Los que cayeron del cielo

Arturo Aguilar Hernández

La inteligencia es lo que hacemos
cuando no sabemos qué hacer.
J. Piaget


“¡Ya levántate, ya nos vamos al frijol!” Esas palabras provenientes de una voz tosca, ruda y áspera fueron mi despertador durante muchos años cuando las faenas campesinas estaban a tiempo de realizarse. Odié muchos años esa voz metálica que me sacaba de la comodidad de mi cama y me arrojaba al sufrimiento del trabajo duro. Años más tarde ese repudio que sentía se convirtió en admiración. Una especie de admiración tácita ─y a veces corroída por la envidia.
Corrían las cuatro de la mañana. Yo, enfurecido, cansado y aún dormido, estaba sentado en mi cama poniéndome mezclilla gruesa, camisa gruesa de manga larga, mis botas, una chamarra de cuero y un suéter de tela resbalosa debajo. Dejaba mi sombrero siempre en el mismo lugar y una vez parado salía con él en la mano.
“¿Ya? Tus hermanos ya están listos”. Me decía mi padre cuando salía a encender la camioneta. Yo sólo asentía, malhumorado y sin ánimo. Minutos luego partíamos. Era una pick up azul que mi padre y mi hermano (el que me sigue en edad pero no en físico puesto que él es enorme y mi hermano el menor es todavía más alto) idolatraban, le decían “la de los milagros”. Ciertamente llegaba a pensar que era milagrosa porque jamás nos dejó tirados en ninguna parte en largos viajes teniendo a veces Guadalajara, Irapuato o Monterrey como destino.
La calle en la que vivía con mis progenitores lleva el nombre de mi tatarabuelo y tres calles más adelante vivía el hermano mayor de mi padre. Mi tío, mentor, consejero, guía e instructor. Su calle lleva el nombre de un priista de hueso colorado, lo cual es irónico porque mi tío es un icono de la izquierda en mi pueblo natal. Mi padre se estacionaba frente a su casa y tocaba el claxon tres veces exactamente. La luz de su casa se encendía y minutos luego salía con su semblante seco, frío, distante, rudo. Imponente como él solo. Con dificultad su cara dura se veía deformada por unos cuantos surcos en sus mejillas y su bigote se alzaba a causa de un leve intento de sonrisa para saludarnos.
Entraba y cerraba la puerta yendo con mi padre, y con mi hermano menor porque ─después de todo─ “era el chiquito”. Mi hermano el que me sigue y yo teníamos que irnos en la cajuela. Yo era el único que renegaba, y mucho, quizá por eso me granjeé un par de apodos que aludían a ese que fui un día. Un especie de aprendiz de aprendiz. El frío fuerte se empieza a sentir como a eso de las siete, antes es frío, sí, pero no tan fatal como ése. Aún así yo iba temblando, no sentía mis orejas, mis labios se volvían azules y poco a poco la sensibilidad de mis facciones se iba apagando. Lo único positivo era que al “campo de batalla” ya llegaba fogueado, como ya estaba frío no podía helarme más. Quizá por esas experiencias es difícil que me enferme de la gripe o de males dados por el frío.
En Ojocaliente existe una hacienda famosilla denominada El Talayote (la esposa del dueño es tía de mi padre), terrenos antaño pertenecientes a Trancoso. Por allá mi padre tiene un rancho donde hay algunos surcos de frijol, pero la verdadera “chinga”, como decimos, está más lejos. En lo que conocemos como “Las Tierras”. A las cinco pasadas ya estamos ahí, frente a los largos y espinosos surcos, quitándonos la chamarra y dejándonos una leve sudadera, o suéter, o camisa, o lo que fuera que tuviera manga larga. Mi padre reparte a cada quien sus surcos, nos llevamos las manos a la boca y lentamente les soplamos, nos encorvamos un poco y comenzamos a cortar vainas abriéndonos paso entre arañas, chinches, zancudos, ratones, yerbas espinosas y a veces hasta entre víboras.
Repetí (y aún repito) ese ritual muchos años. Lo admito, yo odiaba ir al frijol (y trabajar en todo lo que me ponía mi padre), y más molestias en mí se postraban al saber que nosotros, los hijos de mi padre, éramos los únicos en ir. Renegaba que fuéramos nosotros y no mis otros primos.
Cuando entré a la licenciatura cambió mi cosmovisión: sentía ignorar menos. El logocentrismo me hizo llegar a pensar que sólo el estudio podía “sacarnos del hoyo”. Me equivoqué. Supe que muchas veces el estudio sólo refina nuestros modos de violencia, o nuestros trastornos, o nuestros vicios (otras veces, más optimista, me refuto yo solo). Fue hasta ese nivel cuando entendí por qué mi tío era tan admirado en Ojocaliente. Ya sin malhumor y de mejor cara, con una sonrisa y con ganas de acabar iba a trabajar con ellos. Lo que más me motivaba a ir, lo que en verdad me excitaba de estar ahí, lo que más emocionante se tornaba era la cascada de conocimientos que era (y es) mi tío. Anhelaba aprender y aprehender de él siquiera un poco. En primer lugar de las carreras que hacíamos para ver quién acababa primero iba mi padre, enseguida mi tío, luego mi hermano, después yo y al final mi hermano tres años menor a mí. Mi motivación para seguirle el paso al hermano de mi padre era escucharlo hablar de los temas que más me gustan: religión, esoterismo, política, derecho laboral.


