Escribir como un espejo. Seis plumas escriben autobiografías



Escribir del sí mismo parece fácil. En un primer momento, creemos que todos lo hacen. ¿No son muchísimos cuentos, novelas y poemas los que se presentan en primera persona del singular? “Yo también puedo hacerlo”, pensamos. El asunto es “¿yo también quiero hacerlo?”.

Para escribir sobre quienes somos se requiere un mínimo no solo de conocimiento, sino de reconocimiento de todo aquello que mostramos en público, pero también de lo que escondemos ante los demás, pues lo que nos hace únicos es mezclar ambas partes. Así, la escritura se convierte en un espejo que no solo refleja, sino que transforma.

Luego de nueve horas intensivas de escritura autobiográfica, seis discursos, tan diferentes el uno del otro, como cada uno de sus autores, se han apoderado de la hoja en blanco, como las aves cuando dejan cuidadosamente las marcas de sus falanges en húmedas arenas; tiene que haber agua de por medio, cualquier líquido que permita la reflexión.

Descubrimientos familiares, miedos, discordias, enojos, frustraciones, melancolía son los temas que quisieron, cada uno, compartir, con sus particulares recursos.

Ahora sobre la pantalla, que no es más que otra forma de hacer sólido lo líquido, se verán reflejados otros. Y la cuestión inicial, el escribir del sí mismo, se logra en tanto todos nos hallamos un poco también en ese espejo.

Citlaly Aguilar Sánchez (compiladora)


*
La decepción después de los heraldos negros
Pilar Pino

Hay golpes en la vida, tan fuertes... ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma... ¡Yo no sé!
Son pocos, pero son... Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas;
o los heraldos negros que nos manda la muerte...
“Los heraldos negros” (fragmento), Cesar Vallejo


La noche previa a mi nacimiento una enorme esfera de oro acaparó el cielo, hubo luna nueva. Fue una fuera de lo común, algo no que se vería hasta años después. Fui la tercera de los cuatro hijos de mi padre y la más pequeña de mi madre.

Fui una niña muy demandante, siempre he tenido la necesidad de atención, nunca he dormido bien, desde entonces era noctámbula. Para mi mamá era demasiado, extenuada y deprimida, no podía prestarme suficiente atención, por lo que era cuidada por mi tía Gloria.

Mi persona favorita era mi papá, pese a ser un mujeriego. Mi papá era un hombre idealista que pasaba su tiempo libre sentado en la sala leyendo. Leía los periódicos y varios libros a la vez. Algunas mañanas las pasaba escribiendo.

Todos los domingos salíamos a comprar los periódicos y algunas revistas, a veces íbamos a la librería por un ejemplar para mí. Todo el día escuchaba música, al igual que yo. Me gustaba sentarme cerca de él a leer los libros que me compraba. A veces me daba a elegir entre un libro o una muñeca, no siempre elegía los libros.

Solía darme besos de nariz, abrazarme tan fuerte como si quisiera que me fundiera en él, luego me decía: “Mi peloncita preciosa, ¿quieres escuchar una canción hermosa?”. Entonces, ponía alguna de sus piezas favoritas. También cambiábamos la letra de las canciones infantiles, para cantarlas en los viajes de regreso a casa. Tuvimos un conejo llamado Motita que se creía perro, al que le cantábamos:

“Allá en el patio había un conejo
se hacía chiquito
se hacía pendejo
estaba de mal humor
pobre conejo tenía calor…”.

Cuando murió quede tan sola, quedé desolada. Me sentía como una niña abandonada en el cerro justo antes del anochecer. Ya no tenía con quién hablar, perdí a mi compañero de cine. El cine raro que solo nos gustaba a los dos.

La melancolía me cayó dos meses después de su funeral para quedarse por varios años, un nudo de emociones se alojó en mi pecho y mis ojos se inundaron de tierra, quedaron secos como este semidesierto. Escuchaba sus pasos en la casa, arrastrando los pies con las pantuflas viejas y deformadas, ese ruido que odiaba por las mañanas.

Lo extraño cada domingo, porque era el día para estar juntos. Salíamos a medio día al tianguis, las compras se hacían en 10 minutos y las dos horas restantes era platicar con la gente “para conocer cómo andaba la política”, la cual era su pasión. Nunca he conocido otra persona tan apasionada como él, tal vez solo la persona que encuentro en el espejo.

