Posesiones

Estefanía Porras Barajas


Los designios del destino no siempre han de coincidir con las rutas que marcas en tu vida.  Tomar decisiones o abstenerte a ello: así resumes tu existencia. Te nubla pensar que realmente no eres quien controla cada uno de tus pasos. Imaginar que tu día a día ha sido previamente articulado en un manuscrito que lleva tu nombre, te aterra y estremeces. ¿Qué pensarías si te cuento que el resto de las personas que habitan nuestro mundo fueron fabricadas, de modo tal, que su rumbo era presenciar el tiempo y espacio en el que ahora están? ¿Sentirías miedo? ¿El aire se te iría y tus pulmones parecerían colapsar? 
Te invito a que mires con detenimiento alrededor y contemples, en el paisaje, el majestuoso orden que Cronos preparó para ti: ritmo, luces, sonido, cultura, magia… enclaustramiento. Hombres y mujeres son luz en equilibrio; los entes como yo, la sombra.  Si te asusta pensar en una existencia determinada, aún no sabes lo que es ser creado para vivir en el rincón del olvido. Ése ha sido mi sitio y, a partir de ahora, será el tuyo.
¡Qué delicia aferrarme a tus latidos y aprisionar con mis manos tus huesos para saborear la vida! Con el transcurrir de los días, adquiero un mayor dominio de tu cuerpo y es sólo al llegar la noche cuando escucho tu lánguida voz taladrando mis oídos. ¿Acaso nunca te cansarás de suplicar?
Durante años has desperdiciado tu vida: creciste siendo color y fuerza, pero en un punto te perdiste y tu esencia se vio corrompida por la formalidad. Ingresaste a una escuela para instruirte en algo que detestas. Pasas días perdido entre alcohol, estupefacientes y en algunas ocasiones, teniendo sexo. Aprisionaste al genio creativo que rondaba en tu mente.  Fuiste un objeto más, una silla, una mesa, un “algo” que está ahí sólo por estar, una sombra.  Volviste ridículo al niño que una vez habitó en ti, quebraste al máximo la gracia que era prohibida para mí…
Con celo observaba tu silueta, tu rostro, tus miembros; tu capacidad de moverte de aquí para allá y de sentir calor o frío. Tu perfecta integridad humana saboteada por una mente que, con el tiempo, se volvió paulatinamente idiota. Y un buen día, te miré insomne en tu cama. Posaste tus ojos en la esquina desde donde me escondía, como si supieras que estaba ahí. Clavé mi penumbra en tu mirada y con calma penetré tus pupilas hasta hacerlas mías; sólo en ese momento vi una chispa disparada en tus ojos: terror.
Intentaste de un golpe abandonar tu cama, agitar los brazos, pero no pasó nada. Hablar te resultó difícil y, con placer, yo sentía que ante tu impulso de abrir los labios, mi voluntad se imponía para cerrarlos. El corazón (nuestro) acelerado como loco, me dolía y excitaba. Pasé tres días encerrado en tu morada a fin de saber cómo se manipulaba este tejido de nervios y músculos, diferenciando los sonidos que producía (nuestra) voz. Pero, sobre todo, aprendiendo cómo dejarte fuera. 
Continúas en mi interior, débil, arrinconado en la memoria junto a tu infancia. Mas hace tiempo dejaste de ser una amenaza. Algunas veces lanzas algún gemido como intento de palabra. Nadie te escucha, nadie más que yo.
En el mundo hay mucho más de lo perceptible a la vista y la gente, en su ignorancia, lo confunde con creaturas sobrenaturales o engendros. Sin embargo, no es así. Me sorprende que, acostumbrados a vivir de opuestos –día, noche; calor, frío–, todavía no entiendan que existe la contraparte de su esencia humana: energía oculta, invisible, carente de fisonomía… y deseosa de una.
Posesiones. Así es como nombran al momento en que una sombra se apodera del hombre. ¡Vulgar lenguaje humano! Es más un reclamo, un derecho que desde la creación se nos fue arrebatado, justificando en la grandeza que ustedes pueden lograr. Pero al mirar a esperpentos como tú avanzar por la vida sin pena ni gloria, el argumento se rompe.
Cada mañana seguimos la misma rutina, aquella que iniciaste y que se llenó de monotonía. Para mí, los pasos son nuevos, las avenidas recién conocidas. Me asombra sentir los rayos del sol y palpar el agua que brota a borbotones de las fuentecillas. A veces comienzo a creer que este cuerpo siempre perteneció a mí. Pero sé que estás aquí, que me acompañas todos los días. Te miro en el reflejo del espejo, al fondo de la pupila. Cuando por fin eres capaz de regresar la mirada, el corazón se agita, piensas en salir… Y te sonrío porque sabemos que sólo la muerte nos sacará de aquí.


"Inocencio X", Francis Bacon (detalle). 


Estefanía Porras Barajas (Guanajuato, México, 1996).

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