Pronóstico de una caminata en la oscuridad. Cuatro poemas de Nelson Alonso


Plegaria

Por fin, Señor de los Ejércitos, he aquí el dolor supremo,
he aquí, sin lástimas, sin subterfugios, sin versos,
el dolor verdadero.
Joaquín Pasos


Queridos hermanos, oremos:
un grito de tristeza,
una frase sinónima del purgatorio,
sombras sobre un cuerpo culpable,
sonrisas como piedras nacidas para Caín.
El pecado se resume en botellas,
la carne es consentida por el vómito,
el llanto es la excusa del niño que huye de su casa,
la oración es un fino remedio que perfora tímpanos.
Hay peligros que brotan de la mente
y recuerdos que duelen porque surge la noche.
Un grito es destructivo cuando no es pronunciado
y la soga es común para los temerosos.
Dios te salve, esperpento, Dios te salve:
las piedras golpean mi espalda,
el dedo extendido sobre mi boca sirve como cadena
y la mano es mi cárcel progenitora.
Dios te salve con serafines
mientras el río desciende desde un pecho que sufre.
A pocos días estoy de recordar lamentos
y la culpa renace entre gritos y llantos.
Algo nos une:
poco es lo que somos bajo el reino de los cielos,
ni polvo, ni estornudo, o sospecha de exilio,
ni evidencia que muestra un poco de ternura…
nada, ni ley que busca perjudicarse bajo preceptos lucrativos,
ni actores que realizan el papel del supremo.
Una leyenda negra se reduce a una bolsa,
un trauma ha resultado de la muerte no vista,
también gritos colmados de fundamento…
y bocas torpes para formarlos con intentos de puño.
Un disparo es el consuelo del que sufre,
además, actúa como motivo.
La mentira reside en los recuerdos.
Grita, burla del testimonio,
y aprueba con tu lengua el sabor del olvido.


Pronóstico de una caminata en la oscuridad

En verdad te digo: no conseguirás todo lo que quieres,
la pretensión atravesará, como reptil, tu garganta;
tus manos conocerán el ritual de abandonar mis manos
porque sobre esta piedra ninguna casa será construida,
tampoco vendrá la tormenta para desbordar todos los ríos:
nada existirá fuera de tu cuerpo,
nada sabrá más dulce que la ofensa de nunca vengarnos.
Seré el profeta que desconocerá la verdad,
que confiará en los horóscopos
y se levantará con el pie izquierdo los viernes por la noche.
Entonces, mi mano se alzará contra ti
y sabrás quién es el cristal más frágil en esta casa.
Sabrás que el fin nunca justificará los medios
que mi boca callará eternamente la verdad de mi agonía
y que el firmamento jamás será tan azul
como cuando celebramos la partida de aquel desconocido.
Aunque lo pienses absurdo, haré que los montes desfilen,
que todo ser vivo hable el idioma de los arcángeles
que tu sonrisa se desdibuje cuando vea la falsedad de mis palabras
porque en mi universo de panes multiplicados,
seré el motivo para que siempre habites a la altura de la tierra…
Y no te preocupes, mi vida, no te preocupes:
cuando se quemen mis alas
las plumas inflamadas por tu boca
escribirán tu tristeza en la superficie del océano.


Autorretrato

I believe a leaf of grass is no less than the journey-work of the stars.
Walt Whitman

