Los relatos inacabados de Javier Marías

Laura Daniela Huerta Alcántar

Comparado con la idea del libro total,
todo escrito, en la práctica, consta de fragmentos.
Susan Sontag


Javier Marías, Cuando fui mortal,
Alfaguara.
Acercarse a un libro de relatos requiere, al igual que cualquier acercamiento, de una disposición particular para llegar a un fin determinado: dar un paso al frente no significa tener los sentidos abiertos, mucho menos preparados para penetrar o ser penetrado, según sea el caso, por el objeto que se aproxima. Mi hipótesis general en la vida es que de la disposición que tenga el sujeto en ese momento en que la distancia entre él y el objeto deja de aumentarse o de ser estática para reducirse, depende la unión que se dará entre ellos y el producto de ésta, si es que se logra.
Es probable que en mi caso haya sido esta preparación deficiente (o no, eso está por juzgarse) la causa de que al terminar de leer Cuando fui mortal mi cabeza se haya empeñado en trazar líneas de una historia a otra sin respetarlas como mundos ficticios independientes, como los cuentos que son. Nunca había leído a Javier Marías y las veces que había llegado a escuchar sobre él los textos mencionados eran sus novelas; tal vez por eso de forma inconsciente me acerqué buscando que las historias tuvieran continuidad, resaltando las palabras que aparecían en varios textos, encontrando similitudes, formando bosquejos; y si bien no logré unir las narraciones en una sola porque no fue factible, encontré entre mis imaginaciones algunas no tan descabelladas.
Cuando fui mortal está compuesto por doce relatos publicados en un lapso de cinco años (1991-1995); once de ellos escritos por encargo para revistas, suplementos o antologías temáticas y por lo tanto limitados, en cierta forma, a las restricciones de tales encargos, asunto que aunque tienen en común comienza a determinar sus diferencias. En general sus características varían (la extensión, la temática, la estructura), no obstante en algunos aspectos existen puntos que los hacen encontrarse. 
La voz narrativa de todos los cuentos es en primera persona, las narraciones son íntimas, anecdóticas y a menudo aparecen enunciados discursivos encaminados a ofrecer reflexiones personales que asoman las meditaciones y el punto de vista del narrador frente al mundo en el que está, e incluso, aventurándose a ir un poco más lejos, podría afirmarse que se asoman los puntos de vista del autor. El narrador además participa dentro de la historia; sus actos siempre son congruentes con la perspectiva desde la que narra. Hay dos excepciones, “Figuras inacabadas” (1992) y “No más amores” (1995), en las que la historia se cuenta en tercera persona; el narrador habla de sucesos en los que no participó.
Asimismo es importante destacar que la mayoría de los cuentos tienen finales abiertos o mantienen el suspenso hasta su desenlace, es decir, las preguntas que se plantean a lo largo de los relatos quedan sin respuesta una vez que estos han terminado: cortan ahí en la duda, donde queda lugar para que las historias continúen dejando la sensación de estar inacabadas.
En general estas son algunas de las similitudes que se pueden hallar en la superficie de los cuentos incluidos en esta recopilación. Ahora, intentando hacer observaciones más cuidadosas, apartaré tres de ellos: “El médico nocturno”, “La herencia italiana” y “Todo mal vuelve”, los cuales llamaron mi atención por crear en mi mente el efecto ilusorio de que sus personajes eran los mismos (al leer me pareció que se trasladaban de un cuento a otro) y dejar en algunos momentos un aire de continuidad que los hizo aparentar que se antecedían o se precedían y que, a final de cuentas, estaban ocurriendo en el mismo universo.
Comenzaré por destacar los elementos al interior de los textos que me permitieron encontrar pistas para explicar mis sensaciones.
Los relatos dentro del libro están dispuestos cronológicamente según su fecha de publicación. El primero en aparecer es “El médico nocturno”, que fue publicado en una revista en 1991. La historia es contada por un hombre español que habla acerca de su amiga Claudia, una italiana que vive en París, la cual le presenta a otra amiga. Las vidas de ambas transcurren en circunstancias parecidas: las dos son italianas que viven en París, están casadas con maridos más grandes que ellas, adinerados y tacaños que las restringen de forma extrema en todos los gastos porque ellas no ganan lo suficiente con su trabajo. Tales coincidencias conducen al narrador a sospechar que esto tiene relación con la muerte del marido de una de ellas y suponer que también morirá el marido de la otra.
El segundo cuento que conforma el libro se llama “La herencia italiana” y fue publicado el mismo año que “El médico nocturno”. La obra esencialmente consiste en un relato contado por otro chico español (¿o es el mismo?) que tiene dos amigas italianas que viven en París, cuyas vidas también se coordinan. A diferencia del primer cuento, en este ambas mujeres son amigas del narrador y es él quien las presenta. A partir de este hecho comienza a notar las incidencias sucesivas en las vidas de sus amigas:
                           