Siempre he pensado que las personas tendemos a endiosar lo que hacemos. Esto me lo hace pensar el hecho de que he escuchado hasta el cansancio el pensamiento megalómano y la creencia primitiva de que “lo que ya hago es lo más difícil de hacer”. Incluso hasta retos de todo tipo de actividades me han llegado para probarme que lo que tal persona hace es mejor que leer (puesto que muchas personas de mi entorno municipal piensan que sólo eso hacemos mis cófrades y yo).
Más de una vez se cae en el dogmatismo, en la cerrazón. Para mí siempre ha sido mejor saber un poco de todo que ser especialista y saberlo todo de algo. Pero no siempre fue así: en el pasado llegué a pensar que no existía actividad más ardua, difícil, progresista y de iluminación como la lectura, la escritura o faenas implícitas en nuestra carrera. Y ese mismo comportamiento he visto en muchísimas más personas de aquí y de otros estados. Era dogmático, no reconocía otras actividades. No podía ver que el conocimiento no sólo se presenta a los que leen, a los que escriben, a los intelectuales, a los letrados y doctos; no entendía que no sólo existe el conocimiento racional o intelectual sino también el pragmático.
En lo corto de mi vida he escuchado infinidad de teorías sobre qué es la inteligencia. He de admitir que cada una tiene sus puntos fuertes. He de decir que me gusta mucho la que lanza Howard Gardner. Sin embargo mi favorita es la que sentencia Jean Piaget. La elegí a ella porque la vida misma me la ha enseñado. Veo la inteligencia como dual: dos tipos de inteligencia que desembocan en dos conocimientos. Que deben hallar la armonía.
La primera entendida como el raciocinio puro, la teoría, lo que se hace de lejitos o desde una oficina, y el segundo como “la entrada a los cabronazos”. Básicamente tengo una visión dual de la inteligencia de la cual se desprenden todas las demás, así como Adán y Eva ─que juntos dan el nombre de Ievé─ de quienes se desprende la humanidad (según el esoterismo cristiano, claro). Creo, asimismo, que la dualidad es un componente vital de la realidad. No hay luz sin oscuridad, ni arriba sin abajo, no hay derecha sin izquierda, no hay bien sin mal, no hay reproducción humana sin hombre y mujer.
Podemos hallar ejemplos de la duplicidad en muchas cosas, teorías, ciencias, y hasta en la Biblia. Incluso los primeros hijos de nuestros primeros padres fueron dos, después uno asesinó a otro y tiempo después volvieron a ser dos con el nacimiento de Set. La dualidad continuó porque las estirpes de estos hijos continuaron hasta hoy (reitero según la tradición). El linaje de Caín y el linaje de Set.
A Caín le nacieron Enoc (el primer Enoc), cuando éste nació construyó su padre Caín la ciudad de Enoc. A éste le nació Mehujael, a éste Matusael, a éste Lamec (de quién se sospecha el asesinato de Caín según la tradición hebraica y quien fuera el primer polígamo) y éste de su primer esposa (Ada) dio a luz a Jabal (fundador de los que moran en tiendas y tienen ganado) y a Jubal (fundador de todos los que manejan el arpa y el caramillo) y con su segunda esposa, Zilla, le nació el fundador de toda clase de herramientas de cobre y de hierro: Tubal-Caín. Puede deducirse con facilidad que los descendientes de Caín son los habilidosos.
