La compra del alma

Diego Mayorga Cebrero


Nos acecha el cristal. Si entre las cuatro paredes de la alcoba hay un espejo, ya no estoy solo. Hay otro. Hay el reflejo que arma en el alba un sigiloso teatro.
Jorge Luis Borges, “Los espejos”.



Compré un alma a cambio de la mía. No es pecado, es sólo un reflejo deleznable del cristal, lo que fue una vez mi vida.

Como otros he oído de los arraigados pactos con el Caído entre los sombreados aquelarres blasfemos de un bosque prohibido donde, cuentan sus maderas añejadas por el tiempo, se recrean las sórdidas excentricidades del hombre para divertir a los muertos.

Hice la compraventa en un cementerio abandonado, las almas ahí suelen ser menos costosas. Entre la exhibición de letargos y féretros compungidos por el tiempo hallé la de un hombre ciego obstinado en recrear, con temblorosas manos en bastón y de camino lento —me lo supongo—, el hilo infinito del universo perdido entre los laberintos cosmogónicos. Su precio fue indeseablemente fácil de comprar, le faltaba la mitad de sí, había otro en él que se escapó entre páginas y letras romanas.

Era un mal trato pagar toda un alma por la mitad de otra.

Pasé el invierno buscando un alma que adquirir, pensé en ir al panteón y obtener, entre todas las deidades, el alma de Hades, pero recordé al poco tiempo que Dios ya lo había hecho, nauseabundo de poder, reclama las almas perdidas del camino de la santidad por igual.

Fue entonces cuando vi, en un rincón olvidado, un espejo de sucio y roto cristal con un alma idéntica a la mía. La suciedad de ésta reflejaba un alma ya comprada por el extraño vendedor, gastada y carcomida por el tiempo. Le ofrecí la moneda de Caronte y él, pulcro y soberbio, me ofreció la suya en un pacto de sangre, la transición de un alma hacia otra se reflejaba en los tintineantes destellos de luz sobre el lugar. El espejo tomó mi espíritu y me ofrendaba, en humillación, el suyo. En cada mancha de él quedaba enmarcada por el atisbo de cada transeúnte que le vieron y pasaron de largo, revelando la sempiterna batalla del uno con el tiempo.

La compra fue buena, hoy me miro con el alma de otro, me siento sucio y olvidado en la eternidad, no falta momento del día en donde un espejismo oscilante del cristal mal sujetado o de las sucias aguas de la ciudad me mire como uno de ellos y viceversa.

No sabré el destino del alma con mi muerte, pero sospecho que alguien, en las sombras de un cementerio, a orillas de la tumba de un ciego literato, encontrará a ese dulce vendedor que le ofrecerá un corazón justo y doliente como el suyo, mientras que el espíritu de mi ser será solapado entre los polvos que orillen el viento hacia el vendedor añejo. El espejo.


Diego Mayorga Cebrero (Zacatecas, 1999). Estudiante de Derecho, administrador de la página literaria El Ombligo de la Luna.



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