De nubes y arrumacos

Luisa Vera


—Amor, es maravilloso tenerte a mi lado, aquí, solos, tirados en la hierba con la tibieza de la luz del sol acariciando nuestra piel.
—Sí, pero… ¿ya viste esa nube? Se ve oscura y pesada de lluvia.
—¡Ah! No tiene importancia. ¿Me dirías algo hermoso, romántico?
—Mmm, veamos… una nube blanca, una nube azul, en la nube un sue…
—¡No! Eso es de Heliodoro Valle, ya existe. Dime algo poético… ¿Sabes qué es poesía, verdad?
—¿Qué es poesía? Dices mientras clavas en mí tu pupila azul. ¿Qué es poesía?…
—¡Que no! Eso es de Bécquer. A ver si me entiendes, dime que te gusto.
—Me gustas cuando callas porque estás como ausente y me oyes desde lejos y mi voz no se calla…
—¡Eso es de Neruda! ¿A qué estás jugando, te fastidio, no quieres oírme?
—Tengo urgencia de oírte, alegría de oírte, buena suerte de oírte y temor de oírte… Ya sé, es de Benedetti.
—Basta de juegos, no eres romántico. Quiero escuchar tu voz y tus palabras, tus ideas y escuchar un te quiero de tus labios, de tu corazón, un te amo para mí sola.
—Ya, no te enfades, las palabras y los sentimientos son iguales para cada ser humano. Los que escriben ya se han roto el corazón y la cabeza, ordenando las palabras con sutil perfección para que los que nada sabemos de expresar palabras las hagamos nuestras. ¿Llueve? Escúchame, mi timidez me impide expresarme… Tal vez jamás lo repita, pero, te digo, mi tesoro, te amo desde lo más profundo de mi corazón, que eres la luz de mi vida, mi existencia no tiene sentido sin…
—¡Dios mío! Corre, esto es un diluvio

—¡Corre! Te lo dije, te dije que esa nube era de lluvia.


Sin derechos.


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