Cómo influyó la vida de Oscar Wilde en su obra: “El famoso cohete” y "El retrato de Dorian Gray"

Lucía Troncoso Hernández


¿Quiere usted saber el gran drama de mi vida?
He utilizado mi genio en mi vida; en mis obras sólo mi talento.
Oscar Wilde


Si se hablara de los placeres y los excesos, Wilde sería nuestro más prestigiado maestro. A lo largo de su vida conoció cuanto capricho se le ocurrió. Alentado por el dinero y la fascinación de los terceros hacia el talento que ponía en cada una de sus obras y sobre todo conversaciones. Se veía obligado a crear más experiencia para sus historias embelesadoras, cosa que ganaba entre Inglaterra, París y viajes varios y recurrentes que hacía al extranjero a lo largo del año con la excusa de estar presente para los ensayos, traducciones o publicaciones de sus obras. La mayoría de las veces eran sólo eso: excusas para desatenderse de sus obligaciones y entregarse a los excesos.
Su condición sexual, por supuesto, no era la excepción. Practicaba ésta con toda la soltura y desvergüenza, mayor a la permitida en la época, incluso ya estando casado y con dos hijos se le conocieron amantes en abundancia. Desde parejas "estables" hasta jovencitos de alquiler a los cuales invitaba a bares u hoteles para pasar la velada o simplemente los llevaba a sus viajes a París, daba dinero y regalos ostentosos con tal de serle fiel a su deseo más soberbio, llegando a caer en relaciones que él mismo más tarde denominaría como humillantes.
Sus obras son un claro ejemplo de estos desplantes, con sus personajes divertidos, sarcásticos y enfocados a lo estético. El arte por el arte, que significa crearla por simple placer sin buscar que sea útil, sino producir algo con base a su contemplación a diferencia de aquello que es práctico. Para Wilde “la belleza es el símbolo de los símbolos. Lo revela todo porque no expresa nada”.[1]
La forma de vida de Wilde influyó en su genio, llevándolo a escribir obras con algunas bases sobre las que sentaba sus cuentos, novelas y obras teatrales.
Se puede decir que un autor nunca es objetivo: está influenciado por su ideología, condición social y económica a la hora de escribir. No es lo mismo una novela del siglo XXI de un escritor que vive en los suburbios y que pasó su infancia en alguna colonia donde predomina la pobreza, que uno del siglo XIX nacido en una familia burguesa, por supuesto, con una ideología basada en los buenos modales y una moral escandalizada. Otro factor son las emociones del artista: cómo se siente en el momento en que escribe la obra, ya sea con respecto al tema que trata o lo que ocurre en su vida personal, que lo lleva a sentirse de determinada manera y es capaz de producir la escritura casi inconscientemente.
Sin derechos
Wilde obtuvo como herencia de sus padres la extravagancia y los escándalos amorosos, a esto le sumó su sentido del humor y los eufemismos para más tarde convertirse en un brillante conversador. No logró poner todo su ingenio en las obras que escribía pero no mermó el encanto con el que expresaba su percepción del entorno.  
En el cuento “El famoso cohete” se pueden notar algunos de los puntos sobre los que sentaba bases Wilde en sus obras: el esteticismo, la belleza y el narcisismo. Otra obra que respalda esto es El retrato de Dorian Gray donde trata la vitalidad de la juventud. Para Wilde la juventud es sinónimo de belleza, la belleza causa placer y el placer es lo único que importa en la vida. Esto lo demostraba con sus amantes jóvenes, prácticamente adolescentes, dada las clases sociales y su falta de intelecto es obvio que lo único que le importaba era su juventud. También trata la estética, el narcisismo y los excesos, estos últimos hacen gala a lo largo de su vida. Se puede inferir que usó su obra como una forma de redimir sus pecados al igual que su Dorian lo hizo con el retrato: “[…] no era para él sino un ingenioso ropaje para ocultar revelando a medias lo que no podía exponer a la luz del día; para excusar, pretextar y aún motivar en apariencia […]. Aquí, […] lo que dicta, inspira y decide es el secreto de lo profundo de su carne”.[2]

El famoso cohete, protagonista de este cuento, está dispuesto a disminuir a sus parientes con tal de destacar. Y en su conversación sólo resulta importante su propio argumento y su voz, calla a los demás y hasta cierto punto los embelesa con su ironía, habla con seguridad y totalmente convencido de que no puede decir las cosas de mejor forma. Es, en toda la extensión de la palabra, un narcisista, cree firmemente ser adorado por todo lo que le rodea.

