La novia de papá

Aranza Velázquez


Te va a abandonar en uno de los juegos de la feria, dijo mamá cuando me había emperifollado en un vestido durazno con tul para ir en autobús hasta los juegos mecánicos del centro. Todavía mi estatura se veía por debajo de los pechos de ella, recuerdo la luz blanca de la entrada de la casa y cómo calaba directo en la cara. Supongo que sí quería ir hasta allá de la mano de papá, o no lo sé, no recuerdo ir de su mano sin que eso significara un mal gesto para la mujer que se quedaba siempre en casa. La noche se trasladaba en la ventana de la ruta, las luces amarillas iluminaban mi vestido, sentado en las piernas de Gabriel porque ya no había lugar.

Era incómodo estar tan cerca de un hombre por obligación. El tul picaba, y hacía frío, quizá dije que me gustaba por tanto tiempo para normalizar un poco su textura, pero la verdad es que la niña asmática y raquítica de seis, era friolenta. Tampoco supe por qué quería ir si no disfrutaba de jugar, los carritos me daban náuseas después de unas vueltas y era tonto alzar el brazo con todo y el frío para saludar a tu padre desde el otro extremo. Se sentía un mundo pequeño en el cochecito que parecía más un camión, una mini glorieta enfundada en autos de juguete que giraban tanto y tan rápido, hacían que imaginara que un día tendría uno, manejando adulta a mi antojo. La niña recuerda las lágrimas agrietársele por los surcos de los ojos, no lloraba, pero la vacilación de su madre al advertirle que sería abandonada en plena noche por su padre, debido al alcohol, al que se le asomaba en la piel hinchada y rojiza, comenzaba a picarle en la cabeza.

Sólo se cercioraba de que en cada vuelta él estuviera ahí mismo. Uno, dos, tres, cuatro. Cuarta vuelta, y dónde se había metido el hombre de jeans que la había llevado hasta ahí, vestido elegante a su manera cuando fingía ser un hombre de provecho. No estaba. Ella se bajó, mareada, el suelo nunca la sostuvo bien, se empecinaba en ir siempre hacia él. Se sentó en una de las bancas verdes. Mamá tenía razón. Intentó hacer un croquis en su cabeza como le habían dicho en la escuela que se hacían para llegar a casa, su cabeza se apresuró a andar en las calles sin alumbrado y semáforos que no le ayudarían a cruzar a la otra banqueta. Imaginar preguntarles a extraños cómo volver a casa. Pregúntale a ese señor, no, se ve enorme y su entrecejo da miedo, qué tal si aquella señora no es tan amable como parece, recordaba que su intuición o lo que le decían que era eso, no era precisamente buena, se equivocaba a menudo como al decidir ir con aquel hombre que no encontraba. Esa chica no me trataría bien, pensaría que la estoy molestando. Los pies colgaban. La esperanza también.

¿Dónde estabas? Decía entre risas, sólo había ido a comprar un churro de azúcar. Ni siquiera le gustaban a la niña, no la conocía. Daba regalos y dulces que no eran de su agrado. Como siempre le sonrió, con más miedo, le dio la mano y comenzaron a caminar. Ese señor rizado quizá sí sería capaz de dejarme acá por una bolsa de churros.

Mira qué linda niña, le dice una pareja. Sí, vengo con mi novia. Explicó que la madre no pudo ir, entonces su reemplazo era la de seis con vestido bombacho. No sabe por qué sintió tanta tristeza, y sólo quería irse de regreso, con la mujer que le dijo que la iban a abandonar en ese recinto de olores, comida pegada al suelo y juegos mecánicos poco confiables. A pesar de ser dura, a veces podía ser una niña con ella, cuando no, era la novia de papá, fingiendo citas a las nueve de la noche comiendo flan en un restaurante de mariscos porque a él le encantaban. Ella tenía el paladar de la niña de seis. ¿De qué podían hablar un hombre de cuarenta y una niña de su edad? Su apetito era voraz y le recordaba el dolor que sentía cuando no había comida y él también sufría. Se arrancaría un brazo para alimentar a su papá en tiempo de crisis, que era frecuente. Sentía la culpa de haber desobedecido a la madre, haber ido con el hombre alcohólico, y haber recibido un paseo nocturno, un tipo de regalo.

Era raro recibir flanes, comida al azar y juegos que prometían ser divertidos, en tan sólo una noche, en una hora. Él no sabía cómo divertir a una infanta, cómo volverla feliz como si le incrustaran baterías. Sentía lástima por él, y miedo a la vez de que no se enterara que venía con su hija.


________________
Aranza Velázquez (Fresnillo, Zacatecas, 2000). Estudiante en la Universidad Autónoma de Zacatecas, en la Unidad Académica de Letras. Ha participado en algunos diplomados y seminarios de escritura creativa, de microtextos y microrrelatos, de multiculturalidad y sobre el amor grecolatino. Egresada del Programa de Extensión Universitario de Lenguas en la Universidad Autónoma de Zacatecas con idioma inglés. Tiene inclinación por la poesía y el cuento. Ha publicado en Redoma y en el suplemento cultural “El Mechero”. También se interesa por la danza, de la cual tiene una amplia trayectoria en estudios, asistiendo a módulos y congresos; asimismo, ha sido parte de Casa Cultural “El Parche”, del programa “Cultura hasta donde estés”, “Danzando a la muerte” y “Comunicación”. Actualmente colabora en la corrección de textos dentro de la empresa Hilo Negro en su localidad, y es parte de El Socavón del Arte como ejecutante y como coordinadora de las actividades dentro del Taller de Creación Literaria con el programa Veta. 

Comentarios

  1. Me enaltece y llena de orgullo verte triunfar, no me queda la menor duda de la gran escritora que eres y el gran futuro que tienes por delante, espero seguir leyéndote, hasta pronto Fer

    ResponderBorrar
  2. Fue un final un tanto perturbador.
    Bravo!

    ResponderBorrar
  3. Colgaban los pies como la esperanza :)

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

¿SE TE PASÓ ALGUNA PUBLICACIÓN? ¡AQUÍ PUEDES VERLAS!