Varios meses después de su muerte intenté cerrar sus redes sociales, vi entre sus contactos una chica con el mismo apellido que llamó mi atención. Una chica con cabello corto, lentes y mascada. Creí que se trataba de una pariente de las que no tenía conocimiento y que se pusieron en contacto debido al fallecimiento de mi papá.

Una tarde que pelee con mi hermano mayor, quien sospecho tiene asperger, por una tontería como es usual entre hermanos, me dijo: “No necesito de tu ayuda, no importa que ya no me hables, al fin y al cabo, que tengo a mi otra hermana”.

La noticia me cayó como granizos gigantescos, abandoné mi ira y tiré a la basura los insultos y palabras hirientes que tenía preparadas para dar la envestida final. Ahora solo quería saber más sobre esa hermana perdida.

De pequeña salía a ver la luna llena con la esperanza de ver una estrella fugaz y pedirle eso que tanta falta me hacía: una hermana con quién jugar y compartir. Pensaba “todo este tiempo tuve una hermana y no lo sabía”.

Era ella, la que había visto en las redes de mi papá. La busqué en mi tiempo libre durante días, escribí una carta que mandé por messeger de Facebook, esperando con los dedos cruzados me respondiera. Lo hizo y fue muy amigable. Quedamos en vernos y hablar cuando alguna de las dos pudiera viajar, porque hacía varios años se había ido del pueblo en busca de una vida mejor.

Aproveché un viaje del trabajo, al que nadie quería ir, para ir a la Ciudad de México —entonces aún el Distrito Federal—, para conocer a mi hermana. Me sentía completamente entusiasmada y un poco nerviosa, por días la había stalkeado y sabía que éramos parecidas, me sentí más identificada con ella que con mis otros hermanos. Sin embargo, era un poco amargo. ¿Por qué mi papá no había tenido la confianza de decirme su secreto? ¿A caso no me educó para pensar diferente y no juzgar como lo hacen los demás?

Hablamos, nos abrazamos y fue como si nos hubiéramos conocido de toda la vida. Me contó que mi papá entraba y salía de su vida, también que creía que la odiábamos. No entendí por qué pensaría que la podría odiar, si era parte de mi familia y de mi historia. Creo que esos prejuicios salen en las familias clasemedieras de un pueblo mocho como el nuestro.

Mi papá escribió una novela semiautobiográfica dos años antes de morir, hablaba sobre su juventud, sus amigos borrachos y sobre una niña rubia a la que extrañaba, que resultó ser mi hermana. No me dejó leer esa novela antes de publicarla, cuando siempre me daba sus textos por mi crítica despiadada, pero esa fue la excepción.

Fue capaz de vendérmela el día de la presentación, la leí y le dije: “Don Pino, tu novela tiene pésimo trabajo de edición y la niña, si soy yo, está muy forzada”. Me dejó de hablar 15 días, dejó de visitarme en las tardes y ya no me esperó los siguientes domingos.

Me siento culpable por haberlo tenido a tiempo completo, por no haberlo aprovechado más, porque estuvo conmigo y no con ella. “A ella también le hacías falta”, pensaba una y otra vez. Crecí con mis vecinas, cuyo papá se desentendió de ellas, dejando la carga de crianza y manutención a su mamá. Siempre me sentí afortunada por tenerlo en casa, pero ahora estaba decepcionada. ¿Cómo fue capaz de hacer algo así?

Tras pasar algún tiempo entre la decepción, el enojo, la admiración y el amor, lo soñé en una noche de luna nueva. Estaba en el estudio, pero los libros viejos y descoloridos que adornan las paredes eran de colores brillantes. Él estaba vestido de verde y tenía una sonrisa, no hablaba, pero me dio a entender que nos debíamos cuidar una a la otra. A partir de esa noche dejé de extrañarlo con la misma intensidad, de sentir que me faltaba un pedazo.

Dos meses después, la mamá de mi hermana falleció, luego de una larga agonía. Ver a mi hermana solo me provocaba ternura y ganas de abrazarla, sabía que no podía dejarla sola. Sabía que debía cumplir el deber que toda hermana mayor tiene, cuidar de las menores. Ahora nos cuidamos mutuamente. Es quien me aconseja y a quien le llamo cuando me ha ido mal.