                                 Desde que se conocieron, o mejor, desde que se vieron y ambas saben que conozco a ambas, sus vidas han cambiado demasiado rápido y no tanto paralelamente cuanto consecutivamente. Ya no sé si debo cortar con la una para liberar a la otra o cambiar el sesgo de mi relación con la otra para que la una desaparezca de la vida de aquella. No sé qué hacer, no sé si hablar.[1]
           
Dentro de los relatos se pueden encontrar tres elementos narrativos importantes: la insinuación, la elipsis y el suspense.
En “El médico nocturno” la historia se plantea apuntando a la posibilidad de que la muerte del marido de una de las amigas indica la posible muerte posterior del marido de la otra: “Ahora que sé que mi amiga Claudia ha enviudado de muerte natural del marido, no he podido evitar acordarme de una noche en París hace seis meses”[2], introduce el narrador inyectando con esa sentencia la incertidumbre que impulsará la historia: “Una insinuación no es más que un germen, del cual sólo veremos después la fuerza germinante”.[3] En este caso la insinuación opera aumentando tensión sin que ésta llegue jamás a romperse, todos los acontecimientos que cuenta inmediatamente después funcionan al modo de un gran paréntesis explicativo que se cierra antes de reiterar sus conjeturas al final del relato.

                              La última vez que lo vi fue cuando salí de su casa aquella noche, tras la cena de siete personas, para acompañar a la amiga italiana cuyo nombre no recuerdo ahora. Precisamente porque no lo recuerdo no sé si la próxima vez que vaya a París me atreveré a preguntarle por ella, pues ahora que Hélie ha muerto, no quisiera correr el riesgo de enterarme acaso de que también ella ha quedado viuda desde mi marcha.[4]
           
