Hortensias

Mariana López Rodríguez



Él era un hombre de aspecto duro, la soledad se había encargado de borrar cualquier indicio de alegría en su rostro, sus manos eran ásperas, toscas y gruesas. El cabello entrecano por la edad, la piel oscura de la exposición al sol debido a su trabajo, casi sin contacto con la gente, siempre aislado y con una profunda tristeza en la mirada, en sus ojos podía verse la tristeza de una vida que no tenía esperanza en nada.

Cierto día uno de los vecinos le pidió que fuese a arreglar su jardín.

Él había observado a aquel hombre que parecía tenerlo todo, pero no valorar nada, un hombre frío, distante con su familia. Tantas veces observó de lejos escenas donde la esposa lloraba, se imaginaba que era por los desplantes de su marido, aquella mujer era la imagen misma de la madre que sacrifica todo por el bien de su familia, afligida siempre, con la piel seca sin brillo, su cabello casi blanco y muy delgada, enferma de dolor.

Aceptó ir a encargarse del jardín, cuando llegó comenzó su trabajo, salió la señora de la casa y le preguntó: ¿cuál era su nombre?

Joaquín, Señora. Ella respondió: soy Ana, llámeme, Ana, por favor. Sintió tristeza al ver aquella mujer tan descuidada como su jardín, con indicios de haber sido un hermoso lugar. En ese momento salió corriendo uno de los nietos y le dijo:

–Mi abuelita ya no quiere cuidar este lugar.

Al siguiente día que fue a continuar con el trabajo, escuchó una discusión con uno de sus hijos y cómo éste le decía, mamá, me voy a separar, aunque no quieras, papá y tú no son precisamente un ejemplo de un matrimonio feliz. Ana salió llorando de la casa, estaba tan turbada que no notó que era observada. Ese día el hombre concluyo su trabajo en el jardín.

Sintió tanta pena por ella que por la mañana, antes que todos se levantaran, dejó una hermosa hortensia en la puerta de la casa, con su flor que ya estaba completa de un hermoso color azul, cuando ella salió quedó admirada por el hallazgo, la tomó tiernamente y la llevó a la parte de atrás, la sembró con especial cuidado y así cada día por varias semanas ella encontró una planta hermosa en su puerta, hasta que decidió ver quién era aquel generoso personaje que tenía este tierno detalle con ella. Lo cual fue una sorpresa, el hombre de aspecto duro que había limpiado su jardín era quien lo hacía.

Lo llamó y le pidió que no se fuera, que le ayudara a regar sus plantas, para ese momento era un hermoso jardín lleno de los más vibrantes colores y lleno de bellísimas hortensias.

Cuando Joaquín llegó al lugar, su rostro se iluminó de felicidad. A partir de ese momento compartían y creaban el más maravilloso espacio; los días transcurrían entre pláticas de tierra, agua, cuidado de las plantas, cómo evitar las plagas, eran días felices para aquellos desdichados.

Pero un día, sin aviso previo, Joaquín no llegó y Ana se preguntaba qué le había sucedido. ¿Acaso había perdido el interés en aquellos momentos? Así transcurrieron días y meses; cuando un día nuevamente Joaquín apareció, corría de manera desesperada, en lo único que pensaba era en tocar a la puerta y ver a Ana de nuevo, pero se encontró con un moño negro en la puerta, sin pensar en nada tocó el timbre, un hombre maduro salió abrir, era el esposo de Ana. Torpemente dijo:

–Soy Joaquín, ¿está la señora?

–¿Mi esposa? –respondió el hombre–. No, ella por desgracia murió hace dos semanas.

Joaquín quedó paralizado sin poder sostenerse en pie; continuó el hombre:

–Ella estaba enferma ya de tiempo, le quedaba poco, nadie se explica cómo logró vivir tantos meses, parecía como si le hubieran inyectado vida cuando comenzó a volver a hacer su jardín, nunca miré a mi esposa tan feliz como estos últimos meses, se la pasaba todo el día en ese lugar y un brillo en sus ojos volvió a surgir. Unos meses atrás se puso triste de nuevo y hace un par de semanas no despertó de su sueño.

Joaquín se fue sin decir nada, lloraba porque no pudo decirle a Ana lo que había sucedido, el porqué de su ausencia, quería decirle que cuando él pudo lo primero que hizo fue correr hasta su casa para ver a su amiga. Nunca hablaron de otra cosa que no fuera el jardín que compartían, su amor fue el más puro y limpio.

Al siguiente día ahí estaba Joaquín en la puerta de la casa de Ana con una hortensia nueva y hermosa, listo para sembrarla y seguir cuidando de aquel amor, recordando sus pláticas, sus risas cohibidas y sus sinceras y amorosas miradas que tanto extrañaba. En aquel lugar parecía como si estuviera ella en cada flor, por eso no dejaría que se secaran nuevamente, lo haría hasta que él se reuniera con ella.

Así transcurrirían sus días, en el olvido, en la añoranza, con los recuerdos que pasaron juntos.



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Mariana López Rodríguez (Poza Rica, Veracruz, 1978). Escritora e Ingeniera Industrial mexicana. Asiste al Grupo Alquimia de Palabras, alumna del escritor JR Spinoza. Ha participado en actividades como Fóbica Fest. Publica en Buenos Relatos y Herederos del Kaos. Aficionada a las letras y lo que puede transmitir a través de ellas.

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