De vez en cuando, en las noches de luna nueva, se nos aparece mi papá en sueños. Cuando yo lo sueño es porque pasará algo en la vida de mi hermana y cuando ella lo sueña un mensaje hay para mí. Así es como nos habla y nos mantiene unidas.

Han pasado ya varios años desde que trascendió, pero sigo un poco decepcionada. A veces pienso que si hubiera compartido su secreto conmigo su carga no hubiese sido tan pesada. Tal vez le causaba vergüenza, no el haber tenido una hija con una mujer que no era su esposa, sino haberla abandonado. Pese a sus defectos, nunca lo creí capaz de hacer algo así. Saberlo me descorazona.

Terminé por entender que era una persona con virtudes, defectos, problemas, amores y traumas como todas, como yo. Hay secretos que no le comparto a nadie y tal vez me los lleve a la tumba. Soy tan parecida a él que tengo miedo de repetir la historia.


*
Emojis en el estómago
Érika Fabiola Flores Puente


Maldito Descartes. ¿Sí fue Descartes? O a quién se le ocurrió que el ser humano tenía que hacer algo provechoso en su vida, pero algo provechoso según ciertos lineamientos: provechoso para una sociedad entera.

El punto es que eso me tiene preocupada desde la adolescencia cuando se llegó el momento de elegir una escuela para estudiar el siguiente nivel, la preparatoria. No podía entrar a cualquiera, ya que algunas tenían perfiles técnicos muy delineados para continuar por la misma vía profesional. Qué difícil es eso de elegir, eso de la libertad de pintar tu vida en un grano de arroz, cuando ni siquiera sabes usar un pincel.

Mis padres querían que estudiara Medicina. “Tienes la capacidad intelectual”, decían. E insistieron hasta el último momento. Por fortuna o infortunio no lo hice. Lo malo es que esa decisión me ha tambaleado cual frondoso y verde árbol de Navidad lleno de esferas, figurillas, luces de colores y listones, siendo presa de un calculador gato negro. Y no solo en Navidad, en distintas épocas, fiestas, conmemoraciones, funerales y minutos de mis días.

Es emocionante seguir un sueño, rellenar mis frasquitos de dopamina y serotonina con cosas o actividades que me gustan, pero este mundo consigue que se torne insuficiente... Entonces vuelve aquel gato a desestabilizar la sencilla base del árbol, recargada en una frágil y corta pata de gallo; me muestra sus brillantes ojos de aceituna y con un bufido me obliga a cargar la maldita presión social del progreso, esa de que el ser humano es feliz solo cuando es exitoso; claro, si eso equivale a “dineroso”. Así que también vuelve la acidez que constantemente desintegra los emojis sonrientes que giran en mi estómago. Poco a poco, el líquido corrosivo cubre el presente mientras deja pequeñas y dolorosas heridas de incertidumbre. Esta sensación me obliga a pensar y repensar aquella decisión del pasado que pudo haber sido la correcta.

Honestamente, no me imagino siendo una médica. Aborrecería en lo absoluto pasar tantas horas en un hospital sin tener tiempo para disfrutar el éxito arduamente sembrado. Claro, el éxito que nuestra sociedad define como un trabajo estable con buena paga, prestaciones y reconocimiento; uno que permita dormir tranquila y mantener las deudas a raya. Ufff... Tampoco me imagino decidiendo sobre la vida de una persona, cuando me cuesta tanto decidir sobre la mía.

No había sido capaz de calcular el peso de mi angustia hasta el día en que leí este fragmento de Cioran: “En todo ser que no sabe que existe, en toda forma de vida exenta de conciencia, hay algo sagrado. Quien nunca ha envidiado al vegetal no se ha enterado del drama humano”. Pfff.

Entonces, le pregunté a mi esposo:

—¿Alguna vez has preferido ser un vegetal?

—Por supuesto que no —contestó convencido.

—¿Ni como Brush (nuestro perro)?

—Tampoco.

¿Será que yo me estoy buscando estos problemas? ¿Será que me convertí en la hierba gatera del felino insolente? ¿Por qué a mi esposo no le pasa igual? Bueno, desde muy joven, creo los 16, él supo que le gustaba la docencia y la radio. No sé si fue magia o coincidencia, pero desde entonces él se ha dedicado a lo que le gusta y en lo que es, por cierto, muy bueno. ¿Qué pasa conmigo? ¿Por qué él sí tuvo eso y yo no?

