Pruebas constantes: algunos desafíos. El desafío en los cuentos “El desafío” y “Día domingo” de Mario Vargas Llosa
Ezequiel Carlos Campos
Yo creo que la
vida misma en sociedad
impone al hombre
una serie de pruebas constantes,
de pugnas
permanentes.
Mario Vargas Llosa
Con Los
jefes, primer libro del autor peruano Mario Vargas Llosa, publicado en 1959,
irrumpía en el ambiente de la literatura hispanoamericana un narrador que, años
más tarde, con La ciudad y los perros,
sería considerado como uno de los máximos representantes del famoso grupo de
escritores llamado “boom”, que catapultó el reconocimiento mundial a autores de
la generación de Vargas Llosa, como a Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, y
a otros autores que ya eran conocidos en su país; autores importantes –de no
menor calidad– como Alejo Carpentier, Julio Cortázar, Juan Rulfo, entre otros.
Además, con el Premio Nobel de Literatura en el 2010, Mario Vargas Llosa
quedaría en la historia del Perú y de América, apreciado y aclamado por la
literatura absoluta.
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Mario Vargas Llosa
cuenta que en su infancia no había más diversión que salir con los amigos a
patinar, dar la vuelta, caminar; se percibe en sus cuentos algo distinto a como
él pinta su propia infancia. Ya las bicicletas, el cine, los automóviles son la
cotidianidad de los jóvenes peruanos. Antes, dice el autor, cada niño estaba
ligado a un barrio, conjunto de personas unidad por algo y con, quizá, alguna
finalidad. En los cuentos “El desafío” y “Día domingo” el barrio es un tema
importante. En los cuentos, esos amigos son amigos hasta la muerte, con ellos
se crece, se habla, se llora, viven su vida, destinada a esas mismas amistades.
Este tema del barrio se encuentran en textos como La ciudad y los perros, Los cachorros, en cuentos de Los jefes, principalmente. ¿Pero qué
importancia tiene el barrio en los cuentos señalados? En los cuentos, el barrio
es parte principal para que los desafíos se realicen, serán ellos mismos los
espectadores de dichos retos, cómplices de las desgracias o las glorias. Por
eso de que el barrio, los amigos, sean importantes para la historia de los
relatos.
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Es un cuento narrado en
primera persona, por Julián, y trata de un desafío a muerte entre dos hombre,
el Cojo y Justo, amigo de Julián. La pelea se realiza en La Balsa. Luchan hasta
que muere Justo y su cadáver es transportado por sus amigos, su barrio, de
vuelta a la ciudad.
¿Cuál es el desafío en
este cuento? El Cojo y Justo se encuentran y era tanto su odio que terminaron
poniendo su pugna para la noche. “Si tenían que pelear, mejor que sea así, con
todas las de la ley”.[2] Un
desafío es un desafío y, como hombre, se tiene que enfrentar con la cara en
alto. Cuando alguien desafía a alguien, el que es retado, tiene la obligación,
primero, de no hacer quedar mal a su barrio, si es el caso de que sean
enemigos. Ahí se encuentra lo que decía Luis Harss, la virilidad como tal, el
ser alguien que tiene que cumplir con el desafío. Lo importante no es vencer,
sino, al ser desafiado, enfrentar el reto. Justo no fue un vencedor. Perdió la
vida en la lucha, pero él, con pocas fuerzas, seguía luchando hasta ya no poder
más. El Cojo pedía a los amigos de Justo que pararan la pelea, al ver que ya no
podía más su contrincante, “Ya vaya, pórtese como un hombre”.[3]
¿Qué significan estas palabras? Ser un hombre, así de sencillo, cumplir el reto
al que aceptó y enfrentarlo.
La vida, en los
personajes de Los jefes, está en manos
de pruebas constantes que llegarán a ser desafíos. Otro caso de desafío está en
el cuento “Día domingo”, cuento con un narrador omnisciente, que relata la
historia de dos jóvenes miraflorinos por el amor de una muchacha llamada Flora.
Empieza con la declaración de amor de Miguel, pero ella no quiere darle una
respuesta en ese instante, lo pensará. Ella se quedaría de ver con Rubén, el otro
joven; pero Miguel se entera y busca al otro. Lo encuentra en un bar, al lado
de todos sus amigos, su barrio, “los pajarracos”. Miguel evita el encuentro de
Rubén con Flora, desafiándolo, primero, a beber cerveza. Los dos beben. Según
los amigos, queda en empate la lucha. Después de pensarlo, ponen otro desafío,
el nadar ese noche por la playa –siendo invierno– y el primero que nadara y
regresara con los amigos ganaba; así, ebrios, llegan y se meten al mar. Nadan y
a Rubén, que era un buen nadador, le da un calambre y teme ahogarse. Miguel lo
salva y llegan juntos con sus amigos, que los esperaban con impaciencia.
Se está ahora ante una
prueba de amor. ¿Qué no hace uno por el amor? Estos jóvenes hicieron un desafío,
ya no de muerte como en “El desafío”, sino un reto que los catapultaría, al
ganador, como único vencedor; el ganador tendrá la oportunidad de tener el amor
de Flora, porque el perdedor dejará de verla. “Pajarracos, estoy haciendo un
desafío”.[4] Al
igual que en “El desafío”, se reta a alguien, en este caso, a un amigo. ¿Cómo
quedar mal con sus amigos cuando hay un desafío? Aparte de que no se pone en
juego el desafío como tal, sino el amor de Flora. El barrio es cómplice de está
incitación, son los que serán jueces de los resultados. Como hubo un empate en
el primer reto, el de beber, los infiltrados ponen otro, más complicado aún.
En el final se encuentra
la posible gloria de Miguel, después de que a Rubén le diera el calambre y dijera
que le había ganado Miguel; él piensa en su gloria, en qué dirán sus amigos,
los del barrio, cuando sepan que le ganó al campeón de nado, al galán, qué dirá
Flora cuando sepa que había ganado el desafío como todo un hombre. En caso
contrario a Justo, Miguel tocará la gloria en persona, ya que se sabe que la
muerte del primero no será en vano, sino él será valiente, el valiente Justo.
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En “El desafío” y en
“Día domingo” los desafiados se enfrentaron por distintas causas, por ser
enemigos, por el amor de una muchacha. Aquí, Vargas Llosa nos muestra la vida
en las calles de su país, esa realidad que nos hace ver de un machismo y un
sentido de gloria como antaño. Los protagonistas viven dentro de un sistema de
ásperas jerarquías, basadas en el reto y el combate: el querer ser el mejor del
barrio, el tener lo que siempre se ha querido, el aprendizaje de la madurez, la
lucha por la supervivencia y el dominio de unos por otros. En estos cuentos,
Mario Vargas Llosa regresa a la condición de su infancia, donde él y su barrio
patinaban por las calles de su ciudad y se hacían desafíos sobre quién iba a
declarársele a ese chica, retos que se tenían que cumplir.
BIBLIOGRAFÍA:
HARSS, Luis, Los nuestros, Argentina, Sudamericana
(Colección Perspectivas), 4ª Edición, 1971.
VARGAS LLOSA, Mario, Los jefes y Los cachorros, España, Club Internacional del Libro (Premio
Cervantes 1994), 1997.
[1] Luis Harss, Los nuestros, Argentina, Sudamericana, 1971, pp. 424-425.
[2] Mario Vargas Llosa, Los jefes y Los cachorros, España, Club Internacional del Libro, 1997, p. 49.
[3] Ibid., p. 57.
[4] Ibid., p. 85.
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