Esclaramonde, nombre impropio. Dos poemas de Fredy Tato Mejía


Esclaramonde

I
Sube hasta este cuarto entre helechos, Esclaramonde. Sube hasta este hueco en la palma abierta de cristo. He vivido tres siglos de mi juventud, empedernido en demostrar el pudor de la sombra, he zurcido cada costilla, cada párpado abierto que buscaba tus piernas amoratadas.

Esclaramonde, a qué hora llueve. De dónde el silencio es más angosto. Este vibrar inoportuno, estas piedras como esternones coléricos, de quién son, de quién el bullicio, hacia quién el golpe hambriento que desterró la carne y el vino.

Por qué he vivido con el vacío sobre mis hombros, respirando en mi nuca, mordiendo el pezón de la incertidumbre.

Desde que abrí los ojos veo esa ventana hacia el salto eterno, hacia la oquedad paterna.

Esclaramonde, déjame beber la lluvia que guardas bajo el cabello, deja caer tu sangre sin que tengas que herirme.

No lo sé, Esclaramonde. No querría ser el gorrión herido entre mis manos. No querría poder burlarme de tu llanto. No, no busco tu pelvis vuelta mármol, la busco hecha de musgo y habitada por insectos.

No lo sé, Esclaramonde. Como si alguien gritara entre las grietas de esta torre, busco el principio de toda certeza, la razón del hongo absurdo, de esta patética distancia entre la ventana y mis siglos de negarme a ella.

No lo sé, Esclaramonde. Habré pasado por alto algún temblor en la mueca de la desdicha o el rumor de cualquier gota que bajaba entre tus senos, que no supo doblegar mi incapacidad de besarte sin arrodillarme ante tu lengua.

No lo sé, Esclaramonde. No hurgues el verbo hecho carne, no rompas la estática risa del mediodía.

No, Esclaramonde. Déjame morirme sin mirar mis manos, sin bajar hasta la faena del miedo.

Si en tu boca puedo desvanecerme tiritando de fiebre, no será mi pecho el batir violento de un mar, ni mi corazón la barca hundida en la costa del odio.

No lo sé, Esclaramonde, pero no me dejes. Suelta tu llanto y no pongas vinagre en mis labios. Muéstrame el costado abierto, la llaga del hambre sobre las llamas del odio. Es el juego de llorarme, Esclaramonde. Es la manía por dolerte sin propósito.

Vuelve a cantar el himno del niño hambriento, vuelve a recordarme qué es el silencio. Por qué me gangrena un batallón amorfo de soliloquios, me penetra la jadeante necedad de tus ojos.

Yo encontré tus quince brotes de hierba mientras escarbaba un castillo al revés, mientras sorprendía al sepulcro arañando tus labios. No lo sé Esclaramonde, pero merezco tu odio.


V
Atravieso ríos
amor
grandes de silencio.
Manolo Flores


Cambio de risa cada que un gusano florece en papel, cada que el globular de esperma languidece y sospecho de tu risa que flota frente al sol, creo que tu risa de enero hambriento tiene un hueco en medio del acorde, que es  tu gemido eufórico, tu desván bajo el paladar.

Y creo que ese hueco desciende a través de la torre menguada como un río de alas rotas y estoy seguro que le habita tu congoja, la manada de pájaros que papalotea sin dejarte llorar y juro que si lloraras, brotarás de mi risa como el río alado que en su vientre trae una nueva risa.

Entonces si muriera mi risa y en la preñez de tu llanto naciera un beso, ni el sol que susurra brotes de manos, ni el mar de huecos donde desemboca el rio alado podría derrumbar mi torre de incertidumbres.

No rio más, Esclaramonde. De mi batalla de cúmulos y vacío solo el beso de tu tardanza quedó intacto, el resto de insectos murieron entre tus labios.


VI
Sobre esta roca, mis enmarañadas manos, sobre aquellas dos cada espasmo en bruto, sobre tu roca descalza tus piernas como anclas del ruido. Sobre esta roca suprema reposa el año olvidado, el inexistente peldaño del llanto. Roca sobre roca y sobre esta roca primera, el helecho mesiánico purgado por el pecado acuoso.

Roca cóncava, Esclaramonde tu corazón parco, tu ceño de roca desciende acariciando cuervos. Mi pequeño sexo de roca abandonando la geología de tu cuerpo de tierra.