Quizá nunca lo sabré… Quizá esa angustia por haber tomado la decisión equivocada respecto al rumbo no exitoso que le he dado a mi vida nunca deje de tambalearme. Admito que ser médica no era el camino y que las células que producen mi dopamina agradecen el que haya estudiado Humanidades. Posiblemente también deba aceptar que es válido que a estas alturas de los treinta siga buscando aquello que me guste muchísimo hacer, cuyo pago sobre para la mensualidad de Infonavit y una coquita de vidrio bien fría.

Siendo sincera, tampoco imagino mi vida sin eso de lo que apenas sé un poco, pero que me complementa. Ni la literatura ni la investigación histórica ni la promoción cultural son áreas en las que haya alcanzado el éxito “dineroso” soñado, mas debo reconocer que son las razones por las que más emojis sonrientes rebotan de mi estómago hasta el corazón.


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Agua de coco
Karen Pinedo


Desde que recuerdo siempre me ha gustado sumergirme en las albercas y hacerme bolita, en posición fetal, e imaginar que soy un bebé en el útero calientito, con todo ese sonido acuoso que escuchas también en los ultrasonidos.

Cuando conocí y nadé un cenote pensé “Este si es un útero y me quedé flotando en ese huevo gigante”.

Tengo una imagen constante en mi cabeza de cuando era bebé: de mi mamá amamantándome, del sabor dulce de la leche, una imagen vieja y lejana, pero, al mismo tiempo, abrazadora.

Recuerdo un programa en la televisión que salía cuando tenía siete años; a las 5:30 de la madrugada enseñaba cómo se forma un ser vivo; ahí salía una abuela explicándoles a sus nietos cómo se unía un óvulo y espermatozoide, y se podía escuchar el latido del corazón; eso se quedó grabado en mi mente.

Un día me dolía el estómago y me presioné y sentí un latido, lo primero que pensé fue “¿Estoy embarazada? Estoy embarazada”. Y yo aún sin tener ningún contacto con la sexualidad de otros y sin tener la capacidad para crear un bebé en ese tiempo, siendo una niña ingenua e inocente. Sentí terror y miedo de pensar que mi mamá me regañaría. Ahora, recodar esto me hace pensar que fue gracioso y triste, pues fue un tormento para esa niña que fui.

Con el tiempo descubrí que nunca estuve embarazada, solo era un dolor de estómago biliar, pues durante la niñez fui muy enfermiza; siempre me la pasaba en el doctor o con las sobaderas sanadoras. Dicen que el estómago es como un segundo cerebro de las emociones, imagino que yo era frágil y sensible y por eso el mío se desbordaba como un río.

Ahora en mi vida adulta me plantee la posibilidad de algún día ser madre y de repente en mi cabeza saltó como una alarma que arrojó muchas preguntas “¿Yo puedo ser madre? ¿Y Si no lo logro?”. Y ahí fue donde resonó el miedo a la maternidad molestando como el sonido de un gis en un pizarrón. Mi primer paso fue sumergirme en mí y nadar en mis pensamientos y emociones y llegar a la profundidad; cuando el caudal se destapó llegaron todos los recuerdos y sensaciones. Ahora los estoy afrontando sabiendo que hay cosas generacionales, como el miedo por abuso, sexualidad forzada, aborto y violencia que no me pertenecen y sabiendo que si algún día llega la maternidad será porque yo la elegí y que entre todo esos deberes como el tiempo, la responsabilidad y estabilidad hacia los hijos, también están las risas, el gozo y la diversión.

Antes siempre me preguntaban que cuándo iba ser madre y yo inmediatamente me sentía incómoda y mi respuesta era “Ah, mmm, no sé si quiero”. Ha sido un camino largo de muchas sensaciones, como un miedo paralizador imaginarme pariendo y no tener la fuerza suficiente. Ahora me imagino tomando la fuerza de mi madre, mi abuela, mi bisabuela y de todas mis mujeres.

Después de todo este viaje a mis propias aguas, aún no sé cuándo será, pero algo que ya no está es el miedo.


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Hagan guacamole
Felipe Soriano


A mis cuarenta años comienzo a analizar y preguntarme por qué son tan complejas las relaciones de pareja. Ojo, no es una queja, inclusive considero que he tenido buena suerte en el amor. Actualmente tengo novia, aunque confieso que mi relación es muy moderna, es decir, es a distancia y de forma virtual en noventa por ciento del tiempo. El vivir en pareja requiere de una disposición a abrir tu mundo y tratar de entender y asimilar el de la otra persona.

