Goldenmat

Ana Gabriela Banquez Maturana


Sus últimas palabras fueron: “Coméntale que profese amor insondable, ajeno a visiones faciales, ajeno a efímeros roces táctiles, ignorante de sus sonrisas, desprovisto del dulce eco de ‘papá’, sin visión de su desarrollo, sin orientar su juego futbolístico, sin ser alguien con quien pudiera tener recuerdos por conservar. Asimismo, fui quien dio su vida para que la suya tuviera esperanzas. Cuídalo por ti y por mí, puesto que, si estás leyendo esto, es porque los abandoné en esta vida difícil en contra de mi voluntad.”

En el tranquilo pueblo de Goldenmat la vida tomó un giro desolador cuando la noticia de la guerra se cernió sobre la comunidad como una tormenta implacable. La amenaza de conflictos bélicos lejanos parecía distante, pero pronto se desató un torbellino de eventos que sumió a Goldenmat en el caos. Las noticias sobre la declaración de guerra llegaron como un golpe sordo. Los jóvenes del pueblo, antes ocupados con sueños y proyectos, fueron llamados a filas. La partida de amigos y familiares dejó un vacío en Goldenmat, pero la promesa de un rápido regreso llenaba los corazones con la esperanza de que la guerra sería corta y victoriosa. Sin embargo, la realidad de la guerra era más brutal de lo que Goldenmat podía imaginar. Las cartas de los soldados narraban historias de trincheras, bombardeos y camaradería forjada en las sombras de la muerte. “Nos están despedazando” y “manden refuerzos” eran de sus continuos comunicados. Las noticias que llegaban a casa eran cada vez más sombrías, pero la comunidad aferraba la esperanza de un retorno triunfal, como si fuera posible aquel ambicioso milagro.

El primer revés llegó con la noticia de una batalla perdida. Goldenmat, que hasta entonces había sido inmune al impacto directo de la guerra, sintió el dolor de la pérdida cuando las familias recibieron telegramas que confirmaban la muerte de sus seres queridos, dentro de los cuales estaba el sentir devastador de un padre que jamás pudo sentir entre sus brazos a su hijo, el cual derrumbó a su pareja, quien se quitó la vida al día siguiente con su hijo en vientre. El sonido de las campanas de la iglesia resonó como un lamento colectivo, marcando un sombrío capítulo en la historia de Goldenmat. Las noches se volvieron eternas para aquellos que esperaban ansiosos en sus hogares. Las cartas de los soldados se volvieron más espaciadas, sus tonos oscurecidos por la realidad desgarradora del frente. Goldenmat, una vez vibrante y lleno de vida, se sumió en una melancolía que se reflejaba en cada rincón del pueblo.

Los meses pasaron, y la guerra arrojó su sombra más oscura sobre Goldenmat. El eco de las sirenas aéreas y el ruido sordo de las bombas resonaban en las noches silenciosas. Las casas que alguna vez fueron refugios seguros ahora se estremecían bajo el impacto de la guerra. Goldenmat se transformó en un paisaje desolado, con edificios en ruinas y calles cubiertas de escombros. La realidad de la guerra golpeó con más fuerza cuando los soldados heridos regresaron a casa. El hospital, antes un lugar de curación, se llenó de gemidos, lamentos y suicidio de devastados hombres que no aguantaban la miseria de sus vidas. Las cicatrices físicas y emocionales de los hombres que alguna vez fueron valientes soldados eran una representación tangible de la brutalidad de la guerra.

El retroceso continuó cuando se anunció la retirada estratégica. Goldenmat, que había soportado con valentía el peso de la guerra, ahora enfrentaba la perspectiva de una ocupación enemiga. Las calles antes llenas de risas y juegos infantiles se volvieron silenciosas, marcadas por la presencia de soldados enemigos que ocupaban el territorio. Las familias de Goldenmat, que una vez fueron unidas en la esperanza, ahora vivían con el temor constante. Las restricciones y las represalias eran moneda corriente, y la libertad se volvió una memoria lejana. La comunidad, antes vibrante y llena de vida, estaba aprisionada en las garras de la guerra que se extendía como una plaga.

Las noches en Goldenmat eran interminables. El sonido de las botas enemigas resonaba en las calles silenciosas, y las luces apagadas eran una estrategia de supervivencia. Las historias de vecinos entregados a las autoridades enemigas se volvieron comunes, creando una red de desconfianza y miedo entre aquellos que alguna vez compartieron risas y alegrías. El hambre se instaló en Goldenmat como un huésped indeseado. Los recursos escaseaban, y las colas en busca de alimentos eran la imagen cotidiana. La esperanza, una vez luminosa, se desvaneció como las sombras que caían sobre el pueblo. Goldenmat, marcado por la guerra y la ocupación, se convirtió en un lugar irreconocible.

La resistencia, aunque brotaba en susurros clandestinos, era una llama que aún ardía en algunos corazones valientes, que fueron traicionados con malicia y sacrificados con brutalidad, entre sogas, palos, amarrados a caballo y destrozados en el suelo al trotar del animal. Aun así, los afortunados que aún eran “libres” hacían de la oscura noche un aliado para desafiar las restricciones impuestas por el enemigo. La lucha silenciosa continuaba, pero la sombra de la derrota se cernía sobre Goldenmat. El destino del pueblo se selló cuando las fuerzas enemigas decidieron evacuar la zona. La retirada dejó tras de sí un Goldenmat devastado, un lugar que alguna vez fue hogar para muchos, ahora reducido a ruinas y recuerdos dolorosos. Las paredes de las casas, antes testigos de risas y alegrías, se erigían como monumentos silenciosos de la tragedia. Goldenmat, una vez floreciente, quedó sumido en las sombras de su propia historia. La guerra, con su cruel mano, había transformado el paisaje y la esencia de este pueblo. La esperanza de un retorno a la normalidad se desvaneció como un sueño efímero, y Goldenmat quedó atrapado en el círculo vicioso de las secuelas de la guerra. El último suspiro de Goldenmat fue un eco melancólico que resonó en los corazones de aquellos que una vez llamaron hogar a este lugar. Las ruinas se convirtieron en testigos silenciosos de una historia que no tuvo un final feliz, sólo el eco persistente de lo que alguna vez fue una comunidad próspera y feliz.


Mr. Richard Jack, "The Second Battle of Ypres", 1917.

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Ana Gabriela Banquez Maturana (San Onofre, Sucre, Colombia, 2001). Administradora industrial de la Universidad de Cartagena con amplia experiencia en el desarrollo y asesoramiento de proyectos y la redacción de artículos científicos. Destacada evaluadora para “International Journal of Population Data” (Q1) e “International Journal of Lean Six Sigma” (Q1). Escritora de obras literarias y participante activa en encuentros de revistas internacionales. Organizadora de seminarios sobre inteligencia emocional, empoderamiento y espíritu empresarial. Profesional con habilidades analíticas y gerenciales, experta en control estadístico de calidad, analítica de datos e inteligencia artificial. Capacidad comprobada para trabajar en equipo, orientada al logro de objetivos y competente en el seguimiento de procesos y procedimientos.

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