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Daniel Medina Flores



Se levantó de la cama con un rápido movimiento y tomó su celular. Algo estaba mal, no sabía qué pero lo sentía. Caminó hacia el baño, sus piernas estaban pesadas, hacía grandes esfuerzos para dar un paso. Se vio en el espejo, abrió la boca y sacó la lengua, no había nada a la vista que sugiriera una enfermedad. Pensó que sólo se trataba de un leve mareo. Sí, tenía sentido pero, ¿por qué las piernas tan pesadas?

“De esas veces que todo está bien pero sientes algo extraño”, publicó en Facebook.

Fue a su cuarto y se acostó en la cama, revisó las notificaciones, no había nada. En el inicio, las publicaciones eran las mismas que unos minutos atrás, ninguna novedad. Cuando quiso bloquear el aparato su dedo no tenía la fuerza suficiente para oprimir el botón. Tres veces más lo intentó sin éxito. Se acostó y cerró los ojos por unos minutos. Los párpados le pesaban, movió su brazo izquierdo y con la mano palpó la cama, no había nada diferente, pero se sentía raro.

Tomó su celular. Esta vez apenas pudo desbloquearlo después de muchos intentos. La publicación seguía ahí. Cero likes, cero compartidos, cero comentarios, aquello le llamó la atención. Nuevamente fue al inicio. Nada, todo estaba igual que cuando abrió sesión. Ninguna actualización y tampoco ningún mensaje en inbox. Fue a su muro, vio su foto de perfil. Panel de control: Biografía, Acerca de, Amigos, Fotos, Más. Entonces lo notó, algo estaba mal ahí. Miró nuevamente la pestaña de amigos: 575. “No, ¿qué onda?, ¿cómo que 575?”, dijo sorprendido.

El número estaba mal y lo sabía, tenía más amigos, más que ese número. Sintió que el aire se le iba, se levantó con mucho esfuerzo y abrió la ventana del cuarto para respirar. Miró nuevamente su cuenta: 575 amigos. Necesitaba agua, necesitaba moverse de ese lugar.

Salió de la habitación, las piernas le pesaban y tomó más tiempo del normal en llegar a la cocina. Antes de entrar perdió las fuerzas y cayó al suelo. A un lado de la puerta se encontraba una pequeña mesa con una foto de tamaño medio, el marco fue al suelo y el vidrio se rompió. Tomó la foto, parecía que fuera de plomo, apenas pudo con ella. Empleó todas sus fuerzas hasta que se levantó. Algo tenía, la imagen estaba borrosa, sabía que él estaba en ella, sin embargo, no aparecía. Soltó el objeto, se talló los ojos, respiraba de forma acelerada. Su vista no estaba mal, pero la imagen borrosa continuaba.

El celular vibró, tardó un gran tiempo en tomarlo. Lo sintió muy pesado, apenas pudo desbloquearlo. Vio su cuenta. “¡No mames!, ¡no mames!”, dijo asustado.

Tenía 400 amigos. En el transcurso del cuarto a la sala perdió más de 100. No podía creerlo. “¡Ay, güey!”, habló pero su voz no era fuerte. Parecía más un susurro, “¿Qué pasa?”. La voz se deshacía en sus labios y no llegaba a los oídos.

Se intentó levantar. Como las piernas le pesaban, tuvo que usar sus brazos para apoyarse en la pared e ir ascendiendo. Cuando estuvo de pie su frente estaba perlada. Entró a la cocina. Se apoyaba de todo objeto que encontraba para no caer. Tomó el vaso y cuando lo levantó el peso le ganó. No entendía qué ocurría, cuando pudo servirse agua y tomarla sintió un poco de alivio. El celular vibró nuevamente. 300 amigos.

“¡No te pases! ¿Qué onda?”, dijo al punto de la desesperación. Ya no sentía nada desde su mano hasta el hombro derecho. El peso poco a poco ganaba y se comenzaba a inclinar hacia su derecha, tuvo que agarrarse del fregadero para no caer. Veía borroso, todo lo que le rodeaba comenzaba a difuminarse. Debía salir de ese lugar, pero no podía mantenerse en pie. Se agachó y al momento en que puso sus rodillas en el suelo el celular vibró otra vez, sabía lo que significaba: 200 amigos.

Escuchó un zumbido que poco a poco dominaba todo el espacio. Sus brazos perdían vigor. Quiso gritar y la voz ni siquiera le salía. Su boca expulsó una sustancia gelatinosa, su lengua colgaba más allá del mentón. El celular vibró otra vez, 100 amigos.

Gateó fuera de la cocina. Cada movimiento le provocaba la sensación de dejar parte de su cuerpo en el camino, sentía sus manos chiclosas. Quería llegar al umbral de la puerta, cerca de ahí estaba un espejo grande, podría verse en él. El celular vibró un par de veces más: 50, 20 amigos.

Sintió su rostro pesado como una losa. Se miró en el espejo, su cara estaba desfigurada, parte de ella derretida como si se tratara de una figurilla de plastilina que fue dejada en el sol. La parte izquierda se caía a pedazos, su ojo apenas se sostenía y su labio inferior ya no estaba, las encías visibles, sus orejas se caían a pedazos. Golpeó su cabeza contra el espejo, utilizó toda la fuerza que pudo, quería que alguien lo escuchara, alguna persona quizá se extrañaría del ruido e iría a investigar. El celular vibró una vez más, 10 amigos, el cuerpo se fue desplomando, 5 amigos. En el suelo había una mancha extraña que se fue expandiendo por el suelo, el celular sonó por última vez.


Ilustración de Elizabeth Renstrom para "The Washington Post".

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Daniel Medina Flores (Zacatecas, 1987). Licenciado en Letras y maestro en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Militante izquierdista en la Juventud Comunista de México. Lector apasionado de historia, fantasía heroica y terror.

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