Muchas veces escucho pláticas de las diferencias y problemas que tienen mis amigos con sus esposas, algunos comentan cosas que parecen simples o superficiales, inclusive yo vi y las veo en la vida de mis padres, para ellos, la forma en que mi papá utiliza los cubiertos y el ruido que hace al rasparlos con los platos fue y es una causa de discusiones acaloradas y regaños por parte de mi mamá.

Estas son algunas de las diferencias que tengo con mi novia: ella es vegetariana y no toma alcohol, yo soy un amante de las carnes asadas y el tomar cerveza en un tarro helado se ha convertido en mi deporte favorito; ella trabaja por cuenta propia y me presume su libertad de tiempo, yo soy una mezcla de maestro godín universitario; a ella le gusta ser el centro de atención, su corte de pelo rapado de un costado y pintado de rosa me hacen pensar y sentir eso, mientras que yo evito constantemente ser el foco principal en la sala.

También: ella no cree en las vacunas, yo ya tengo los tres refuerzos del Covid-19 y espero el próximo con ansias; ella no sabe manejar y le da miedo ir de copiloto en carretera, yo recientemente manejé desde la calurosa ciudad de Tijuana hasta el frío destino de Zacatecas, disfrutando cada uno de los más de dos mil quinientos kilómetros de viaje; ella estudia música, toca el violoncello y yo tontamente confundía su instrumento con el “tololoche” que usan los grupos norteños en las cantinas.

Pero el problema más grande, y de lo cual no vemos un posible acuerdo, es la diferencia de cómo partir un aguacate, la forma correcta o incorrecta. Es increíble que ella piense que se hace por la por mitad de forma horizontal, considerando que la parte superior del aguacate fuera desde donde es cortado de la rama del árbol. Desde luego ella tiene toda una explicación de su método y los beneficios de partirlo de esa manera, la más importante que destaca es que de esa forma se puede guardar la mitad en un vaso de vidrio con agua, y el aguacate no se pondrá negro. Yo insisto que esa forma es incorrecta, pero llegué a la conclusión que lo mejor es terminarnos el aguacate completo o simplemente hacerlo guacamole.


*
Betún de chocolate
Érika López Solís


Llevaba muchos años de llorar y llorar, así como lo dice la canción. Lo triste es que ese llanto hacia adentro era tan ahogante y caliente, y se convirtió en una gran frustración y mucho enojo, estas dos emociones fueron el maquillaje perfecto para ocultar la tristeza que habitaba en mí. Esa tristeza que no le gusta dejarse ver al desnudo, tan grande y profunda como el fondo de un pozo.

La frustración y el enojo requieren de mucha energía, la cual provoca un calor interno, similar al de unas brazas de carbón ardiendo, por lo que sin pensarlo me eché un clavado en aquel pozo, donde ahí al fin pude ser sincera y desde ahí gritar con todas mi fuerzas.

¿Qué es tener una mamá? El eco que surgió de ese lugar me aturdió por un instante, pues solo me respondía mi grito varias veces… pero no mi pregunta. La que no dudó en responderme fue mi mente, mi imaginación: una madre es un amor sin chantajes, es el consuelo en días nublados, es quien desenreda los nudos de tu cabello, es valentía ante esas noches de miedo, es el color en los pasteles embetunados de chocolate, es el aroma de una exquisita sopa de fideos, una cómplice de travesuras, es paz al perdonar y un sol alegre en cada amanecer. Todo esto respondía mi mente y no las voces del eco que emitía aquel espacio húmedo y desolador.

Al estar ahí, dentro de aquel pozo, donde el agua era fría y sin nadie que contestara mi pregunta, me rendí, pues mi cuerpo ya estaba cansado de tanta rigidez, esa que causa la frustración y el enojo, al soltar todo ese peso de mi cuerpo pude sentir cómo me fui hundiendo en forma ligera y, al llegar al fondo, no dude en impulsarme para jalar un respiro, es ahí donde al quedar flotando con la cara hacia arriba, me quedé observando la superficie, y puede ver dentro de tanta oscuridad, una luz, esa que podía entrar y asomarse sin miedo a perderse, es ahí en donde mi mente quiso volver a intervenir, pero algo más fuerte en mí respondió; era necesario bajar hasta lo más profundo y oscuro para lograr ver esa luz.

