Un D10s bárbaro total
Jesús M. Koyoc Kú
Oye
Diego, de pronto estoy frente al navegador y abro YouTube. Son las dos de la
tarde. Es un sábado, una tarde de sábado bastante soleada. Tal vez es un sábado
como todos los demás, con olor a letargo y comida corrida comprada a la vecina
de media cuadra abajo, un sábado en el que tengo mucho que hacer –pero no
quiero hacer nada y entonces estoy frente a la computadora. Abro YouTube porque
en YouTube te puedo encontrar, Diego, ahí saldrás con escribirte en el
buscador, saldrás diciendo “yo hablo por los que no tienen voz”, y yo, al otro
lado de la computadora, con los clicks del ratón y el puntero sobre tu cara te
digo “yo soy uno de esos que no tiene voz, Diego”.
Siempre que te busco en YouTube estás dominando algún
balón en alguna cancha del mundo. O tal vez no. Tal vez es el mismo balón,
siempre, en la misma cancha, siempre. Sales del vestidor, después de pasar
varias horas aguantando a tu generación de petardos, y te diriges a la cancha, tu cancha. Siempre sonríes, Diego, cómo
no. Sabes que llevas el sol en tus pies, que siempre has sido un fenómeno, lo
mejor que ha dado el balompié. Siempre tienes los ojos muy abiertos, Diego, vas
pensando en cómo El De Arriba quisiera llamarse como tú, y te sabes el mejor
del orbe –alfa y omega; ayer, hoy y siempre. Yo también abro bien los ojos para
mirarte mientras canto Life is life
de Opus, esa canción que te queda tan
bien mientras calientas salvajemente, mientras imagino que tú también la cantas
en ese video, mientras pateas el balón hace casi cuarenta años. Sí, Diego. Sí.
Te imagino cantando When we all give the
power/we all give the best/every minute of an hour/Don’t think about a rest.
Eres cosa salvaje, Diego. Cosa salvaje. De verdad. Es lo que prefiero de ti
–sobre aquellos que se vendieron al stablishment:
te importa una mierda ese fútbol aburrido, sin chiste, que juegan tus
desabridos compañeros de selección, los petardos más petardos del mundo. Pero
eso no es tu culpa.
Antes de que acabes de calentar alcanzo a ir por una Victoria al refrigerador. Seguro ya
debes estar en el centro del campo, lejos de Valdano y el Cabezón Ruggeri y de esos otros vendehumos que te rodean. Mientras
más te alejas, más fuerte te imagino cantando Life is life. Lo más extraño es que a tus pies nunca les llueve,
Diego. Eso es bastante bueno. Ni siquiera tienes que esforzarte para que no
llueva, Diego Armando. Porque tú sueñas mejor cuando tienes el sol en los pies. En todo caso tienes que
soportar el olor a pólvora mojada de aquellos petardos que no han podido
explotar nunca. Esos que atraviesan de barril en barril, de calle en calle,
buscando el mejor lugar para reventar y terminan en la banca de un equipo,
robando unos dólares más con el humo que han logrado vender. El único que me
gusta de tus compañeros es ese Valdano, creyente de las letras, lector de Dante
(o imagino que lo lee), escritor de versos de arte menor, con métrica,
demasiado conservador. Pero me gusta más como te cagas en él y en su fútbol de
dos pies izquierdos –cuando él dice que es diestro –o no, tal vez solo tiene
dos pies y ambos son del perfil equivocado y eso le pone triste, los pone
tristes a todos. Menos a ti, Diego. Me gusta que juegues con él, con todos, me
gustan tus maneras de decirles con el balón en los pies, “pibes, voy a jugar
fútbol, déjenme en paz”. Eres un salvaje, Diego. Sin embargo, me desagrada el
servilismo de los demás para contigo. Debes acabar con eso. Debes acabar con
tus compañeros y su generación parásita. Tienes todo el perfil para ser un
camorrista más. No, no uno más. Para ser el
camorrista. Pero espero verte siempre así, con el pantalón corto, la camiseta
de mangas cortas, pero las ideas largas, las palabras que puncen a los de
arriba, que los golpeen más fuerte que cualquier balón que pudieras haber
pateado con toda la fuerza de tus benditas piernas –tú, omnipotente.