Esclaramonde tu verdad de musgo royendo la última roca. Esclaramonde si esta torre está hecha de piedras rústicas; cómo podría conocer el ópalo de tus miedos.

Esclaramonde, cada roca tiene un nombre vernáculo del polvo que significa aquel que aún no muere cada roca guarda en sus cuerpos el grito embustero del llanto.

Créeme, Esclaramonde, las rocas conocen tu voz; tiritan de angustia cuando alada vuelves por el mediodía tuberculoso. Esclaramonde, la torre entera sueña con tu voz de gota acompasada con mi llanto, gota sobre roca y sobre las huestes del calendario, tus pequeños pies horadando este cimiente de templos severos.


VII
Da igual lo que pase ahí fuera,
si aquí adentro llueve…
Kase O


Esclaramonde, la canción del vacío entra como la certera convulsión del amanecer, como quien derrama las sombras sobre un mar de lirios.

No, Esclaramonde, las sensaciones del viento no fueron hechas para mí. Me negaron el poder del aullido total. He merecido claudicar un mar de sangre, volver sobre mi cicatriz para calar la huida, para negar mi nombre. He perdido la libertad de podrirme aquí, de desmembrar insectos.   
                                                      
Esclaramonde, muchas tempestades atrás descubrí el fuego, pero no logré incinerar el tiempo, este solamente iluminó el vaivén de la distancia entre el murmullo de la verdad y el culto a la mordaza.               
Esclaramonde, tengo miedo de palpar mis ojos y descubrirme ciego, tengo miedo de mirar mi pecho y descubrirme vacío. Esclaramonde, punza este pecho hueco y descubre entre las lombrices si aún habrá algo que sangra.

Aquí no existe el latente tambor del llanto. De afuera surge el gorjeo de la vida y no sé cómo alimentarme de este canto hecho trizas.

De noche llueven fragmentos de llanto y penetra por mi ventana un alarido agonizante, no hago más que ocultarme en una esquina del silencio, esperando que la calma vuelva a devorarme.


XIII

Nací del canto de una montaña extinta, pero no logré volar sobre la guerra del hombre. Volví cansado de fumar el gorgojo del canto y enterré mis manos en la penumbra. Habrá quien haya dicho

de esa mirada
nacerá un brotar de cantos,
de ese canto
emergerá la nueva semilla
y del árbol que penetre el viento
con sus ramas colmadas de amor,
se saciará el llanto de todos los orfebres
por besar tanto barro,
por moldear tanto silencio.

Pero la tierra escupió sobre mi espalda la tentación del encierro y fui torre, silencio apilado sobre un vibrar de vacíos, fui sepultado entre mis manos y sobre tus muslos, Esclaramonde, soporté la brisa que aún trae la esperanza de un hombre libre.


Nombre impropio

I
Mi nombre
glándulas tercas del viento
donde pálidos,
en los surcos de la palabra,
cosechan herrumbres
de un lamento de plástico.


II
También tengo otros nombres
como cáscaras que dejó un niño de ceniza1

1.         nunca existió la llama que abrasó el puente de la ternura
pero aún nace un río sucio que desemboca en mis manos.


III
El nombre de mi hijo no existe,
pero hay un dios macabro
que lo llama y anuncia su partida,
por eso iré a mi hogar
a desmembrar su mirada
y a esparcir su llanto
en los capullos de mis vicios.


IV
Hubo un nombre hermoso sobre mis mejillas,
mi abuela lo tejió con sus vértebras rotas.
Con él promulgué mi paso por la vida,
semejaba su canto triste por las tardes.
Arropé mis heridas entre su lana de manos cansadas.

Un día quise asesinar a Dios
y sofoqué sus manos,
su canto
y su llanto
con cada letra de mi nombre.

Jamás volvieron a florecerme las mejillas
como entonces.


Fredy Tato Mejía (Santa Tecla, 1997). Poeta y vendedor de libros. Vive en San Salvador. Ausente estudiante del Departamento de Letras en la Universidad de El Salvador. Creador de los ciclos de poesía en Sonsonate “La Función Poética”. Miembro y fundador del Círculo Literario TecoloT y del Colectivo Literario Zenzontle. Ha publicado en antologías, revistas digitales, así como la selección poética √441 (Literatelia, México, 2019). Ha participado en el proyecto audiovisual Planet Music Radio en Costa Rica.

Comentarios

  1. "Esclaramonde" me parece un poema excepcional. Gracias por publicarlo, editores. Saludos desde El Salvador.

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