Tres poemas de José Ibarra


*
en la ciudad hay hormigas
(minúsculas),
cientos, miles, millones,
millones de millones,
pero nadie las ve.

hoy las he visto,
ellas siempre están trabajando
y a las prisas porque se les hace tarde;
ya el sol se despide.

al igual que a diario,
nadie,
o en verdad muy pocos,
las han visto.

yo estoy enamorado de una.

jamás me verá,
su desinteresado y laborioso andar se lo impide,
no hará jamás una pausa mínima,
aun cuando rodeé esta benemérita estatua que le mira piadosa,
pero llena de mierda en la cabeza.


*
Cuando digo
“Te quiero con el alma”
suspiro,
mi alma vuela a la tuya,
pero antes de llegar
muere,
pues es fuego sin brasa al viento.


*
Tal es la quietud en mi vida
que escucho el crecer de las plantas
y el nacer de las flores,
asimismo el trinar de las aves,
de insectos que aún son pasto escucho que comen pasto,
los pasos en el polvo de hombres que no son ni polvo,
y sus llantos que serán aire antes que mar.

Tal es la quietud
que claramente escucho un murmullo de poeta,
hoy ya muerto y desconocido,
cuya poesía habla del silencio y la soledad,
percibo su voz silente y acompasada como ola en la mar.

Tal es la quietud
que percibo cada nacer de alba
y cada morir de día.
Estas vidas y muertes hacen el mismo ruido
que hace un pez al beber las unas y al respirar las otras,
ambas semejantes al andar de la serpiente solar.

Tal es la quietud
que escucho a conciencia pensamientos óptimos,
ideologías conciliadoras cuyos dueños asesinados son,
oigo esas luces liberadoras como oigo la luz de estrellas que han muerto.
Escucho y sigo en el mismo sitio,
aquí me instalaron para ser visto.

Tal es la quietud
que una paloma me caga
y todo lo olvido. 


Sin derechos.

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