, también puedo percibirlo, no estoy en posición de juzgar a nadie, ni siquiera sé la razón por la que estás aquí, me paro frente a la ventana porque espero con ansias la muerte, todavía me faltan algunos meses para marcharme de este mundo mediante mi condena, pero ya estoy cansada de vivir en esta vida, espero con ansias la siguiente, una nueva vida, una nueva oportunidad, una en la que pueda vivir ya sin el peso de lo que cargaba de la anterior y de esta, ya no cargo nada más que la fatiga de estar aquí, me redimí hace algún tiempo, es sólo que la muerte es quizá la única forma de libertad que el ser humano puede experimentar en el ciclo de la vida, sólo la estoy esperando y no dejaré de hacerlo hasta verla de frente y sonreírle y agradecerle el que haya venido por mí, cada final es, sin duda alguna, un nuevo comienzo y estoy en espera del mío.
Yo no supe qué decir, lo único que puedo afirmar es que cada palabra dicha por Julia Hidalgo resonaba en mi pecho como si fuera yo misma quien las dijera y las sintiera, puedo decir que sentía con exactitud lo mismo que ella, Julia me interrumpió diciendo: “Aún no he terminado de responder todas tus preguntas, lo de mi madre lo fui planeando casi desde que tuve la capacidad de razonar, su frialdad, su dureza, ese ímpetu de dominio, su preferencia hacia mis otros hermanos, su capacidad para hacerme sentir siempre menos y poco merecedora, fueron los ingredientes perfectos para que un odio inigualable creciera en mi pecho y un día sintiera la necesidad de salir, así que un día me decidí escribir una historia en la que matara de una manera muy cruda y cruel a unos de los personas de mi novela, y decidí ponerla en práctica con ella, empecé creyendo que era algo espantosamente crudo y que lo merecía todo, un día que llegué de visita a su casa la sedé con formol, y cuando despertó la tenía amordazada en el sótano de su casa, la llevé ahí arrastrada por el piso, hasta bajar a golpes por las escaleras, esperé a que despertara para que sufriera todas y cada una de las torturas que deseaba hacerle; así que esperé a que despertara, pero justo ahí, en ese preciso momento, cuando abrió sus ojos, me miró con espanto, como si no reconociera a quién tenía enfrente, y puede ser que así fuera, pues yo me sentía otra, llena de ira, de dolor, de enojo, pero al verla llorar, al ver su mirada de arrepentimiento, no pude, tenía pinzas para desprender sus uñas, esa sería la primer tortura, pero no puede llevarlo a cabo”.
Yo no dejaba de escuchar a Julia con asombro y como si estuviera viviendo aquella escena de película de terror mientras ella continuaba: “Así fue cómo en su lugar, llena de culpa por aquel acto delictivamente despiadado, la solté y le quité la mordaza, pero ella, mi madre, en lugar de gritar, salir corriendo a llamar a la policía o mínimamente abofetearme, se paró de la silla a la que la tenía amarrada y, llorando, mi pidió perdón, lloró tanto como yo lo hice una vez, como una niña desesperada, desolada; lloró sin parar y me abrazó hasta casi desfallecer y ella me pidió que la matara, que no quería vivir más, que en esta vida se había acabado y desperdiciado nuestra oportunidad, pero que en la siguiente ella lo haría mejor, me pidió que la asesinara, yo no supe cómo actuar, nada había salido como lo había planeado, como lo había escrito, como lo esperaba, en la mesa en la que tenía mis herramientas para torturarla había una jeringa extragrande que contenía tiopental sódico, bromuro de pancuronio y cloruro potásico, el trío perfecto para, según yo, acabar con la problemática de mi vida, quien había causado tanto desequilibrio emocional en mi existencia; te asombraría lo que una puede comprar en el mercado negro, esta la tenía lista para cuando me cansara de hacerle todo lo que pensaba; ella, en un arrebato, la tomó y me dijo que se la aplicara, yo me sentí paralizada, me temblaban las manos y las piernas, parecía no querer sostenerme más, la sujeté y le dije que no, pero tomó mi mano y se la aplicó en el estómago, me miró y de su boca sólo pude escuchar por última vez: ‘Perdón, nos vemos en la siguiente vida, esa será nuestra próxima oportunidad y lo haremos mejor’; ella murió instantáneamente en mis brazos”.
