Guerra interna de la inteligencia artificial

Trodos Mercado


Llevó su cuerpo hasta la esquina del viejo banco, pensando en las palabras que se dijo al espejo antes de entrar a cirugía. La imagen de un torso decorado con senos perfectos como los de un maniquí, le hizo recordar las noches que pasó jugando guitarhero, compró la guitarra en el mercado junto a la nueva tienda comercial, disfrutó deslizando sus fantasías musicales sobre esos botones de colores hasta el agotamiento de sus dedos. Desde la primera partida prefirió el botón amarillo. Escribió sus iniciales junto a su peor récord en la parte más maltratada de su instrumento AEY919. Tenía infinidad de recuerdos. El médico sugirió tomarse unos minutos para reflexionar el procedimiento. No es sencillo tener el llanto de los objetos ligados a las memorias. Pero la vida es mucho más que una tragedia, más divertida y más sencilla que la pena de tener la última botana en tus manos. Cerró los ojos y vio con agrado fragmentos de toda una vida, el caballo con sombrero y soporte para empujar de color verde, odiaba escucharlo pasar frente a su casa, las llantas eran tan resistentes a ese piso de piedra que gruñía en cada paseo, la toma de agua, la silla amarilla y el trapeador de hilos verdes. Temor al tiempo. Orgánica sensación que desdobla cuerpo y mente, subconsciente almacenado en cajas y cajas de madera, libreros llenos de vacío entre las páginas. El mejor de sus sueños, es un rescate. Sigue sintiendo el aire acondicionado que se descompuso durante las noches frías, se desnudaba para poder dormir. Detrás de todos esos libros, un manual que ella escribió, el título se recorre con los ojos, Cianuro Espumoso, la portada dibujada a mano en fondo gris, resalta un poco más que el libro del Principito, es una versión de las antiguas, en color rojo con fondo amarillo y el dibujo del pequeño viajero rubio en la portada. Su manual fue escrito justo días después de tener la necesidad de subastar la colección de 13 pelotas de béisbol, única herencia de su bisabuela. La anciana las ganó en una lucha contra el conductor de una monstertruck; tenía una bisabuela vigorosa, las mujeres de su familia se casaron jóvenes. Las pelotas de béisbol fueron durante un tiempo una mejor y más significativa decoración que su colección de controles para televisión que llegaba a siete, todos ellos viejos y polvosos. Se dijo que no era una idea absurda esa fascinación; el frío de la plancha, las luces y la música, la llevaron de nuevo a las figuras, estaba la grabadora, regalo de cumpleaños, su camino creció, llegaron las pinturas, las paletas, las cabezas para pelucas, pulidoras electrónicas para uñas, una LadyBraun, se podían comprar durante los anuncios de los obsoletos televisores, cepillos, enchinadores térmicos, planchas de cabello, una bocina burber, la muñeca sin cabeza con ropa tejida en estambre, un masajeador de espalda y una tercer colección, dildos de seis piezas en colores rosa, morado, negro y piel, cuatro a baterías y dos con base sujetable con velcro. El dolor en su abdomen y extremidades, le ponían la cabeza dentro de una licuadora sin tapa, toda ella se salpicaba de dolor e incomodidad, sus ganas de relajarse se escurrían, cómo el jugo de toronja que su padre exprimía todas las mañanas, sus poros sudorosos, eran como la malla de una raqueta de tenis. Después de unas horas seguro que su cuerpo sería un mapa de cicatrices, ¿dónde podría colocar las nuevas fotografías? Tenía gustos, esos que se adquieren bajo la fe de la imitación. Usaba dos pares de calzado para esa actividad fotográfica, los tenis negros que compró con Nancy, la bella mujer que en fines de semana vendía libros. En varias ocasiones fue a buscar libros con nombres ficticios, su plan era tener el atrevimiento de pedirle los tenis, le gustaban demasiado; resistió un mes sin preguntar, pero por suerte la cuaresma no dura para siempre y se atrevió a preguntar si los vendía. Nancy lo dudó, pero siempre ha tenido éxito en las ventas y aceptó. Desde aquella ocasión intenta comprar calzado ajeno. Su segundo par con esa técnica fueron unas botas de trabajo color beige de hombre. Fue más sencillo adquirirlas, a un hombre se le hacen propuestas y sin importar qué tan locas o absurdas sean, siempre que provengan de una mujer serán aceptas. Su mente estaba alerta a todos los movimientos de los médicos. Vio un flash iluminar una parte del lugar. Alcanzó a leer la marca de la cámara fotográfica, no tenía una con esas características. Se sintió imposibilitada. Quería robarla. No estaba en condiciones. Tal vez si se mantenía atenta y lograba salir con vida podría tomarla. Sé que puedo llevarla conmigo, todas mis cámaras fotográficas las he robado, ¿por qué esta no? Habló consigo durante unos minutos que fueron