A Set la nació Enós, padre de Quenán, padre de Mahalael, padre de Jared, padre de Enoc: éste fue el primero que habló con Dios y un día éste se lo llevó. Fue padre de Matusalén, padre de Lamec, padre de Noé, padre de Sem, Cam y Jafet. Puede verse que los hijos de Set son intelectuales-portadores de la palabra, ¿o acaso no lo evidencia el hecho de que Enoc haya alcanzado el iluminismo metaforizado en el hecho de que Dios se lo llevó?
Los hijos de los primeros hijos además de la sangre lo único que comparten es la igualdad de dos nombres en sus castas: Enoc y Lamec. Con el pasar de los años Set y Caín fueron disociándose más y más, al grado de ya no reconocerse entre sí. Ambas estirpes dogmatizaron su tradición y negaron la contraria. De ambos bandos hay personas que hicieron grandes cosas, unos pensaron y otros ejecutaron. El motivo por el que les pongo atención es por la contribución que estas personas hicieron al conocimiento humano. Ellos nos aportan motivos fidedignos para ver el conocimiento (o la inteligencia) como dos y como el deber de darles unidad.
La tradición del Cristianismo Católico nos cuenta la gastada historia de cuando Luz Bella envidió a Dios y quiso ser más que Él, éste, como castigo a su soberbia, lo despoja de su aura divina y lo manda a la tierra junto con su séquito: un puñado de ángeles que lo secundaron en su cometido. La tradición ortodoxa (El Libro de Enoc, para precisar más) nos dice que unos ángeles, liderados por Shemihaza, por lujuria se corrompen y son arrojados a la tierra. Entre ellos Asa´el (o Azael o Azazel o Hazael). Asa´el fue el ángel caído que enseñó a los hijos del hombre a construir espadas y armaduras, fue además quien les enseñó a luchar por territorio; fue quien trajo la guerra al mundo.
Estos Vigilantes (así llamados en esa tradición) les enseñaron a los hombres diversas artes, ciencias, magias, y la construcción, la ingeniería. Caín, el primer agricultor, también sabía del uso de armas y de ingeniería. Tubal-Caín fue el primero que empleó las armas de hierro y cobre. Todos ellos tenían en común ─además de ser descendientes de Caín─ la aplicación del conocimiento. El aterrizaje de éste era en construcciones.
Set, por otro lado, sí era hijo de Adán. En Caín Saramago dice que fue la primera persona que pensó e ideó una religión, que pensó en la unificación muchísimo antes que Moisés. La religión tiene normas, principios, valores, dogmas, identificaciones, idealizaciones (éste muchas veces fuente del acto creativo), reflexión o pensamiento. La religión da para actividades abstractas. Su cuarto hijo fue capaz de contemplar a Dios y éste se lo llevó, y Noé fue auxiliado por los Vigilantes y por el Creador para construir un arca e iniciar a la humanidad otra vez. Existió otra persona que heredó todos los conocimientos que el linaje de Set hizo y que también fue capaz de iluminarse al grado de alcanzar el título de Hijo del Hombre: Jesús de Nazareth. Un pensador, sin duda, que a su vez era carpintero.