Oye Diego, sigo frente a la computadora y te imagino
siempre con la misma ropa. Pantalón azul, remera azul con una franja dorada que
atraviesa tu pecho. Nadie que te viera diría que eres, que fuiste un bostero
común y corriente. Un bostero que corre lo mismo que todos, que da los mismos
pases que los demás, que mira los mismos lugares vacíos que el resto del
equipo. Un bostero que conoce la historia de la República de la Boca al derecho
y al revés. Pero no es así. Sabemos que nunca fue de ese modo. Tú siempre
buscas el cambio de juego con un guante en esos benditos pies tuyos. Detrás de
ese uniforme hay una persona distinta. Abrazas la historia de la Boca, buscas
nuevos espacios, corres más que todos.
Oye, Diego, no supe que sentir cuando te fuiste
dejando a los bosteros, que entre otra cosa se alimentaban con la sal de tu
tierra y tus menos de setenta partidos, cuando vendieron un poco de tu luz para
que el fútbol pudiera sobrevivir. Quiero
decir que me encanta tu independencia, tu libertad, tu humor negro.
Concuerdo totalmente contigo cuando hablas y piensas que entre más
instituciones te tires mucho mejor. El stablishment
nunca ha sido un lugar para ti. Nunca ha sido un buen lugar para nadie. Se
supone que no debe ser divertido pero yo sé que tú te lo has de pasar de puta
madre tirando piñas con tus palabras, y eso me encanta. Me encanta que hayas
sido amigo de algún boss de la
Camorra y que hayas esnifado coca en su propia casa, que hayas hablado con él
de cómo el dinero mueve al fútbol y calla bocas y mueve manos y pies como ambos
bien saben. Más tarde, cuando seas más grande –dicen que no se puede– seguirás
esnifando coca, pero también seguirás hablando del poco huevo que ponen los
jugadores con el club, de lo pechofrío que se ha vuelto tal o cual estrella y
de lo poco que rinde como si estuviera en un invierno nuclear. Sabemos que no
será tarde.
Oye, Diego Armando, espero que no cambies de rumbo.
Ojalá nunca se te vaya a ocurrir amar a una hija de Grondona. Eso sería el
acabose, Diego. El acabose. Muy malo. Malo. Malísimo, Diego Armando. No te
imagino casado ni emparentado con una Grondona. No te imagino dirigiendo la
AFA. Por otro lado, Diego, te veo con una bostera haciendo del mundo una cancha
de fútbol. Tampoco te veo leyendo discursos elaborados que te preparan tus
asistontos para que no digas estupideces –dicen que para que seas responsable y
te vuelvas limpio y dejes de esnifar y que creas en las instituciones que rigen
el fútbol, así como los jugadores ejemplares. No, mi amado y salvaje Diego. Te
veo más bien llegando hasta el culo de borracho a las ruedas de prensa, con la
nariz espolvoreada de esos puntos de cal que nos ponen tan fríos a todos,
siendo un irresponsable, un irreverente, un escéptico. Así te imagino, Diego
Armando. Algún día nos pondremos una borrachera de aquellas, Diego Armando.
Algún día pronto nos encontraremos en una cancha de fútbol. Esa tarde nos
vestiremos igual: pantaloncillos azules y una camisa azul con una franja dorada
atravesándonos el pecho, para que me reconozcas y pueda creer que al menos el
uniforme es el mismo.
Oye, Diego Armando, se acabó tu video. Sigue siendo
sábado por la tarde. El mismo sábado de mierda que era antes de ti. No te
olvides: vuelve a la República de la Boca, cágate en la AFA, en la FIFA. Espero
que nunca dejes de soñar con ese gol que continúa reconquistando las Malvinas
mientras cantabas When we all give the
power/we all give the best/every minute of an hour/Don’t think about a rest.
Eres cosa salvaje, Diego Armando. Cosa Salvaje.
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