Sombra
José Baroja
Mantén tu rostro hacia la luz del sol
y no verás la sombra.
Helen Keller
—Sé que estás ahí.
—Aquí estoy.
—No has querido dejarme solo, ¿eh?
—No he podido, nunca he podido, tú bien lo sabes.
¿Has leído? Son palabras certeras. Sólo por si no lo notaste, te diré que estas brotaron desde la esquina más oscura del pequeño y miserable cuarto de Edgardo, cuarto que ahora ambos imaginamos como pequeño y miserable, al igual que a un enfermo Edgardo postrado en su cama. No obstante, lo destacable aquí es que para él, a diferencia de para nosotros, esas palabras duelen como una puñalada bajo la última costilla. Es su culpa, ya que se atrevió a sobrevivir a demasiadas vidas en una sola. Edgardo se atrevió a ser escritor.
—Creí que lo lograría, realmente lo creí, estuve tan cerca de encontrar el sentido de todo esto, tan cerca, ¿tú me viste, cierto?, siempre me viste, siempre estuviste ahí, aunque yo no quisiera saber de ti, lo siento, cómo quererlo cuando la creatividad fluía a toda hora, lista para ser traducida a mis palabras, para que me leyeran en pos de la inmortalidad, la pinche inmortalidad, ¿sabes qué significa eso?, estuve a punto de conocer el Arte..., pero... ya no puedo más, ya no puedo escapar de ti, no más, ¿cierto?
—No puedes.
—¿Saldrás de tu escondite?
—Cuando amanezca.
—¿Por qué esperar hasta entonces? ¿O me quieres ver llorar por mi actual pobreza, porque el mundo se ha colocado en mi irrealidad, porque ya nadie me lee? ¿Quieres que te suplique por un epílogo? ¿Es acaso una venganza por haberte ignorado, por haber escrito acerca de ti sólo para convencerme de que no eras más que una ficción? ¿Qué es la ficción después de todo? Nunca dije que no existieras, sólo te quise olvidar tantito, así como todos olvidan para poder sonreír en paz antes de ser abandonados dos metros bajo tierra. Estuve tan cerca de vencerte. ¿Por qué esperar hasta entonces?
—Puedo esperar, llevo 42 años esperándote, por qué no otro poco.
Edgardo tiembla, no por las palabras de esa sombra escondida en su recuerdo atemporal, sombra que le parece cada vez más humana, más incluso que otras voces que ha conocido durante su vida. No, no es eso, lo que pasa es que la fiebre se encamina hacia la cumbre de un Everest imaginario, fiebre que amenaza en su cénit con regar violentamente los sesos de Edgardo en el blanco techo que algún infeliz pintó sólo para tener algo de paz cuando despertara, cuando abriera los ojos, cuando se preguntara si valía la pena continuar. ¡Ja! Una mínima sonrisa delata el pensamiento de Edgardo, se ha imaginado la cara de sorpresa de quien encuentre su materia gris al día siguiente: su lóbulo frontal arriba y por toda la cama; su lóbulo temporal, posiblemente en partes sobre el malgastado velador y el mancillado suelo de baldosas. Ha sonreído de nuevo, tiene la idea de que en este momento sus ojos están desorbitados, por lo que ha recordado esa película antigua de Schwarzenegger, esa en que iba a Marte y no sé qué chingada con los extraterrestres hasta que en una escena, de la que tampoco recuerda mayor detalle, caía en el exterior de una colonia marciana y sus ojos parecían a punto de explotar.
—Total Recall se llama, pero te pareces más a Martin Feldman —se escucha desde el rincón.
—Tienes razón, muchas gracias, nunca he sido bueno para recordar los nombres de las películas, soy mejor con los libros, ¿es el actor de El jovencito Frankenstein?, ¿murió en Ciudad de México, no? ¿Lo conociste? No importa, ya no importa, qué bueno que estás ahí acompañándome en mi fracaso, no quise ser tan cortante, ¿me disculpas, cierto?, lo que pasa es que mi vida ha sido un ir y venir donde a ratos me he cegado por mi propia ilusión de haber encontrado algo, cuando creí descubrir algo que nunca llegó, sobre todo después de haber terminado esa novela que nadie quiso comprar, pues la gente está más preocupada de llenar el estante con tomos bonitos y esa edición, la verdad, era bastante fea, yo creo que tienta más a ser quemada que otra cosa, ¿desperdicié mi vida?, me pude haber casado, ¿lo sabías?, obvio que lo sabes, siempre estuviste ahí conmigo, ¿y si lo hubiera hecho sería feliz?, preferí leer y ahora no tengo ni siquiera para salir de esta cama, mira mis llagas, mira mis huesos...
—Te disculpo.
—¿Sería feliz?
—Te disculpo.
—Cabrón, te estoy preguntando, ¿sería feliz?, no seas culero, tomé la decisión adecuada, qué pasará ahora, qué pasará.
Edgardo comienza a asfixiarse. La sombra, menos humana que al principio, se acerca para observar con detalle las descomedidas convulsiones, pues siempre le ha gustado esa parte en que el cascarón parece romperse con la vehemencia de un demente que sabe que no hay nada detrás de la puerta, pero que aun así, la golpea con su cabeza hasta que no queda rastro de él. Luego, el alma queda servida en sus manos, esa porción diminuta, lista para ser devorada, con el objetivo de que no vuelva a existir. Las almas de los artistas saben mejor, pues Poe tenía razón, la tristeza es el ingrediente principal de lo que es bello. Edgardo ha muerto, su obra, ya lo veremos.
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"El sueño de la razón produce monstruos" (fragmento), Francisco de Goya (1799). |
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José Baroja (Valdivia, Chile, 1983). Licenciado y Magíster en Letras por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Cofundador de la Revista literaria Sudras y Parias, en Lebu, Chile, junto a los escritores Jaime Magnan y Alfredo O. Torres. A la fecha, cuenta con varias publicaciones, a las que suma su presencia en numerosas antologías tanto en inglés como en español, así como en diversas revistas especializadas en Letras y Filosofía. Entre sus últimas obras destacan El curioso caso de la sombra que murió como un recuerdo (Barcelona, 2018), Cuentos Reunidos-Antología Breve (Mendoza, 2019), El lado oscuro de la sombra y otros ladridos (Lima, 2020), No fue un catorce de febrero (Barcelona, 2020) y Sueño en Guadalajara (Barcelona, 2023). Radica en Guadalajara, México.
Genial que sigan publicando los cuentos de Baroja.
ResponderBorrarSupongo que todo artista se ha sentido así. Me gusta mucho cómo escribes, Baroja 😍
ResponderBorrarMuy bueno y experimental. En el fondo parece un cuento, pero tiene algo más: onda teatro.
ResponderBorrarMuy lindo libro: no fue un catorce de febrero. Me tocó en el colegio.
ResponderBorrarchingón!
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