No hubo adiós

José Antonio Flores Gálvez



Llevaba más de media hora de retraso. Impaciente, fumaba en las escaleras del portal, movía el pie de un lado a otro de manera nerviosa, Beatriz nunca llegaba tarde. Tenía una semana sin verla porque se había ido a un viaje de prácticas, veía cómo los cuerpos caminaban en todas direcciones, sólo esperaba que de manera sorpresiva llegara, con sus suaves manos tapara mis ojos y fingiendo la voz preguntara: “¿Quién es el amor de tu vida?” Esa pequeña fantasía no se cumplió.

Pasó hora y media hasta que caí en cuenta que no iba a llegar. Me levanté y comencé a caminar sin dirección. En mi mente formulaba las posibles razones por las que no llegó, tal vez el camión se descompuso, no tenía dinero para el trasporte, sus padres no le dieron permiso de salir, sufrió un accidente, ¿por qué no me avisaría que no iba a llegar? La respiración se me aceleró, quería gritar, llorar, golpear el piso, reaccioné, ella no salía de casa sin su taser de gas pimienta, ella sabe cuidarse bien, debía haber otro motivo por el cual no llegó. Las lámparas alumbraban las calles. Comencé a correr en dirección a casa de Beatriz, doblé en una esquina y allí estaba, besando a otra.

Durante toda una tarde estuve imaginando lo peor, secuestro, muerte, trata de blancas, estaba equivocado, seguramente estuvo con esa mujer toda la tarde haciendo quién sabe qué, mi preocupación se transformó en decepción. Caminé hacia ella, cuando estuve a su lado la empujé con el hombro y seguí caminado, después de unas cuadras entré en un bar. Debí haber bebido al menos un litro de tequila antes de que el barman me mandara en taxi a mi casa.

Al despertar vi en el celular que tenía diecinueve llamadas perdidas, todas de Beatriz, apagué el celular y durante tres semanas no salí de mi habitación más que para comer y bañarme.

Un día por la tarde abrieron la puerta y allí estaba ella parada frente a mí, lucía tan hermosa como siempre, con su cabello castaño ondulado que caía hasta sus hombros, sus grandes ojos cafés y sus labios rosas, empecé a temblar no sé si de coraje, dolor o miedo, me levanté de la cama, con actitud furiosa salí de la casa, caminé por una hora antes de darme cuenta que llevaba puesta la pijama y recordar que no me había bañado en tres días. Llegué a un pequeño parque, compré un cigarro con una señora que vendía chicles, me senté en una banca a fumar, movía el pie de un lado a otro de manera nerviosa. De pronto unas manos suaves taparon mis ojos, sabía exactamente qué era lo que iba a escuchar.

–¿Quién es el amor de tu vida? –dijo una voz temblorosa.

–Es claro que no eres tú, Beatriz.

Quité sus manos de mis ojos, y me volteé hacia ella.

–No puedo creer que fueras capaz de engañarme.

Le lancé el cigarro que golpeó su pecho dejando una pequeña mancha negra en su blusa, me levanté y caminé hasta el quiosco donde Beatriz me alcanzó.

–Lo hice por una razón, no fue porque dejara de amarte o quisiera una aventura, fueron sólo negocios –dijo como si no hubiera hecho nada malo.

–¿Negocios? –contesté.

–Así es. Me he convertido en una sexoservidora –en cuanto terminó de pronunciar esas palabras corrí dejándola atrás, lo hice hasta que llegué a mi casa.

Entré a la regadera, después de tanto necesitaba un baño. Todo me daba vueltas, no podía creerlo, Beatriz y yo llevábamos un año saliendo, en todo ese tiempo apenas habíamos hecho el amor un par de veces, ahora no podía dejar de pensar que ella había estado con una total desconocida. La idea de lo que seguramente hicieron me causa repulsión, pero no podía dejar de preguntarme por qué lo hizo, necesitaba respuestas.

Tres días después me encontré con Beatriz en la plaza principal, habíamos quedado en que ella me diría toda la verdad.

–Antes de que empieces con tu historia quiero que sepas que si decidí escucharte no significa que ya no hay resentimiento hacia ti –dije con severidad.

