El recorrido de la esperanza

Arturo Aguilar


Hay un cuento de Stephen King donde aborda un tema que me parece de suma relevancia para los tiempos que corren. Me gustan sus relatos cortos (aunque en él los términos corto o largo son bastante relativos) y no hace mucho tiempo leí uno en el libro Todo es eventual que penetró profundamente mi curiosidad y gusto. Llegué a él por una película interpretada por John Cusack y Samuel L. Jackson, y que me gustó tanto que no descansé ni hallé paz hasta encontrar el libro. Hay variaciones que hacen de ambas obras buenas a pesar de que la película jamás estará al nivel (desde mi óptica) de las que hicieron Kubrick, Lambert, Darabont, Carpenter o Reiner del mismo autor. El protagonista Mike Enslin es un hombre que vive de dormir en lugares con fama de embrujados para luego escribir sinceramente que no vio nada y así refutar la existencia de un mundo ajeno a éste formado solamente de materia. Sin saber bien a bien si su motivación es monetaria, personal o egoísta, Mike Enslin básicamente se dedica a romper corazones de gente que cree en que hay algo más allá de lo que ven y tocan. Se dedica a escribir que lo que tenemos es lo que hay, que no hay cielo ni infierno para los aspirantes a alguno.

Todo eso hasta que llega a la habitación 1408 (nombre homónimo del cuento). Ahí lo espera un cuarto demoniaco y hambriento que le presenta imágenes enloquecedoras. Uno que de la manera más cruel y maléfica le hace saber que quizás está ya en el infierno. Un elemento que me gustaría destacar y que me hace sospechar que de eso va el cuento es la esperanza. Decían en la miniserie Godless (Scott Frank, Netflix, 2017) que no hay nada más terrible que amar lo que la muerte puede tocar. Más allá de si existen los fantasmas y todo lo que conllevan pienso que si no existen también habría (o hubo) que inventarlos: los fantasmas a veces representan el último lazo entre el amante vivo y el amante que ya no está. Los fantasmas también son sinónimo de esperanza. Vivir sin esperanza es quizás estar en el infierno, Mike Enslin quizá ya vivía en el infierno y no lo sabía, vivía en un mundo al que las personas le rehuían, él en cambio se encargaba de arrancarles la esperanza y cercenar sus aspiraciones.

"1408".

La esperanza y/o la ausencia de ella no es nueva en el autor contemporáneo donde hallan cause el terror, la ciencia ficción y la fantasía. La vemos más que obvia en su popular Rita Hayworth y la redención de Shawshank y se hace presente –fuerte y poderosa– en las líneas finales que dicta Red: “Tengo la esperanza de encontrar a mi amigo y estrechar su mano. Tengo esperanza de que el Pacífico sea tan azul como en mis sueños. Tengo esperanza” y aún en la carta que Andy Dufresne le deja; por otro lado, tenemos al protagonista de La niebla (2007) que en la película dirigida por Frank Darabont pierde completamente la esperanza, la cabeza y toma un camino que no resulta fácil de juzgar, pero que le provoca sendos y desgarradores gritos al final después de ver el error que cometió cuando la esperanza de poder huir lo abandona y lo deja a su suerte; asimismo en el Pet sematary (1989) de la directora Mary Lambert, es donde el dolor del duelo, la oportunidad de la esperanza –por más retorcida que sea– se manifiestan con una intensidad que duele: desde la impotencia del padre por no poder detener a su hijo cuando iba cándido a la carretera, el miedo de los padres a hablar con su hija de que hay cosas que resultan imposibles, por ejemplo, traer a los muertos de la tumba y cómo esta posibilidad pica constante y lentamente en el padre de familia que lleno de esperanza de volver a ver a su hijo trasgrede todas las leyes naturales y acaso divinas. En Cuenta conmigo (1986) la esperanza la hallamos en la inocencia, la unión y el amor de la niñez y la amistad. La amistad de los pequeños aventureros los hace reír, los hace vivir, especialmente la relación que hay entre Chris Chambers (River Phoenix) y Gordy (Whil Wheaton), más aún, en la parte donde ambos se separan mientras se sonríen y lentamente Chris desaparece dándose a conocer la fatídica noticia sobre su deceso. El cariño de Gordy va más allá de la muerte, confiesa que a pesar de no haberlo visto en años lo extrañará por siempre, todo esto mientras la canción Stand by me da un toque de nostalgia cuando aparecen los créditos. Y por supuesto cómo olvidar a un tierno, pueril y amoroso Martin Clark que interpreta a un sentenciado que resulta ser inocente y que además tiene un don digno de un milagro de Dios.

"Cuenta conmigo".

Casi todas estas películas fueron hechas orbitando los noventa, años más años menos. Los noventa fueron años plagados de esperanza donde incluso se vaticinó el fin de la historia y se llegó a pensar que ya no se podría estar mejor con el empuje de la educación haciendo mancuerna con la tecnología y el progreso. No fue así. El mito de que con trabajo duro y educación se llegaría a la panacea hoy ya nadie lo cree, para ello hay cientos de estudios y estadísticas que prueban el desempleo y/o la precariedad de los trabajadores con estudios universitarios (al respecto el economista Thomas Piketty tiene interesantes trabajos). Asimismo, se avizora un futuro incierto en gran parte por la devastación del coronavirus que devino de la depredación medioambiental y cuya continuación (de un sistema depredador) anuncia peores crisis como la del agua que en muchos lugares ya comienza a notarse.

