Oruga melancólica

Rafael Aragón Dueñas                                                                                                      


No aguanto más la soledad, ni tampoco este lugar tan confinado, quisiera borrar el recuerdo que me atormenta. Todas las noches viene a mí, no lo puedo sacar de la cabeza, es tan doloroso recordarlo una y otra vez. La nostalgia es un sentimiento de anhelo por una situación del pasado. Dicen que la niñez es una etapa de la vida tan nostálgica, para mí es una de las más crueles que he vivido. ¿Por qué lo hice? Era tan sólo un niño de cinco años. ¿Pueden entender? ¡Un niño de cinco años! Los niños cometen pendejadas, pero la mía no tiene perdón de nadie.
        El odio me invade y a la vez se convierte en miedo al divagar mi infancia. Veinte años atrás, un día caluroso de marzo, en casa de los abuelos, me encontraba en una habitación jugando con mi hermano de tres años. Con el revólver en mano apunté a su cara y disparé, la pared se manchó de líquido carmesí, los sesos esparcidos por todo el piso y yo salpicado de sangre.
         Dos días antes mi hermano y yo estábamos viendo la televisión, el programa mostró imágenes violentas, manejo de armas de fuego, consumo de sustancias tóxicas y desnudez explícita. Me fascinaban los programas violentos y sobre todo las armas. Mi madre llegó apagándonos el televisor.
        —¡Niños! No vean esas porquerías, mejor vean algo educativo, es más, váyanse a jugar al jardín.
        Por órdenes de nuestra madre nos fuimos al jardín a distraernos. Solíamos jugar a policías y ladrones utilizando pistolas de juguete, él es el ladrón y yo el policía.
        —¡Bang, bang! Estás muerto —mi hermano cayó al suelo, cerró los ojos, de inmediato se levantó y disparó—. Oh, ya me diste, me rindo.
       Qué bellos recuerdos. Un día después nuestra progenitora nos dijo que mañana iríamos con los abuelos, harán la reliquia a un santo cuyo nombre no recuerdo. Al día siguiente estábamos en casa de los abuelos. Mi madre nos llevó agarrados de la mano a una habitación, para que juguemos allí y no interrumpir la labor. Cerré puertas, la escuché bajando los escalones. Mi hermano, inmóvil, estuvo observándome mientras esculcaba los cajones del buró. Vi un objeto metálico y resplandeciente, ¡no puede ser!, es un revólver; lo agarré y estuve feliz porque jugaríamos a policías y ladrones.
       Quince segundos transcurridos, ¡Bang! El sonido del disparo se escuchó por toda la casa, el arma no es de juguete, es real. Seis minutos después los abuelos me abofetean muy fuerte, mi madre sollozó mientras abrazaba el cuerpo de su hijo. De nada sirvió que lo hayan llevado al hospital, murió en el momento que apreté el gatillo. Ahora son veinte años de lo ocurrido, me quitaría la vida para tener paz absoluta, pero no puedo. Esta camisa me aprieta el torso, el cuarto está acolchonado, mis piernas amarradas, no puedo moverme y tengo un bozal, parezco una oruga que recuerda…    


Fotografía de George Georgiou entre 1999 y 2002.

Comentarios

  1. Ezequiel, deberías abrir una cuenta en ask
    así podríamos preguntarte mejor sobre lo que haces. Saludos.

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    1. Muchas gracias por tu comentario. No creo que eso sea necesario, están mis redes sociales (las pocas que tengo) y por ahí, si es de tu agrado, podemos charlar sobre alguna cuestión que desees.

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    2. Muchas gracias por tu comentario. No creo que eso sea necesario, están mis redes sociales (las pocas que tengo) y por ahí, si es de tu agrado, podemos charlar sobre alguna cuestión que desees.

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