—Es un motivo bien egoísta —dijo el cohete con ira—. ¿Qué derecho tienes para ser feliz? Deberías pensar en los demás, deberías pensar en mí. Yo pienso siempre en mí, y creo que todo el mundo debía hacer lo mismo. Eso es lo que se llama simpatía. Es una hermosa virtud, y yo la poseo en alto grado. Supongan, por ejemplo, que me sucediera algún percance esta noche. ¡Qué desgracia para todo el mundo! El príncipe y la princesa no podrían ser ya felices; se habrían acabado ya su vida matrimonial. En cuanto al rey, creo que no podría soportarlo. Realmente, cuando empiezo a pensar en la importancia de mi papel me emociono casi hasta llorar.[3]

La obra en sí es una crítica a sus contemporáneos. La arraigada creencia de Wilde que la sociedad inglesa era hipócrita y superflua. De igual forma el cohete criticaba lo mismo que hacía justo después de ejecutarlo, con cinismo incomparable y esa moral trastornada para todo aquel que no estaba en su misma clase o ideología. Y en el peor de los casos en la misma corriente, ello daba cabida a sentenciarlos de poca originalidad, cosa que se puede dilucidar con toda claridad en El retrato de Dorian Gray.
Una sociedad que ama y adora lo mismo que condena: las actitudes libertinas, los comentarios sarcásticos y el exceso de egocentrismo. Características que logra plantear a la perfección Lord Henry Wotton, induciendo a Dorian, inocente, a una vida dedicada al placer y luego recriminándolo por ello cuando “afecta” en su vida. Esto mismo sucede con el cohete, que se regocija por su importancia hablando y hablando, pero al encontrarse una rana que no le permite dialogar se indigna inmediatamente y la tacha de antipática y grosera al no ceder a sus ideales.

[…] El cuerpo peca una vez y le basta con su pecado, porque la acción es una forma de purificación. No nos queda más que el recuerdo de un placer, o la voluptuosidad de una pena. El único medio de ahuyentar una tentación es ceder a ella. Resistirla es hacer que nuestra alma crezca enfermiza deseando las cosas que se ha prohibido a sí misma, con el deseo de lo que una ley monstruosa ha hecho monstruoso e ilegal. [4]

Curiosamente es algo que le pasó a Oscar en carne propia; siendo tan amado y venerado por sus coetáneos, pasó a ser víctima de la exclusión social por los mismos a los que un día les fue un honor estar a su lado. Una crítica acertada por Wilde. Nada más que reiterando el esteticismo por el que tanto —hasta él mismo— se preocupaban en su época. La belleza se puede tornar en vulgar con un simple juicio. No hace falta inferir demasiado en esto, sólo hay que echar un vistazo a la biografía de Wilde[5] para vislumbrar el éxtasis que provocaba en los lugares a los que acudía, las fiestas que celebraba y las cartas que intercambiaba con sus amigos y conocidos, quienes eran capaces de reconocer talento en él, capacidad que pareció esfumarse cuando fue acusado de sodomita.
Dada la filosofía que seguía Wilde del arte por el arte, creía que un objeto no es bello por él mismo, sino que está en la capacidad del autor darle a este la belleza. Por lo tanto es un hecho subjetivo. Se puede notar en las formas que él denomina como encantadoras en pequeños aspectos de la personalidad o la funcionalidad de un algo que de una manera muy radical pueden ser abominaciones o la pura expresión del helenismo, encontrándolo en las representaciones de lo vulgar y de lo simple.
Fotografía de Oscar Wilde
por Napoleon Sarony
Fiel al movimiento esteticista, consideraba la belleza como el factor básico del arte en general y así mismo la civilización era el amor a lo bello. El arte debía llevar a eso tan importante: el placer sensual. Y con él sus personajes también lo predicaban. El cohete, que tanto hablaba de sí mismo, era por el hecho de que se consideraba interesante y bello, bello por el prestigio de su ascendencia, su capacidad, una delicia al hablar y por ende algo de lo que todos deberían de enterarse, su importancia era elemental.
Basil Hallward pintó a Dorian porque era hermoso y quería inmortalizar su belleza en el retrato, una belleza que causaba deleite al observarla y al mismo tiempo que lo encaminaba a tener todo aquello que deseara para cumplir su ideal de vida, incitado por Lord Henry.
Cabe mencionar que al escribir y publicar El retrato de Dorian Gray su vida cambió el rumbo y la percepción de él mismo ante los ojos de los críticos. Enseguida se dieron cuenta de que hablaba sobre la depravación. Su obsesión por el tema de la homosexualidad le creó una nueva imagen. Y su preferencia ya no era un secreto, su forma de hablar, vestir y comportarse lo corroboraban, aunque esto era así incluso antes de que el mismo Wilde se reconociera como un homosexual pero había acabado con el beneficio de la duda.