Para Raquel


Comienza tu vida a mostrarse en desacuerdo conmigo.
Se levanta por mi mano y conoce lágrimas en un No como respuesta.
Vete con mi revestimiento roto de tanto llanto,
vete mientras la rosa aún tenga espinas para negarse a tu locura.
Vete porque conozco toda la destrucción cuando se rompe el cielo desde tus ojos,
porque sé cómo arde tu risa,
y comprendo la pena de no saber por qué llorar tanto el silencio de la muerte.
El reloj marca las doce en punto,
hace frío y la noche pulveriza mis huesos.
Jamás creí que a esta hora el delirio vendría con tu nombre.
Sin embargo, hoy cuento los segundos para decir mis últimas palabras
y mostrarte lo que esconde mi rostro
bajo la oscura máscara que remienda mis años.
No esperes de mí nada que no esté ante la vista pública,
porque desde pequeño he sido fuego para los que conocen mi puño.
Soy la doble imagen reflejada en el espejo
y juego a ser hombre cuando todos evitan encontrarse conmigo.
Soy el abandonado por su familia desde la cuna,
el que lamenta su eterno desconsuelo mientras se queda solo,
el que sabe que nunca buscará bienvenidas en unos labios secos para su sed,
el árbol sin fruto fallecido por un triste capricho milagroso.
Eso mismo:
soy agua intransitable para los fanfarrones,
soy apetito que nadie busca saciar.
Mi máscara es un crimen de números en algún callejón sin salida
y mis horas quedan simplificadas en los recuerdos de mi sangre.
A lo lejos escucho un lenguaje materno que me llama,
pronuncia el principio del mundo con una voluntad para olvidarme siempre.
A lo lejos se encuentra mi tristeza enterrada entre gritos y lágrimas de dolor,
y mi voz brota como tormenta que desmantela todo a su paso.
No soy el polvo:
mi camino no puede con el peso del cielo sobre un rostro de niño.
Mi alma no halla consuelo en un padre escondido en otra casa.
Confidente, este es un poema para que olvides enseguida cuánto te quiero,
para que sepas cómo imploro ayuda mientras sufro entre tus brazos.
Confidente, no soy nada cuando resido bajo tu protección,
mi máscara se rompe con la facilidad de un beso nunca robado:
conquista los fragmentos de mi mirada
y logra el amanecer con su vocabulario de crimen
mientras la oscuridad se reduce a mi cuerpo.
Salve, salve al poeta de las letanías,
sálvese quien pueda de su discurso autocompasivo que al final no dice nada.
Vago lentamente por calles que conozco,
el humo sube desde un cigarro que muere entre mis dientes
y retumba el big-bang en un florecimiento de cristales mordidos
y la tierra consume de mis poros la esencia del miedo alquitranado.
El reloj marca una hora imposible
y la noche aún refleja mi rostro contraído entre tus dedos.
Esto soy ahora:
un murmullo de madrugada,
un frío penetrante curado con pega de zapato y alcohol,
un panadero que pasa como a las cuatro treinta con su canasto,
un ruido en alguna cocina,
un suspiro a la luna como gesto de amor al sueño,
un olor insoportable que halla salida por narices con complejos de puerta…
y la lista continúa.
Todo mi esfuerzo cae cuando el óxido rompe mis pies,
cuando presiento que mi odio se desborda en una sonrisa falsa.
Quién soy, entonces, si pierdo el curso de este poema,
Quién soy si me excuso a través de la palabra
quién si caigo al hallarme en tus ojos
y no veo la angustia que existe en los míos.


Lamento

Y a Dios lo encontraron muerto varias veces…
Sidney West (Trad. Juan Gelman)


A mi tierra no vinieron sus pasos para forjar los caminos,
no conocieron las fronteras
ni el olor de la pólvora en un amor recién mutilado.
Su casa fue un refugio que siempre estuvo lejos
y ella, tan tristemente acompañada,
escuchaba sin escuchar, las promesas que no le cumplí.
Pobre niña,
pobre condenada a mis locuras de fracasado en potencia:
supo que sus pasos no forjaron mis lágrimas…
pero sentaron las bases de todo su sufrimiento.
Y mi nombre minúsculo fue condenado a su oscuridad,
en cada insistencia que produjo un odio reprimido.
Estuve frente a su espejo y ella olvidó mi rostro,
alguien pidió perdón y la cruz permaneció en silencio:
qué silencio más incómodo,
qué crujir de dientes en este fuego que todos ignoran.
Aquí yace el origen del infinito de su nombre:
bastaron seis plumas angelicales para que ella me destrozara de nuevo.
Apareció en una nebulosa llena de incertezas,
caminó por la calle y bordeó las esquinas que le gustaron.
La astralidad fue, para su boca, una flor marchitada
y cayó bajo la inercia de sus manos sobre las mías.
En un racimo de estrellas,
en una soledad que aconteció desde sus párpados
nació su constelación al ritmo de los violines…
Y recordé la canción que se volvió suya de tanto oírla
y olvidé por completo que no debía recordarla.
Cuántas veces reverberó en mis tímpanos su canto,
su viento fue la furia en mi deseo de olvidar su nombre.
Todo brota del firmamento que se marchita sobre mis ojos,
oculto está mi camino entre caricias que sí recuerdo.
Me desampara la confusión y continúa mi diluvio,
sin importar que las gotas desborden su inmensidad.
Porque conmigo juega el viento a buscar horizontes
y construye con su existencia el aliento de mi martirio,
porque una elipsis de sus labios está muriendo sobre mi cama,
y la sábana me socorre con sus recuerdos de confidente:
la lluvia rompe el aire haciendo uso del trueno,
oigo un grito cercano… y cómo duele mi garganta.


Nelson Alonso (Quezaltepeque, La Libertad, 1997). Estudia Licenciatura en Letras en la Universidad de El Salvador. Escribe poesía y cuento. Ha ganado un premio de poesía y ha aparecido en diversas antologías nacionales.

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