Nos sentamos al borde de la fuente y entonces comenzó.

–Lo primero y más importante: no he dejado de amarte. No fue el motivo por el que comencé hacerlo, ni la emoción o la experiencia de hacerlo, tampoco porque no me satisfagas sexualmente, lo hice por el dinero. Sabes que vivo al día, el trabajo de mi padre y mi madre apenas y nos da para comer, siempre he odiado la pobreza, he soñado con viajes, cosas lujosas y ropa de marca desde niña, es lo que más deseo, estoy segura que la forma de conseguirlo lo más rápido posible era vendiéndole mi cuerpo a ellas.

–¿Ellas? –contesté.

–Sí, sólo lo hago con mujeres, al principio pensé en hacerlo con quien estuviera dispuesto a pagar, pero eso cambió cuando mis primeras clientes fueron mujeres, ellas me trataron bien, fueron gentiles, amables y no me pidieron hacer cosas especialmente extrañas, decidí que solo atendería mujeres.

–¿Con cuántas has estado? –pregunté.

–Nueve, no, diez, bueno no, con algunas…

–Has tenido sexo con diez mujeres, no has querido hacer el amor conmigo en meses y me dices que en cambio tuviste relaciones con diez chicas.

–No –contestó tranquila–, han sido diez clientas, no con todas he tenido relaciones, algunas solo quieren compañía, si pagan y no tengo relaciones con ellas para mí es mejor. Necesito que entiendas que no lo hago por lo sexual o el placer, yo quiero tener dinero, suficiente para no sentirme pobre. No quería que te enteraras –después guardó silencio, tomó mi mano y continuó–. Seguramente pienses qué hubiera hecho si nunca me hubieras descubierto. Mi plan es trabajar en eso hasta terminar la universidad, estudiar la maestría, conseguir un trabajo con un buen sueldo y dejarlo, tal vez casarme contigo.

–¿Pretendes que acepte lo que haces? –dije con la voz quebrada.

–Sí –me contestó con voz dudosa.

–Eso no va pasar, no porque no pueda aceptar que vendas tu cuerpo, es el hecho de que no confiaras en mí, no fuiste capaz de decirme tus deseos, lo que querías, hubiera hecho cualquier cosa para darte lo que tanto anhelas.

Después de eso la dejé allí sola sentada en la fuente.

Han pasado tres años desde entonces. He tenido tiempo para asimilar lo que pasó, me di cuenta que lo que le dije ese día fue con intención de herirla, y estoy seguro que lo hice pero también era verdad, hubiera hecho cualquier cosa para hacerla feliz, la amaba tanto que hasta hubiera aceptado ese trabajo, no fui capaz de perdonar su falta de confianza. He salido con varias chicas desde que dejé a Beatriz y a ninguna la he amado como lo hice con ella, es claro que ella fue el amor de mi vida, no podré compartir mi vida con ninguna otra chica.

Ayer fumaba junto con un amigo, mientras movía mi pie de un lado a otro, fue cuando la vi caminando por la plaza principal, la acompañaba un tipo bien vestido, ella se veía igual de hermosa que siempre, ahora su cabello ondulado le llegaba a la cintura, vestía ropa de diseñador y tacones que seguro costaban más que mi teléfono. Por un momento imaginé que dejó su antigua vida, ese tipo era su novio y él le había dado todo lo que anhelaba, ahora era feliz; se despidieron con un beso, la seguí con la mirada hasta un taxi, cuando ella subía me vio y me sonrió, yo hice lo mismo. Observé el taxi hasta que se perdió entre los demás autos.



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José Antonio Flores Gálvez (Zacatecas, 1992). Egresado de la Licenciatura en Letras por la UAZ. Formó parte del Taller de Narrativa del plantel 2 de la Unidad Académica Preparatoria de la UAZ. Es parte del Consejo Editorial de la revista Barca de palabras de la misma institución. Ha publicado cuento y poesía en las revistas Barca de palabras, Abrapalabra, E-bocarte y El Guardatextos, además de en la antología Todos juntos hacia un mismo sinfín publicada por el Instituto Zacatecano de Cultura en el 2014.

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