Poe: El trauma de una era o nuestra era sigue siendo un trauma

Karen Salazar
Mejor no diga nada.
Sería inútil. Ya ha pasado.
Fue una chispa, un instante. Aconteció.
Yo acontecí en ese instante.
Puede que Ud. también lo hiciera.

Chantal Maillard, Mejor no diga nada (fragmento).


Óscar Xavier Altamirano, Poe. El trauma de una era,
México, Octágono, 2015, pp. 495.
Recuerdo mis primeros acercamientos con Edgar Allan Poe, las primeras narraciones que me hacían sentir paranoica cuando veía cerca a los vecinos que, sospechaba, me vigilaban por la noche o a los cuervos acechando presas cerca de mi casa. Recuerdo especialmente el poema de Annabel Lee y de todo lo que el amor truncado era capaz de herir a una adolescente de 13 años. Por supuesto, en aquel entonces disfruté de la experiencia de leer estos textos que no se escapan de mi memoria, pero no logré descifrar todo su contenido.
Así pasa muchas veces, lo sabemos. Quienes nos encontramos cerca del ámbito de las letras reconocemos que es posible la experiencia estética y alguna interpretación, pero siempre se escapa algo que sólo el autor –y alguno que otro contemporáneo a él– conoce y lo expone en el texto, de tal manera que se nos muestra como una arca de la alianza: nos oculta su contenido. Mas ver los adornos del contenedor algunas veces es suficiente.
Escuché una vez a alguien decir que las personas se dividen en astrónomos y astronautas, personas que leen un texto dicen qué bonito y pasan al que sigue. Este libro, sin embargo, es la muestra de que los astronautas existen, que optan por subirse a la nave a pesar del vértigo y los peligros. Este libro: Poe. El trauma de una era es la muestra de una obsesión que sólo es aliviada al final, cuando se descifra el mensaje, cuando se llega al destino. ¿Cuántos de nosotros no hemos pasado noches de insomnio al tratar de escudriñar un acertijo? Pues bien, Poe, tan conocido por todos, es a la vez la Efigie que nos mira desde arriba, contándonos el universo, pero cifrando el mensaje con metáforas, ironía y chistes locales de la época.
Óscar Xavier Altamirano es el investigador en la novela policiaca. Lentes oscuros, sombrero y pipa toma la lupa y comienza a recorrer hacia atrás uno a uno los pasos que dio Poe. Así, y sólo al final, se puede reconstruir la escena del crimen, de la escritura. También Altamirano es el agente que descifra la clave Morse y nos traduce, en amenos capítulos a lo largo del libro, aquellos secretos que pensábamos eran inasequibles.
Abrir este libro es estar dispuesto a viajar en el tiempo. A mimetizarnos con la época en que vivió Poe y caminar por las distintas calles de Norteamérica en el siglo XIX, tal vez algunas de Francia, algunas de Inglaterra. Conocer las distintas formas de vida e ideologías, las creencias de la época en las que Poe está a favor o en contra, mas nunca indiferente. Desentrañar cada uno de los textos para en conjunto fragmentar la historia de un periodo en concreto.

            El estudio de una vida consagrada a la literatura nos enseña que la obra de un gran escritor no es un simple reflejo de su existencia flotando a la deriva de los tiempos. Su obra o es un mero “producto” de la época: es una respuesta a toda una cultura de la que su pensamiento es testigo. Pensamiento dedicado al arte de componer relatos, poemas, ensayos, reseñas y teorías atrevidas. Pensamiento que articula y condensa, coincide e incide en el arte y la cultura de su tiempo. (p. 15)

