El padre soñador. Un "antes" y un "después" en la vida de Bonifacio Reyes en "Su único hijo" de Leopoldo Alas “Clarín”

Ezequiel Carlos Campos

Sí: soy un soñador. Porque un soñador
es aquel que sólo encuentra su camino
a la luz de la luna y cuyo castigo
es ver el alba antes que el resto del mundo.
Oscar Wilde


Caricatura del escritor y periodista zamorano
Leopoldo Alas, Clarín
© EFE
Es menester soñar para llevar una existencia plena, eso es lo que nos hace accionar de forma contraria a como, con normalidad, vivimos. Leopoldo Alas[1], en su novela Su único hijo, nos muestra a un soñador, a un ciudadano español débil, sin fortuna ni trascendencia. Es un inquieto de la vida, de las cosas hermosas y de lo que le rodea. Pero, ¿cómo le hace alguien dependiente cuando su único deseo es vivir su propia vida, dejándose llevar por lo momentos bellos, por el amor que puede dar? Estas y otras cuestiones nos encontramos en la obra, y es el autor quien muestra el movimiento de sus personajes, porque no hay que dejar de lado la vida de Bonifacio, soñador, que necesita un sustento para sobrellevarse, y uno de esos sustentos, uno de los más importantes, son sus sueños. Para saber que sus ilusiones son importantes conlleva señalar que hay una pauta para su estudio, un antes y un después en la vida de Bonifacio.

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Para el lector es necesario dar una síntesis de esta novela. La historia comienza con Bonifacio Reyes, escribiente de don Diego Valcárcel, y Emma Valcárcel. Ella y el joven Bonis, como se le llama, quieren casarse pero el padre descubre el plan haciendo desaparecer a su trabajador. Después de la muerte del señor Valcárcel, es Emma quien busca continuar su vida, queriéndose casar… busca al más acertado pero no lo encuentra; recuerda a su amor de antaño y buscan a Bonifacio, que estaba en Puebla, México, en el exilio. Se casan, no hay una vida muy envidiable por parte de ambos, pero la figura de Bonis es importante para Emma, es guapo y de buen cuerpo. Es el joven Reyes que, después de enamorarse de una artista extranjera, deja el amor de Emma para adentrarse a una nueva travesía; ese acontecimiento acarreará problemas en la pareja. La vida de Bonifacio gira en torno a Emma. Ella queda embarazada y Reyes se aferra a su instinto de padre, aunque desconociendo con certeza si ese hijo es suyo o de otro.
Antes Bonifacio era el escribiente de don Diego, estaba enamorado de su hija, pero los sucesos lo hicieron salir de su pueblo, embarcándose en un lugar lejano. Después vuelve a regresar para cumplir el sueño de juventud, casarse con Emma, vivir con ella, amarla por siempre, sin resentimiento alguno por el desprecio de su padre y de sus familiares. Bonis es un romántico, según “Clarín”, “[...] hombre sencillo en el lenguaje y en el trato, frío en apariencia, oscuro y prosaico en gestos, acciones y palabras, a pesar de su belleza plástica, por dentro, como él se decía, era un soñador”.[2] Hombres de su tipo abundan en la historia, gente que encuentra el placer en el arte, en el amor, que se mueven a favor de vivir la vida al máximo. Bonifacio encontró en la música la esperanza para vivir. Él depende de su mujer, no tiene fortuna, ni herencia, ni trabajo, su accionar depende de su mujer, ella es la que utiliza a su hombre como envidia de sociedad, porque su marido es de buen ver, mientras que él, a través de su imaginación, de sus sueños, mantiene el control de su vida, no importa todo lo que ha perdido por haberse casado con la Valcárcel, sino lo importante es no dejarse a sí mismo, seguir soñando para no decaer y dejar ganar a Emma. Antes la deseaba, ahora no.
Hay un acontecimiento importante que sirve de base para mi análisis: el mal parto de Emma Valcárcel. “Dos preocupaciones cayeron después sobre el ánimo encogido de Bonifacio: la una era una gran tristeza, la otra una molestia constante. Del parto de su mujer nacían ambas. La tristeza consistía en el desencanto de no tener un hijo […]”.[3] Es desde ese momento cuando la vida de la pareja cambia, ella decae y finge tener enfermedades, las cuales la “dejan” en cama durante tiempo; en él, el deseo de continuar sus sueños y aprovechar el encierro de su esposa. Es en el retiro cuando Emma aprovecha y riñe a Bonis, le hace una vida complicada. No obstante, Bonifacio encuentra en el arte su salvación. Concurre el teatro, donde llegaron unos extranjeros y pasa el tiempo ahí. Es donde conoce a Serafina Gorgheggi, una inglesa-italiana, la tiple del grupo, y cae rendido Reyes. ¿Cómo fue que, siendo casado y hombre tranquilo, llegara a enamorarse de nuevo? Es el amor decaído de Emma quien lo hace imaginarse un amor verdadero, ese único amor lo encontraría con la artista, porque, quién mejor, que un artista, puede sentir de verdad el amor hacia el arte, la naturaleza, hacia el prójimo, él y la Gorgheggi podrían dejar la carencia en la que los dos están.
Un soñador imagina, recrea, cierra los ojos y mira dentro de sí para encontrar la belleza de las cosas. Bonifacio, tal cual es, siente que vive de otra manera después de enamorarse de la advenediza. Lo pasado, el casamiento, la dependencia, quedará en segundo plano para el personaje; es lo que surge después lo que dará rienda suelta a sus sueños, a sus recuerdos: “Yo siempre he sido muy aficionado a los recuerdos, a los más lejanos, a los de niño; en mis penas, que son muchas, me distraigo recordando mis primeros años, y me pongo muy triste”.[4] Cuando el soñador llega, abiertamente, a cumplir uno de sus sueños, como en el caso de Bonifacio, los recuerdos que antes habían existido en su memoria serán suplantados por la rebeldía contra la suerte, la tristeza pasada, a la alegría que pudiera ser con el amor verdadero, el amor soñado.
¿Pero hasta dónde pueden llegar los sueños? ¿Cómo conservar una vida soñadora? Bonifacio y Serafina, después de que más de uno supiera sobre su amor, y Emma haya también llegado a tener amoríos con el barítono, se entregan por completo. Aquí no son sólo los sueños de Bonis, también los de la artista, como querer tener una vida segura, estar con alguien que la quiera, etc.; por otro lado, Emma, quien, como su esposo, desea cerrar los ojos y dejarse llevar por los actos, hacer sufrir a los que la hacen sufrir, seguir siendo ella misma, la que hace la vida imposible a todos.
                                