Edmond de Goncourt, interesante excepción, escribió en su diario con fecha de 5 de mayo de 1883:
Cena en la casa de los De Nittis con el poeta inglés Oscar Wilde. Este individuo de sexo dudoso, lenguaje afectado e historias guasonas, nos traza una divertida descripción de una ciudad de Tejas con su población de reos deportados, su hábito de usar el revólver, sus centros de placer, con un letrero que reza: Se ruega no disparar al pianista, hace lo que puede.[6]

Se puede considerar como una secuela directa de la relación autor-obra. Para ese momento Oscar ya era un homosexual activo en Londres y en el extranjero. Así pues, existen conjeturas en las que se afirma que Basil estaba enamorado de Dorian como se ve en la película de dicho libro, en la que no tienen empacho al plasmar una escena de un beso entre ambos, pues la relación y admiración de Basil dan pie para creer que es un amor más bien erótico.
          Los escenarios en los que desarrollaban sus obras eran de la misma manera una similitud con su gusto. Las descripciones aparatosas en las que habla de arte, cerámica y doseles con sumo cuidado en los detalles y en la apreciación de estos también se ejecutaban en la decoración de sus habitaciones y, por supuesto, en el diseño de sus ropas. Sus personajes, como él mismo, eran dandis, con trajes ostentosos, abrigos y flores en el ojal del saco, con modales refinados y críticas a la orden del día. Basta con leer la descripción de Lord Henry o la que, posteriormente, se hace de Dorian Gray para confirmarlo. El famoso cohete no portaba trajes, en sí no tenía un concepto del diseño pero se jactaba de unos modales refinadísimos y una sarta de comentarios de igual elegancia. Al mismo tiempo, Oscar da una serie de detalles del diseño en la boda del príncipe y la princesa, todo aquello que portaban y lo que tenían a su alrededor estaba bien ordenado y combinado.
        Aunque no todos sus personajes cumplían con esta descripción y de vez en cuando salía alguno más bien de clase baja, pero lograba describirlo de tal manera que, a última instancia, resultara precioso. Ante todo, la estética. 
       En relación a los excesos, Wilde reafirma esta idea durante toda su vida.[7] No es más que una consecuencia directa del placer. Se dedicaba a ello, comiendo, bebiendo y fumando en restaurantes y bares famosos, viajando y buscando jóvenes con los que saciar su apetito sexual, era esperado que cayese en la exuberancia. “No obstante, Gide detectó algo más siniestro. “Le movía una fatalidad… Acudía al placer como quien cumple un deber”.[8]
           Dorian Gray es la máxima expresión, en las obras de Wilde, del exceso. Llevando una vida repleta de viajes, vicios, parejas sentimentales y actos amorales que poco a poco van mancillando su alma y cuerpo o, en este caso, el retrato, pues su aspecto sigue tan fresco y hermoso como en el inicio del libro gracias al pacto que hizo con el diablo. Es esta su mayor ventaja, la que le ayuda a conseguir lo que quiere, porque su belleza sigue intacta. Resulta una obviedad que recurra a todos estos actos para conseguir el placer en todos los aspectos.
           El cohete, aunque no acude a vicios ni relaciones sí lo hace al habla y el narcisismo que, sin mesura, también son excesos.
        De hecho fue esto lo que llevó a Wilde a su desgracia. Aún después de haber estado en prisión, siguió —aunque ya no con tanta insistencia y como un medio para no rendirse a la depresión que lo acechaba— cayendo en la ideología que lo había condenado, pero dicha vez con una sociedad más tolerante, condenándose él mismo a la desgracia. Y a su vez, esto mismo pasa en ambas obras mencionadas.
          Dorian Gray, al ver su retrato totalmente demacrado se exalta y se da cuenta en lo que se ha convertido e intenta eximir sus pecados y deshacerse de ellos, quema el retrato, creyendo que eso lo salvará pero con éste él también perece. Él mismo se condenó con sus decisiones y su estilo de vida.
          En cuanto al famoso cohete, también es él quien se lleva a la desgracia, pues a causa del llanto de su divergencia y soberbia no logra estallar en el momento que estaba planeado y tiene un final trágico que curiosamente él mismo denomina como excelso. Lo dicho se puede relacionar con lo que Wilde profesaba: el fracaso es el punto culminante de la vida de un autor. “[…] he tenido un gran fracaso […] siento que sólo ahora he accedido a la vida completa que debe experimentar todo artista para aunar belleza y verdad”.[9] Él mismo pasaría por este proceso más tarde.
          