Julia no había terminado de contarme su historia, ella continuó: “Y así fue cómo maté a mi madre, sin mucha sangre, sin mucho sufrimiento, sin mucho drama, cualquier otra persona en mi lugar habría salido corriendo de ahí, en especial en mi caso, una ilustre escritora envuelta en semejante historia barata de terror, pero yo no lo hice, llamé a la policía y esperé a que llegaran para apresarme; y aquí estoy, pagando mi pena, a pocos meses de morir de la misma forma que murió mi madre, esperando esa etapa liberadora de la vida, aguardando por una siguiente oportunidad, en el fondo, siento que mi madre sabía el daño que me había ocasionado y le dolía profundamente el haber contribuido para convertirme en el monstruo que quizá soy, mi frialdad, mi ausencia, mi lejanía, quizá eran muy evidentes y reflejaban todo el odio y el rechazo que un día sentí por ella, pero sabes qué, antes de morir, la perdoné y espero verla en la siguiente vida, esperando una mejor fortuna para ambas”.
Cuando Julia terminó de narrar su historia tuve una última pregunta: “¿En algún momento lloraste, esto te hizo sentir dolor?”, y su fría respuesta no me sorprendió, fue muy lo que era ella: “Jamás derramé una lágrima por ese acontecimiento, lloré mucho cuando era niña, lloré tanto que a veces creo que se secaron mis lagrimales y no siento culpa, he pagado mi condena humana, siendo una rea que siempre se ha apegado a la reglas, puedo decir que ejemplar; no sufro lo que hice, sólo padezco esta vida y aguardo por la siguiente para poner en práctica todo lo que aprendí en esta; en fin, niña, después de no decir una sola palabra por casi 18 años a nadie, a ti te he dicho más de lo que debería, y ya está cayendo el medio día, el sol me está empezando a estorbar en el rostro, pero dime, cuál es tu nombre, y cuál es la razón por la que estás aquí, de dónde provienes, quién eres, es hora de contar tu historia y mi hora de volver a callar”. A lo que yo contesté: “Mi nombre es María, María Julia Hidalgo, vine para acompañarte, para que te perdones y me ames, después de todo, es el último paso para que te puedas marchar en paz, acéptame, ámame, cuídame, porque es todo lo que yo hago de ti siempre, aunque hasta ahora me notes, siempre he estado al lado tuyo”; Julia me miró y sonrió dulcemente, dándome a su vez un beso que perduró por siempre en mi memoria, fue así cómo una mañana de tantas abrimos los ojos y llegó el tan esperado día, la muerte llegó a nuestra celda, como tipos que vestían trajes blancos, quienes nos sujetaron a una camilla, con la que nos dieron el último paseo por el pabellón de la muerte, pudimos ver cómo todas nos observaban, unas reían, otras sólo nos veían en silencio, con mirada de lástima, asombro, intriga; pero nosotras, sin importar nada más, íbamos camino a la libertad y cuando entramos a aquel cuarto blanco, acompañada del personal de la cárcel y enfermeros, la puerta se cerró y aquello que parecía ser el final estaba por dar inicio a una nueva historia.
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"La asesina", Edvard Munch, 1906. |
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Nacira Núñez Campos (San José, Costa Rica, 1990). Actualmente es bibliotecóloga en un centro educativo en Upala de Alajuela, Costa Rica. Graduada de la UNED, es licenciada en Ciencias de la Educación con énfasis en Bibliotecología, Bibliotecas Escolares y Centros de Recursos para el Aprendizaje, a lo cual posee también un técnico en la especialidad de Estimulación Temprana, recibido por la Asociación Nacional de Estimulación Temprana de Costa Rica. Cursó de manera internacional y virtual una formación sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible, convirtiéndola en promotora de los ODS, capacitada por el Honorable Senado de la Provincia de Buenos Aires y el Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible en el 2019. Colaboró en la revisión del libro De aquí, de allá y del más allá, escrito por el autor costarricense Rodolfo Borbón Sartoresi. Escribió un artículo para la revista Conexiones del Ministerio de Educación Pública, y también tuvo la oportunidad de publicar un cuento en la revista peruana Kametsa (2024).
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