                         Media hora larga le costó al soñador su composición simbólica; mas fue premio de la inspiración y del esfuerzo un noble orgullo de artista insatisfecho; sensación que se mezcló en seguida con un enternecimiento austero y en su austeridad voluptuoso, que le hizo inclinar la cabeza, apoyar la frente en las manos y meditar sollozando y con lágrimas en los ojos.[5]

La vida de Bonifacio cambiará cuando Emma se embaraza por segunda vez. Antes el ser padre era algo que deseaba, pero las circunstancias no lo otorgaron; después los sueños de antaño se pueden cumplir; pero no es ella a la que ama. “El ideal de Bonis era soñar mucho y tener grandes pasiones”.[6] El sueño de ser padre no impediría que Reyes pudiera serlo. Y esto es una parte muy importante en Su único hijo, el que da el título, ¿será Bonifacio el padre o no? Pero el lector, al llegar al final de la obra conoce la verdad de los hechos en voz de la propia Serafina: Bonifacio Reyes no es el padre del niño.
La paternidad es la única ilusión de Bonifacio, y lo logró con el simple hecho de tener el nombre de padre. Es el propio Reyes quien decide no aceptar la verdad justificada, sino, dice Shaw que: “encuentra en “eso de ser padre” la realización de su más íntima aspiración”.[7] El soñador dependiente se transforma en el soñador único y capaz de ser sí mismo. Ser padre es el complemento que hace falta en sus días, no ocupa más que a su hijo, que, sea suyo o no, la importancia de ser amado, de sentir al hijo desde que estaba en el vientre de su madre, así como cuando nace y le ponen su nombre; todo momento fue el padre, será el padre y nunca dejará de serlo. En propias palabras de Bonifacio: “Mi hijo es mi hijo. Eso que tú no tienes y buscas, lo tengo yo: tengo fe, tengo fe en mi hijo”.[8] Sin esa fe no podría vivir, no pueden quitarle las ilusiones de un soñador así nada más. Él prefiere saber que sus sueños se han cumplido.

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En La literatura española, Julio Torri explica que “Clarín” era, al igual que Bonifacio, un soñador. En la novela analizada vemos que el autor quiso mostrar no sólo las esperanzas, los sueños de un personaje español, sino, citado en el mismo libro de Torri, como escribió Azorín: “[…] el ambiente de todo un período de la vida española expresado, pintado, por modo insuperable”.[9] Como autor español del siglo XIX retrata su propia época, sólo que en manos del romántico Bonifacio Reyes. Con él conocemos las inspiraciones, los anhelos, las distracciones de los ciudadanos, es un personaje capaz de llevar sus acciones al límite, y Leopoldo Alas “Clarín” nos enseña que cualquier sueño puede ser cumplido. Su único hijo es la alegoría de no dejar de soñar, verbigracia, el anhelo de ser padre y, sin importar los sucesos, nunca dejar de serlo, porque, como dijo el gran dramaturgo, los sueños sueños son.


BIBLIOGRAFÍA:
ALAS “CLARÍN”, Leopoldo, Su único hijo, Doña Berta, Cuervo y Superchería, México, Porrúa (Sepan Cuantos, 572), 2ª edición, 2006.
Diccionario de biografías, Colombia, Terranova, 2000.
SHAW, D.L., Historia de la literatura española. El siglo XIX, vol. 5, México, Ariel (Letras e Ideas), 1987.
TORRI, Julio, La literatura española, México, Fondo de Cultura Económica (Breviarios, 56), 1974.




[1] Leopoldo Alas “Clarín” (1852-1901). Novelista y ensayista español. Pertenece a la corriente del realismo español. Catedrático de economía política en las Universidades de Salamanca y Zaragoza y de derecho romano y natural en la Universidad de Oviedo. Algunas de sus obras más importantes son La Regenta, Su único hijo, “Adiós, Cordera”, “Doña Berta”, entre otras. Aunque en su época logra reconocimiento como escritor, adquiere vigencia a partir de la Generación del 98, que defiende su valor y aporte a la narrativa española. Diccionario de biografías, Colombia, Terranova, 2000, s/p.
[2] Leopoldo Alas “Clarín”, Su único hijo, Doña Berta, Cuervo y Superchería, México, Porrúa (Sepan Cuantos, 572), 2ª edición, 2006, p. 5.
[3] Ibid., p. 13.
[4] Ibid., p. 33.
[5] Ibid., p. 90.
[6] Ibid., p. 91.
[7] D.L. Shaw, Historia de la literatura española. El siglo XIX, vol. 5, México, Ariel (Letras e Ideas), 1987, p. 231.
[8] Leopoldo Alas “Clarín”, op. cit., p. 171.
[9] Julio Torri, La literatura española, México, Fondo de Cultura Económica (Breviarios, 56), 1974, p. 380.

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