Sin derechos
    La elegancia y pulcritud que caracterizaban a Wilde desapareció. Sus ropas estaban descuidadas y ya no eran los costosos trajes que solía usar. Lo único que le quedó de su pasado era el gusto por los excesos. Seguía visitando bares de barrios bajos donde tomaba hasta la ebriedad y conseguía muchachos. Para el final de su vida era un mendigo, pidiendo dinero a todos sus amigos en cantidades pequeñas, ganaba un escaso sueldo por parte de su editor, ya ni siquiera se molestaba en inventar excusas o expresar vergüenza. Con lo que le recibía trataba de darse una vida que le exigía mayor adquisición económica. Wilde ya no leía y mucho menos se dedicaba a la escritura. Había abandonado totalmente su intelecto, él mismo sabía que estaba perdido. Su estilo de vida y las consecuencias de ello le quitaron todo el encanto, decía que iba a escribir pero no lo hacía y luego dejó de mencionarlo.
  Resulta claro cómo obra y autor se ven influenciados uno por el otro. El autor, con su ideología y percepción, es capaz de crear críticas y semblanzas de lo que le acontece en sociedad y su vida personal. Pues así como los personajes fueron víctimas de su condición, siendo, hasta cierto punto, conscientes de lo que estaban creando, sucumbieron a ello sin dudarlo. La vida del autor influye en su obra. Y así como forja un desarrollo y un final para los protagonistas de sus historias, a la par crea uno para él mismo con los mismos principios y similar decadencia.
 Además de su genio, la desgracia fue con lo que ganó un lugar en los clásicos y sus personajes se convirtieron en un símbolo de su personalidad.



BIBLIOGRAFÍA:
LOTTMAN, Herbert, Oscar Wilde en París, TusQuets, México, 2010.

RODRÍGUEZ L., Héctor, “La decadencia del esteta”, Revista de estudiantes de filosofía, Colombia, 2008: http://www.javeriana.edu.co/cuadrantephi/pdfs/N.17/ideario17.pdf
WILDE, Oscar, Oscar Wilde 1854-1900 Selección, Tomo, México, 2012.

FUENTE ELECTRÓNICA:
http://www.prosamodernista.com/corrientes-influyentes/esteticismo-ingles





[1]Héctor Rodríguez L., La decadencia del esteta”, Revista de estudiantes de filosofía, Colombia, 2008, http://www.javeriana.edu.co/cuadrantephi/pdfs/N.17/ideario17.pdf
[2] Herbert Lottman, Oscar Wilde en París, TusQuets, México, 2010, pp. 226-227.
[3] Oscar Wilde, Oscar Wilde 1854-1900 Selección, Tomo, México, 2012 p. 314.
[4] Ibid., pp. 29-31.
[5] Véase Herbert Lottman, op. cit.
[6] Herbert Lottman, op. cit., p. 29.
[7] Cfr. Herbert Lottman, op. cit., con El retrato de Dorian Gray y “El famoso cohete”.
[8] Ibid., p.82.
[9] Ibid., p.195.

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