Muerte Blanca

Daniel Medina Flores



Una montaña, la pequeña cabaña y él dentro de ella. Sintió una sensación extraña en su cuerpo. Las manos temblaban a pesar de estar hincado muy cerca del fuego de la chimenea. Giró su vista hacia la ventana. Se sentía cansado. El fuego era débil, sus ojos estaban clavados en la pequeña llama, tenía miedo. Escuchaba un sonido proveniente de la ventana, un leve y continuo golpeteo que entraba por sus oídos y creaba un eco que le calaba en todo el cuerpo. No era tonto, sin embargo; tenía la esperanza de que todo cambiara. “Van a venir”, se dijo por primera vez.

Sus manos estaban congeladas y el dolor en la parte baja de la espalda era insoportable. Al momento en que aspiró pudo ver el vaho saliendo de su boca. Muy cerca de él, el gran reloj de ébano le anunciaba el paso del tiempo. Lo vio de reojo con mucho nerviosismo, no quería saber la hora, no quería sospechar el tiempo que le quedaba. El golpeteo de la ventana también se dirigió a la puerta. No se movió. Clavó la vista en la chimenea.

El fuego declinó, no pasó mucho tiempo para que se extinguiera. No tenía madera para crear uno nuevo, supo en ese momento que se terminaban sus alternativas. Se puso de pie con movimientos lentos. Caminó hasta la ventana y vio que la tormenta de nieve arreciaba. En su interior la idea se hizo más fuerte: “Van a venir”, se dijo. Limpió la ventana para mejorar la vista pero no logró ver más allá de un metro, “Van a venir”, dijo, “van a venir”. Subió el cierre de la chamarra hasta la parte más alta y se engarruñó en su lugar mientras el vaho no dejaba de salir.

Caminó en círculos por el lugar. El reloj de ébano continuaba anunciando el tiempo, se detuvo frente a él y lo observó durante un rato. Tic tac, tic tac, el sonido vago y al mismo tiempo escalofriante de las manecillas le llegaba a sus oídos. Cada sonido se asemejaba al golpe de los copos de nieve. Su mente se perdió en el reloj. Tic tac, tic tac. Los segundos pasaban, se acumulaban mientras su cuerpo se congelaba y la tormenta se hacía fuerte. Tic tac, tic tac. “Van a venir”.

La montaña, el pequeño cuarto, todo estaba en silencio salvo por el sonido de las manecillas, el anuncio de la continuidad del tiempo. Afuera la nieve seguía cayendo. Giró la vista hacia la puerta. Fue hacia ella a paso lento, con movimientos casi hipnóticos la abrió y vio la tormenta. Nieve y nada más. La soledad se posó en su cabeza y la campanada de una nueva hora lo hizo temblar otra vez. “Van a venir”. Afuera estaba la Muerte Blanca.


Sin derechos. 


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Daniel Medina Flores (Zacatecas, 1987). Licenciado en Letras y maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Militante izquierdista en la Juventud Comunista de México. Lector apasionado de historia, fantasía heroica y terror.

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