Debido a esto, mi recomendación de leer y disfrutar el libro no es sólo para los fanáticos de Poe o para aquellos que, sin conocerlo, han decidido tomar la vía corta para saludarlo; sino para los amantes del siglo XIX que, ávidos de conocer el contexto de Poe, se encontrarán también con una amplia referencia sobre autores, filosofías y estilos de vida tan cotidianas como ajenas a nuestro propio contexto.
Se entabla un diálogo entre precursores y contemporáneos que se vinculan para enseñar la visión del mundo, las crisis del momento reflejados en miedos y psicosis colectiva, los escritos derivados de tertulias y de chismes de la época, las ideologías heredadas a través de los años. Todo esto, tan fácil de nombrar, es en realidad complicado de demostrar, sobre todo por la lejanía de tiempo y espacio, es el retrato fidedigno de años de investigación, de desvelos y confrontaciones. Porque, déjenme les digo, no es fácil trabajar a un autor al que se admira sin caer en el fanatismo. Intentar reconocerlo a él dentro y fuera de los textos mismos de la manera más fiel posible. Díganme, ¿si esto no es amor, entonces qué es?
Frente a las páginas reconocemos muchas cosas: la objetividad con que se trabaja sin quitarle el mérito del apasionamiento que se contagia, y si como lo dice el autor: “La historia de una obra es también la historia de cómo ha sido leída. [...] Lo que Edgar Allan Poe ha hecho pensar y, sobre todo, lo que ha provocado entre inminentes artistas, poetas y críticos de distintos países a lo largo de más de un siglo y medio, nos invita a considerar seriamente este caso” (p. 21). Esto, claro está, lo utiliza Altamirano para hablar de otros críticos, pero yo, novata, me atrevo a reflejarlo a él porque en este libro se conjuntan el conocimiento, la pasión y el amor. Lo escuchamos hablar con tanto amor que enamora al lector, enamoradizo inexperto.
Es por medio del reconocimiento de Altamirano que se nos facilita el acceso a ciertas cuestiones herméticas. Sabemos de antemano que una lengua diferente contiene en sí mismas filosofías de vida distintas que muchas veces divergen totalmente con el pensamiento de hablantes de lenguas diferentes. Hablar de eso y también de otras nociones, de los grupos fragmentados de la época que se contraponían en distintas formas de pensar, visualicemos entonces las dificultades de que nos ha salvado Altamirano cuando construye un puente con bases sólidas para poder reconocer las diferencias y aun así mantener una conversación con Poe que nos parecería tan distante al principio.
Probablemente algún lector de los presentes ha investigado un poco de la época y de la vida de Poe. Tal vez se ha generado teorías en torno a algunas narraciones o poemas y, sin embargo, después de leer este libro las cosas se manifiestan tan claras como un manantial virgen. Todo el rompecabezas se une y hasta las formas abstractas del diseño tienen un sentido lógico que va más allá de las cavilaciones. La biografía, la historia, la filosofía y la literatura unidas en tal perfección que las costuras nos parecen invisibles.

            Si la obra de Poe nos parece enigmática, en buena medida se debe a que responde a los imperativos de una cultura sepultada en el tiempo. Más que interpretaciones “profundas” necesitamos volver a la historia y recuperar las claves. La tarea no es imposible, pero representa mayores dificultades en la medida en que nos remontamos más allá de sus tiempos. (p. 203)

La antigüedad sigue presente, su influencia permanece aún en las obras de los artistas. Poe no es la excepción: la influencia egipcia e hindú mezclada con la grecolatina y la medieval. Hay que ser un lector muy observador para notar cada una de las influencias en las múltiples producciones de Poe. Es para él la mayor facilidad y para nosotros la mayor dificultad: la cohesión de las otredades, la dualidad que se atrae y se ensambla para generar lo novedoso a partir de lo establecido, corrientes tan dispares que pensaríamos imposible de enlazar. La concatenación de dualidades presentes en cada una de las actividades de la humanidad: la escritura misma que se ha establecido siempre entre el intelecto y el sentimiento, entre la tangibilidad de la materia –el libro– y la abstracción.

            Para Poe, “el universo es una trama de Dios” y las leyes que lo rigen son las mismas que debieran controlar la más perfecta (e inalcanzable) obra de arte, donde cada palabra atrae a toda otra palabra de la misma forma en que “cada átomo, de todo cuerpo, atrae a todo otro átomo, tanto de sí mismo como de todo otro cuerpo” en el universo. Su concepción de la literatura [...] es indisociable de su concepción de la materia y el principio constitutivo del universo. (p. 110)

La ruptura con las bases establecidas durante periodos completos envuelve a las sociedades en crisis colectivas, es El trauma de una era que los escritores tienen como misión plasmar, prestar su voz para que toda una época hable. El cambio que la ciencia demostró, La gran cadena del ser que nos mantiene en perfecta armonía con el microcosmos y el macrocosmos, mas ya no somos el centro del todo, ahora somos medidos con la misma vara con que se miden insectos y planetas, siempre somos pequeñas escalas.
Al nombrar, unos instantes después, desaparecen nuestras palabras y con ellas nosotros y todo lo que acontece. Somos un instante que, al igual que Poe, tiene miedo a la intrascendencia. Fuimos una chispa. Este libro es la expresión de El trauma de una era, pero también es la de la nuestra, que aunque distante aún siente la angustia de ver desmoronarse todo en lo que hemos creído. He ahí la universalidad de Poe: la descripción de los múltiples pensamientos, sensaciones y sentimientos que cualquier humano, en cualquier parte del mundo y en cualquier época es capaz de sentir.

            [...] la palabra se tambalea cuando se habla de Poe –un autor verdaderamente genial, extrañamente universal, raramente comprendido, cuya vida y obras son un perene recordatorio de que, al fin y al cabo, todo lo que tiene cualquier persona que hable, lea y escriba es, sencillamente su palabra. (p. 444)

Altamirano también es su palabra, y al leerla, nosotros también aprehendemos en nuestro ser las voces de él, las de Poe y las de todos. Somos este libro, somos el trauma de la época y, finalmente, nos convertimos en lo que fuimos, somos y seremos.

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