Aunque es relativamente complicado detectar una elipsis, en este caso puede deducirse ya que toda la información que podría resolver las dudas del lector es omitida del texto. Por otra parte, es el focalizador quien impide saber lo que pasa, ya que esa información queda fuera de su alcance y como consecuencia no llega al lector. Esto muestra el tercer elemento narrativo: el suspense. El tipo de suspense que aquí se encuentra es en el que tanto el narrador, como el lector, ignoran algunos hechos, “se evoca una pregunta perfectamente posible que ni el lector, ni el personaje puedan darle respuesta”.[5] El suspense aquí funciona de la misma manera que en el inicio de la mayoría de las novelas policiacas, pero a diferencia de lo que ocurre en ellas, aquí no se resuelve.
En la primera historia los juicios que se insinúan acerca de las amigas están fundados en hechos: ambas fueron visitadas por un médico, ambas tenían dinero escaso, ninguna soportaba ya a su marido, los maridos de ambas eran ricos, y uno de ellos ya estaba muerto cuando el narrador empieza a hablar. En la segunda historia la influencia de la vida de una mujer en la vida de la otra es prácticamente inexplicable. “Nunca he hablado de Silvia con Giulia ni de Giulia con Silvia, pues ninguna de las dos es persona interesada en la vida de los demás ni me parece educado contar a otros oídos lo que en principio solo se brindó a los míos”[6], en este cuento no existen insinuaciones claras, pero el suspense, al igual que en el otro cuento se produce porque el narrador y el lector comparten lo que desconocen y al terminar el cuento la incertidumbre permanece. Fueron las omisiones en los textos, lo que no se encuentra en ellos y queda por resolver, lo primero que me causó extrañeza en los relatos y me hizo sentir que se podían unir, tal vez en ese punto que escapaba a mi visión, en aquello que desconocía, estaba la respuesta.
Como ya ha sido expuesto dentro de ambas historias existen coincidencias. En “El médico nocturno” las similitudes, aunadas a los elementos narrativos ya mencionados, crean la insinuación de que éste estuvo involucrado en el asesinato del esposo de Claudia, y al ser tan cercana y parecida la situación de la amiga, la vuelve también sospechosa. La narración se desencadena de forma que se exponen pistas que conducen a crear conjeturas acerca del fallecimiento, sin embargo, jamás se señala de manera explícita a ninguna de las mujeres como culpable de asesinato, es el lector quien se aliará con el narrador para generar las suposiciones y la atmósfera de desconfianza. Las similitudes de los casos permiten crear verosimilitud y justifican que el narrador relacione la muerte del marido de una de ellas con lo que pudo observar aquella noche y como consecuencia intuya la muerte del otro. El uso de las estrategias narrativas convierte las coincidencias cotidianas en algo enigmático, casi asombroso.
Del mismo modo que las coincidencias dentro de las narraciones crean sospecha, las coincidencias entre un cuento y otro construyen una atmósfera que alerta al lector acerca de las posibles relaciones entre ellos.
La última noche que el narrador ve a las mujeres, éstas son visitadas por el médico, a quien el narrador sólo ve claramente la primera vez y por lo tanto desconoce, al igual que los lectores, si se trata del mismo o si son doctores diferentes. Los médicos también comparten características en común: ambas mujeres mencionan que es español y en su silueta se reconoce un maletín inusual descrito como “de otra época”, además, primero visita a una y luego a la otra. El asunto del médico no acaba ahí; este personaje es el que nos permite saltar a un tercer cuento: “Todo mal vuelve”, publicado en 1994 y definido por el propio autor como lo más autobiográfico que ha escrito en su vida.
La descripción del médico que aparece en “El médico nocturno” no solo coincide dentro de la historia, también es prácticamente la misma descripción que aparece en “Todo mal vuelve”, incluso con las mismas palabras. En el primero la descripción es la siguiente: “Este médico compatriota portaba maletín negro como los de otra época, y tenía un rostro anticuado como salido de los años treinta: un hombre bien parecido pero huesudo y pálido, con el pelo rubio de piloto de caza, peinado hacia atrás”.[7] Mientras en “Todo mal vuelve” el médico es descrito como un hombre “con un rostro enormemente anticuado, parecía salido de los mismos años entreguerra de los que procedía su literatura: el pelo rubiáceo echado hacia atrás y levemente ondulado como el de un piloto de caza o un actor francés a blanco y negro”.[8]
Además de lo ya mencionado, las tres historias son contadas por un hombre español y en las tres éste se relaciona de alguna manera con mujeres italianas que viven en París. No solo parece que los personajes se repiten, pareciera también estar hablando el mismo sujeto en realidades regidas por posibilidades alternas, como un tema con variaciones, o como si se observara al mismo sujeto en distintas realidades con las similitudes que implica que sea el mismo tipo pero en distintos universos.
En la nota previa que comienza el libro, Javier Marías explica cómo el cuento “En el viaje de novios” coincide en su situación principal y en muchos párrafos con Corazón tan blanco: “Es una muestra de cómo las mismas páginas pueden no ser las mismas, según me enseñó mejor que nadie Borges en su pieza Pierre Menard, autor del Quijote”.[9] A mi parecer es ese el juego de Marías al crear: jugar a que las mismas páginas no sean las mismas, a que los mismos personajes no sean los mismos, a que las mismas historias no sean las mismas. Es un juego que implica que los personajes, las historias y sus mundos ficticios están inacabados, como tomando en cuenta una visión universal que nunca se puede abarcar completamente y de una sola vez. Implica la conciencia de que la perspectiva siempre es parcial, y que lo que se nos cuenta, al igual que lo que creemos y lo que vemos, parte de una mente y una memoria fragmentarias.

Foto de Gianfranco Tripodo de The New York Times. Tomada en:
https://www.nytimes.com/2014/09/26/arts/international/javier-maras-spains-elegant-master-novelist.html?_r=0


BIBLIOGRAFÍA:
BAL, Mieke, Teoría de la narrativa, Madrid, Cátedra, 1990.
BORGES, Jorge Luis, Ficciones, Buenos Aires, Emecé, 1965.
MARÍAS, Javier, Cuando fui mortal, México, Alfaguara, 1998.
______________, Mano de sombra, Alfaguara, 2011.
STEENMEIJER, Maarten, El pensamiento literario de Javier Marías, Amsterdam-New York, Rodopi, 2001.




[1] Javier Marías, Cuando fui mortal, Alfaguara, México, 1998, p.33.
[2] Ibíd, p.17.
[3]Mieke Bal, Teoría de la narrativa, Cátedra, Madrid ,1990, p.73.

[4] Javier Marías, op. cit., p. 29.
[5] Mieke Bal, op. cit., p. 120.
[6] Javier Marías, op. cit., p. 36.
[7] Ibíd., p. 19.
[8] Ibíd., p. 106.
[9] Ibíd., p. 11.

Comentarios

¿SE TE PASÓ ALGUNA PUBLICACIÓN? ¡AQUÍ PUEDES VERLAS!