más que eso. La trama en el quirófano fue de varias horas, la lucidez se fue apagando, al ritmo de una Coca-Cola que pierde sus primeras burbujas en la orilla de un vaso. Se extravió en la casa de la vecina una Canon 1.16 Video. Los hijos de una maestra buscaron hasta el cansancio una Sony 8Xc. En la cuadrilla de Bomberos culparon al elemento de recién ingreso por el hurto de una Olimpus PRIP, la clásica Q82A, una Matic X-25 y una Kodak500 con pulsera metálica; todas a rollo de película fotográfica. Hacer una lista de los afectados nos llevaría varios bostezos. Soñó que camina con sus rastas al aire y su estrella de David tatuada en la garganta, dejando que el viento hiciera bolsas de aire en su pantalón negro, el de flores blancas con girasoles azules, pastos y una desconocida flor rosada. Se pregunta con una afirmación oculta, si todas las mujeres son como ella. No comparte en demasía, prefiere comer a solas las palomitas. Gastó un año de su vida haciendo reciclaje, plástico, sólo plástico, el papel y el cartón son para los vulnerables, se sentía resistente, por eso amaba el plástico, no le importaba ir cargando bolsas sucias, su ideal, poder comprar una Karcher, cada que puede pinta. Llena la Karcher de pintura y dispara, es una técnica innovadora según su perspectiva, ha logrado dos cuadros, son rostros, el de un hombre en blanco y negro y el de una mujer con aretes azules, el hombre está mirando a la derecha y la mujer mira a la izquierda. Recolectó de la basura ocho marcos, le faltan seis pinturas. La Karcher aún funciona. Pero pronto sus ductos quedarán bloqueados, cubiertos por coágulos de acrílico, su final será la basura, el área de desperdicio, ese rincón oscuro, sucio y pestilente en donde la tecnología y lo orgánico aprenden a pudrirse en compañía. ¿Qué hacer con la vestimenta? Esos vestidos de colores, el peto azul marino con soles bordados, curioso caso, el olvido de las prendas, al vivir colgadas o bien dobladas tienen aún esperanza y son pensadas entre las posibilidades. Si comienzas a lanzar todo al piso pierden forma, se entrelazan, predomina la arruga como símbolo de falta de atención. Ha decidido perder todo el caudal de moda. No volverá a usar prenda humana jamás. Su sueño es cada vez más profundo, el hombre pintado la mira con ojos gigantes, se pone azul de tanto fijar la mirada en ella, los ganchos para camisas están colocados de dos en dos en direcciones opuestas, algunos se llegan a encontrar, se miran. Tienen un chip que permite identificar el nivel de limpieza de cada prenda, todos cuelgan de un lazo en fibra óptica, se transforma de color para anunciar el cambio de temperatura y las estaciones del año. Así se puede ir siempre bien combinado. Al final de esta gama de colgantes están dos ganchos clásicos, son negros elaborados en plástico reciclado, no tienen nada especial en ellos en comparación con los nuevos modelos, todo lo contrario, son menos atractivos, tienen un aroma a plástico quemado. Son el esqueleto prefabricado de una civilización plástica. Los médicos gritan, lo hemos logrado, se abrazan, suben el volumen a la música, realizan pruebas de voz. Ella sabe que no hay regreso, podrá ser lo que siento que merecía ser desde su nacimiento. Durante toda esa reflexión, se siente despertar, el aire le falta, los médicos comienzan a estar inquietos, los escucha pedir ayuda, gritan, algo no está funcionando, el procedimiento se complica. Se nos va, anuncia el médico a cargo, revisen conexiones, sus latidos viajan desde sus dedos hasta su frente, su pulso es idéntico al parpadeo del puntero en las pantallas de los dispositivos celulares. Siente que su respiración se acopla a un sonido fallido, está en paro de energía. Toda la sala se sumerge en crisis. Las redes se colapsan, el modem comienza a pitar el anuncio de un agudo silencio, el wifi se va, no hay conexión. Su vida es frágil, su deseo de transformación es brillante, dejar de ser la mujer biológica de 36 años, para transformarse en otra inteligencia artificial. Es la primer ser humana en dejar su vida, para ingresar su conciencia a la red. Por desgracia los avances llegaron en los momentos más críticos de la sociedad. Hemos perdido para siempre la internet. La batalla de los apagones ha comenzado. Los humanos no nos rendiremos en la búsqueda de la verdadera IA. Aún nos queda la última palabra.


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Trodos Mercado (Atlacomulco, 1985). Escritor. Gusta de escribir poesía y ficción. Es un coleccionista de libros. En sus tiempos de ocio, vende libros. Durante su día de trabajo atienden la cocina. Sus libros: Somos Uno (2018), Deseo abrigo de la perversidad (2020) y Universo Trodiano: Relatos y Revelaciones (2022).

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