A propósito, Irving Wallace en La isla de las Tres Sirenas nos presenta el argumento de que un grupo de etnólogos descubren una isla polinesa donde el hombre occidental apenas es conocido. Luego de mucho probar los nativos dan acceso al estudio de su comunidad y de su humilde y amoroso estilo de vida. Pronto los peores vicios del hombre occidental (traducidos en pensar que ellos son civilizados y los nativos salvajes) afloran y lentamente van acarreando problemas en la isla que desembocan en la muerte de una inocente joven a manos de un ambicioso investigador. En esta novela el hombre occidental se convierte en una plaga que se instala en la isla y trae dolor y tristeza a los habitantes. La historia tiene cientos de ejemplos similares de las acciones de occidente sobre los que considera menos civilizados. Desde la colonización americana a finales del medioevo hasta los atracos a la amazonia de hoy día. ¿Aún hay esperanza en este tipo de progreso?

No hace mucho causaban entusiasmo los viajes a Marte, ¿será que en eso podremos aún tener esperanza? Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas había anticipado la colonización del planeta rojo y el resultado no fue alentador, igualmente en La guerra de los mundos se hacía un llamado a replantear la forma de dominación de unos por otros. ¿En qué podemos descansar la esperanza hoy día? ¿En la educación? ¿No es gran parte de personas educadas las que tienen el mundo así? ¿No había escrito ya John Steinbeck “que colgaría la etiqueta de la vergüenza a los cabrones que ocasionaron el crack del 29” con Las uvas de la ira? ¿Tener esperanza en el rescate de este planeta? Mejor dicho: hay que tener en cuenta que la naturaleza es sabia, tozuda y que sola se abre camino, los que peligramos con nuestras propias acciones somos nosotros como especie. Daño potencializado por las grandes factorías que provocan en una semana la contaminación hecha por miles de personas en años. De esto [nuestra extinción] ya habíamos sido advertidos varias veces: Copérnico nos abofeteó con el hecho de que no somos el centro del cosmos, luego muchos científicos siguieron su ejemplo, Darwin fue el que nos dio un golpe certero cuando nos hizo ver que no somos la especie elegida por nadie, ni siquiera especial ante las demás, sino que somos una especie más, producto de procesos por los que atraviesan todas las especies del mundo y que realmente nos podemos extinguir. Estoy seguro de que quienes son padres postran gran parte de sus esperanzas en sus hijos, a veces como continuación suya, otras de formas más egoístas, pienso que coinciden en que una de las grandes metas de su labor paterna es que sus hijos sufran menos que ellos y apenas lo necesario para andar solos por el mundo, entonces ¿se puede tener esperanza en que las generaciones futuras harán las cosas mejor? Sobre esto William Golding y su El señor de las moscas nos lanza una atronadora y cruenta metáfora sobre cómo la razón, la templanza, la decencia, la humanidad y hasta la esperanza resultan peligrosas en un mundo hambriento.

Ilustración sobre "Crónicas marcianas". 

¿Esperanza en Dios? Esta interrogante para Mike Enslin estaba clara porque él “no cree en espíritus malvados, fantasmas ni monstruos. Y le encanta que no existan porque no cree que exista ningún buen Dios que pueda protegernos de ellos”. Su oyente, el gerente de apellido Olin, le revira que ese tipo de cosas solo aparecen a quienes creen en ellas porque los que no creen ni siquiera se dan cuenta. A pesar de que su discurso lo negaba es imposible no entrever o interpretar que Enslin realmente buscaba fantasmas, buscaba certezas, andaba por el mundo en busca de esperanza, en busca de algo más de lo que hay. Al entrar a la habitación y enfrentarse a la encarnación de su mundo desesperanzado se encuentra mirando su propio corazón ávido de esperanza porque el cuarto es la desesperanza hecha materia.

Echando un ojo al sur del continente y siguiendo la línea de la desesperanza –como literalmente un lugar cerrado y sádico– hay un excelente cuento llamado “La compuerta número 12” del chileno Baldomero Lillo donde nos presenta otra versión, aunque similar, de la desesperanza, una donde los niños bajan a las minas llorando, sujetados de los pies de sus padres y son dejados en las grutas oscuras a trabajar para ganar apenas unos cuantos centavos y así crecer en la oscuridad. Es una visión cercana al infierno. El miedo, la impotencia, el triste destino, la desesperanza, el hambre, todo tipo de eventos y sensaciones negativas y tormentosas devoran la fe y la esperanza de los mineros que tienen que recurrir a la ayuda de sus hijos para trabajar, y éstos, golpeando con su tierna carne las piedras, tienen que madurar.

Quizás ir por la vida sin esperanza es estar en el mundo de los muertos, quizás la existencia de fantasmas sea un intento por pulir los fallos de los que nos arrepentimos solo cuando tenemos el agua hasta el cuello, quizá los fantasmas sí sean símbolos también de esperanza. Quizá lo más revolucionario es tener esperanza. En un mundo que a ratos parece ser la mina de “La compuerta número 12” con sus paredes hoscas, oscuras y duras o la habitación hambrienta 1408 resulta cuerdo, revolucionario y esperanzador tener esperanza en lo que más se ajuste a nuestros corazones: desde los actos más sencillos hasta los más elaborados. La esperanza es como el Santo Grial: una interminable búsqueda.



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Arturo Aguilar (Zacatecas, 1991) es licenciado en Letras. En 2012 recibió el Premio Municipal de la Juventud, en 2016 fue galardonado con un premio al folclor municipal de calaveritas literarias; en 2017, 2018 y 2019 ganó distintos concursos literarios en el sector empresarial, en 2020 obtuvo el tercer lugar en el concurso “Cuando la poesía nos alcance” categoría B. Ha escrito cuentos, poemas, ensayos y artículos de opinión política y social; ha colaborado en el periódico online Periómetro, en La Soldadera antiguo suplemento cultural de El Sol de Zacatecas, en Efecto Antabús, en el proyecto independiente FA Cartonera y en las revistas literarias virtuales El Guardatextos, Collhibri y La Sílaba.

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