Homicidio pactado. Dos cuentos de Mauricio Berumen Jiménez


Homicidio pactado

Todos los vecinos decidimos matar a don Tomás. Él era un anciano al que le gustaba alardear sus experiencias como policía y creer que podía hacer lo que le viniera en gana. Por un tiempo soportamos sus constantes agravios, los insultos a los niños, nuestros perros envenenados, porque según él orinaban su puerta principal, las bolsas llenas de basura que dejaba por toda la calle o esa manía de estacionar su Mustang enfrente de cualquier cochera. La decisión de quitarle la vida no fue fácil, pero estábamos hartos de la impunidad de sus actos y de que la policía hiciera caso omiso de nuestras denuncias. Y a pesar de lo que pueda pensarse, asesinarlo y crear una coartada no fue difícil, supongo que eso se debió a la participación comunitaria; mi madre solía decir que dos cabezas piensan mejor que una, qué habría dicho de veinte. Cuando subieron el cuerpo de don Tomás cubierto por una sábana blanca a la ambulancia, muchos de nosotros nos asomamos por la ventana de nuestros hogares y observamos la escena con satisfacción en el rostro. Sin embargo, la tranquilidad no regresó, hoy en día planeamos matar a la vecina indiscreta, sospechamos de ella.


Irrepetible

Se levantó con la resaca de los sueños a cuestas, durante una hora indeterminada de la madrugada, había tenido pesadillas y al despertarse todavía las sentía colgar de sus párpados. Se frotó las sienes mientras iba al baño para orinar. Le dolía la cabeza y no recordaba nada de los días anteriores. ¿Algo tenía que ver los medicamentos que le recetó su terapeuta? En el trabajo le dieron vacaciones forzadas, eso lo recordaba a la perfección, el problema era que no recordaba por qué exactamente. Si no iría a trabajar, ¿qué haría entonces ese día? Los pensamientos le daban vueltas, ¿por qué le faltaban pedazos de memoria?

Salió a la calle. Iría al parque cercano de su casa. Quería distraerse, quizás el aire fresco lo haría recapitular y conectar los recuerdos. Cuando se hallaba guardando las llaves de su hogar en su pantalón, algo lo alteró. Un sujeto idéntico a él, pero de cabello rubio, caminaba del otro lado de la acera. Sorprendido, lo siguió con la mirada. Estuvo tentado a correr detrás de él y cerciorarse de lo que había visto, aunque al reparar en su dolor de cabeza y lo extraño que se sentía, pensó que tal vez se había confundido. Comenzó a caminar, las calles le eran familiares, pero no por haberlas andado miles de veces antes, si no que ahora se le presentaban borrosas, intermitentes, como si las conociera y no a la vez.

Al doblar una esquina, donde estaba el local de café donde le gustaba comprar donas, otro tipo, también idéntico a él, aunque con un ojo de vidrio, salía de la tienda, en una de sus manos llevaba un vaso que despedía una columna de vapor. Confundido, lo miró con gesto de rareza, el individuo pasó frente a él y al notar que lo observaban devolvió la mirada, quizás diciendo: ¿estás bien, amigo?, o, ¿qué me ve este maldito loco? El hombre dando pequeños sorbos a su vaso se alejó y se perdió entre la masa de edificios. ¿Qué me está pasando?, se preguntó mientras el dolor de cabeza le aumentaba. Cerró los ojos, se frotó las sienes, gesto característico suyo, con el pulgar y el índice de la mano derecha. Entonces al abrir los párpados y recuperar el enfoque vio a través del cristal de la cafetería que el tendero, que en ese momento recibía un billete, era sin lugar a dudas igual a él, incluso en la forma como sonreía.

Esto no puede ser, pensó y, con paso rápidos, se marchó. Me estoy volviendo loco, se decía una y otra vez. De repente recordó a su terapeuta, el tratamiento que estaba llevando a cabo, sus compañeros de trabajo preguntándole si estaba bien, el problema era que no lograba conectar nada en claro.

Al llegar al parque y sentarse en una banca, los rayos de sol y el aire puro lo reconfortaron e hicieron que recobrara un poco de calma. Al regresar a casa llamaría a su terapeuta, el contacto lo tenía allá, mientras tanto debía recuperar la calma por completo. Suspiró a profundidad y contempló lo que había frente a él. El parque se extendía con su alfombra verde, los árboles regados al azar, grupos de niños jugando y la gente yendo y viniendo por los caminos pavimentados.

Su respiración, acelerada momentos antes, volvió a la normalidad, sin embargo, cuando puso atención a los detalles a su alrededor se percató una vez más que un hombre calvo de chamarra de cuero, similar a él, caminaba a unos cuantos metros de la mano de una bella joven. Luego, al voltear a un costado, ese mismo rostro que le devolvió el espejo al arreglarse antes de salir a la calle era el mismo que perseguía a una niña y que, al alcanzarla, con esos mismos labios que él apretaba en ese momento, besaron las mejillas sonrosadas del infante. Desesperado, giró la cabeza a todos lados, sólo para darse cuenta que había otros diez sujetos con su mismo semblante, salvo ciertos rasgos diferentes, desempeñando diversas actividades. No pudo más con la presión y salió corriendo y fue tanto su ensimismamiento que cruzó una calle despavorido sin fijarse a ambos lados y un carro lo atropelló.

Perdió el conocimiento por unos instantes, para su fortuna sólo había conseguido un par de rasguños, que su pantalón se rasgara en una de las piernas y el golpe del auto, que seguro le causaría un moretón. Al abrir los ojos un montón de gente se apiñaba alrededor suyo, entre ellos un comerciante de una tienda cercana al accidente y que lo conocía de mucho tiempo atrás. Fue al primero que vio y fue como verse a través del futuro, era él una vez más, pero esta ocasión más viejo y con barba. Asustado, se levantó y salió corriendo del lugar sin importarle que el conductor que lo atropelló le gritaba cuestionándole si estaba bien. El comerciante se posó al lado del chofer y le dijo que no se preocupara, que era la tercera vez en el mes que pasaba algo similar, le explicó que el sujeto que huía con el pantalón roto estaba en terapia porque hacía poco se le había detectado una enfermedad neurológica, una nueva y extraña que se estaba presentando en un porcentaje reducido de la población de clones, una donde disociaban la realidad y los hacía sentirse irrepetibles y que por su novedad nadie sabía cómo tratarla.

―Pobre muchacho ―concluyó mientras éste se alejaba―. Yo lo conocí de niño y siempre fue muy alegre. Sólo espero que esa enfermedad nunca nos llegue a dar o si no…


"How They Met Themselves" de Dante Gabriel Rossetti (1864).

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Mauricio Berumen Jiménez (Zacatecas, 1992). Estudió Biología en la Universidad Autónoma de Zacatecas y es Maestro en Ciencias en el Posgrado de Innovación en el Manejo de Recursos Naturales. Los géneros que más le llaman la atención son la fantasía y la ciencia ficción. Admirador de Ray Bradbury y Carl Sagan, de los seres vivos que habita este planeta y del vasto cosmos que se extiende en el dorso de la noche. Ha publicado en distintos medios físicos y virtuales. 

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