Logré comprender que yo soy esa mamá que tanto andaba buscando, que no existía esa mamá que la magia de mi imaginación generaba, que el único ser que me tratara como a mí me gusta, soy yo. Con amor infinito desenredar mis rizos, que también en mis días nublados solo yo puedo dibujar ese sol radiante, que los pasteles embetunados son más deliciosos cuando los comparto con mi gran amiga de viaje, esa que también andaba en la misma búsqueda que yo, esa amiga a quien le agradeceré por siempre haberme regalado el boleto para viajar a todo lo largo y ancho de esta vida: mi madre.


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Agua y aceite
Anís Serrano


Cada vez que hablo y vivo algo relacionado con el arte, el tema me toma como un jalón de cabello, mi estómago se comprime, mis manos sudan, mi cuello se tensa y siento el pinchazo que sufren los adictos ante falta de droga, pero eso no es todo, a veces, contradiciendo mi cuerpo, mi pecho siente cómo entra un aire limpio y mi garganta se llena de algo que me produce ganas de llorar de una potente alegría y nostalgia.

Tratando de no expresar esto en público, me remito tan solo a pensar algo que decir del tema y evitar reconocer lo fundamental del asunto. Me siento estúpido, y más porque a veces me siento como el agua y el aceite en un vaso. La gente exigiéndome la explicación del porqué al beberme les sabe feo o a medias, que solo debería ser agua y si soy aceite decirles previamente para lanzarme a la coladera o a un sartén caliente.

Vivir y ser
—El cineasta Anís Serrano está con nosotros —empiezan a sudar las manos.

—Anís Serrano, el músico —qué molesto, la picazón empieza.

—El pintor, el dibujante —una risa temblorosa.

—El artista —las miradas, el pesar, el cansancio, la verdad, el pasado, el dolor, el conocimiento, el espíritu… esto y mucho más me golpea cada vez que estas palabras surgen de las personas y chocan tan fuerte que han quebrado este espejo que tanto necesito para reflejarme; pero me da miedo asomarme y ver lo que verdaderamente significa para mí.

La vergüenza y la culpa
Desde lejos puedo ver las penas y dolores de otros artistas y me molesta porque no entiendo cómo es que llevan mostrando esas dolencias por años y como víctimas de las adversidades, el público y las instituciones les aplauden haciéndolos creciendo más y más. Aquí viene el aceite. Estas víctimas me han volteado a ver y le dicen a todos lo que no soy porque no todo el día grabo películas, no siempre hago música, no me la paso sacando fotos, no siempre escribo poemas profundos y difíciles de descifrar, no todo el tiempo dibujo o salpico con pintura un lienzo, no siempre soy el agua que todos quieren beber. Y en lo profundo de mi corazón, en mi pecho, esto me arde y me culpo por no ser lo que debería mostrarme.

El secreto
Me convulsiono ante algunos artistas y su arte que algún tiempo fueron cercanos y que hoy tratan de ignorarme como un recuerdo incómodo. ¿Amigos, colegas, conocidos? Los consideré, pues parecía que el camino del arte, el trabajar juntos, significaba traer de la oscuridad a la luz un milagro transformador, pero solo era un espectáculo de sombras proyectadas jugando a ser maniquíes alimentándose de la pedacería de otros maniquíes. Hace unos años encontré una descripción de esta condición en palabras de Andrei Tarkovsky: el artista que no trata de encontrar la verdad absoluta y que ignora los fines últimos a causa de los fines accidentales es solo un oportunista. ¿Acaso ustedes me han condenado a vivir en secreto?

A todo esto, comienzo a incendiarme con el fuego de la zarza ardiente; en este punto todo comienza a cobrar sentido, el vivir, el ser, la vergüenza y la culpa, son en realidad parte de ese reflejo al que tanto necesito y deseo, apenas se proyecta mi silueta y quiero huir y esconderme, pero esto ya es insostenible. Sé que soy el agua y el aceite que mantienen viva esta llama y ya no me mantendré en secreto, sea como sea de hoy en adelante, todos beberemos de esta poción caliente.



Comentarios

  1. Muy buen ejercicio de voltear hacia dentro y sacar eso que a veces no se puede explicar bien con palabras...felicidades a todos!

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