Muchos meses atrás vi en mi cuenta de feísbuc que una amiga mía subió un link donde se hacía una definición de snob. En lo particular no tenía ni idea de qué era eso. Lo leí y me forjé un concepto. A su vez, en la parte superior del link ─donde se puede anotar una leyenda antes de subirlo─ sentenciaba estar contenta de ser así. El tono que percibí era de orgullo, de ufanía, de vanidad, de satisfacción y hasta de ego. Mi conocimiento sobre su personalidad me hace saber que tuve razón en cómo capté esas palabras. En lo personal me disgustó.
Lo que pude entender es que era un ensalzamiento de los lectores. Una creencia de superioridad a aquellos que no leen. Un sentirse “piteados a mano”. Esto viene a dar crédito a lo que pienso, el hecho de que quienes desarrollan y practican cierta actividad específica llegan a cerrarse en esa labor pensando que las demás no deberían existir porque son inútiles al mundo (no generalizo). Más de una vez se me ha dicho eso cuando confieso qué estudio, pero también he visto ninguneo hacia otras carreras opuestas a la mía de parte de ésta.
Y me pregunto ¿quién nos dice que las actividades intelectuales son mejores que las aplicadas o viceversa? Considero una idea absurda la radicalización del conocimiento, si bien es cierto que no todos tenemos talentos o habilidad para todas las actividades, pienso que podemos llegar a desarrollarlos.
El conocimiento no tiene por qué estar separado. La inteligencia práctica necesita de la abstracta y viceversa. La cúspide de la inteligencia y del conocimiento es la construcción. No por nada las pirámides egipcias, las mayas, los zigurates, las construcciones antiguas, el Templo de Salomón y muchas capillas hechas en el cristianismo primitivo hoy gozan de admiración estética y admiración respecto al tamaño de la inteligencia empleada en tales construcciones, ¿o nadie habrá visto cómo un maistro resulta muchas veces ser el maestro del ingeniero novel? ¿O acaso no es impresionante y de alabar cómo personas que no fueron a la escuela son chingonas demostrando cómo emplean con maestría la geometría, la arquitectura, las matemáticas,  la química, la física? ¿No recuerdan acaso a un Revueltas, a un Saramago, a Faraday?
Pugno por la abertura. Por saber también sobre actividades de los hijos de Caín. He visto en gente el yin yang u otros símbolos que apelan a la dualidad y a la unión. A la armonía. Y ciertamente me pregunto hasta dónde conocemos esas cosas. Son dibujos, si se les quiere llamar así, que nos dicen a gritos que debemos practicar todas las virtudes y todas las habilidades y no sólo con las que nos sentimos cómodos. Es un llamado a la autoexploración. Nos dice a gritos que no debemos dogmatizar nada, que debemos tener una mente abierta y preparada para recibir todo tipo de conocimientos por más inútiles que creamos, porque en el pasado los grandes pensadores e inventores eran todólogos y estaban abiertos a cuanto conocimiento cayeran en sus manos.
A los habilidosos, los hijos de Caín, no les vendría mal tomar un libro de vez en cuando (y no digo que todos no lean, siempre hay excepciones) y a los intelectuales hijos de Set tampoco les iría mal salir al mundo omitiendo y olvidando un momento esa burbuja protectora de cuatro paredes, de butacas y pintarrones. Así y sólo así estamos más cerca del Edén porque armonizamos conocimientos e inteligencias y balanceamos la mente humana, de lo contrario nos disociamos más y más y el mundo se vuelve un caos.
Creo que a veces llegamos a pensar que los que se la pasan trabajando o haciendo faenas similares sin tomar siquiera un libro una vez en la vida viven privados de las maravillas que la lectura ofrece, y ciertamente hay verdad en ello, pero hay que recordar que nos ayudan a tener mejores condiciones de vida y a su vez nosotros a ellos. Los que cayeron del cielo nos aconsejan muchas veces que bajemos nosotros también del cielo, de las teorías, de los libros, de los autores. Decir que tenemos vocación para una cosa y no para otra es mentira, todos tenemos la capacidad para desarrollar habilidades o conocimientos, todos podemos leer y construir a la par y la última prueba de ello me la ofreció esa persona de quien hablé al inicio cuando un día, entrado en copas, me preguntó “¿quién de tus doctorcitos le ha construido con sus manos una casa a sus papás?”

Sin derechos. 

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