El domador de caballos. Ocho poemas de Alberto López Serrano


Vvlnerant omnes, vltima necat

Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.
Algunos se desbocan, te rompen las costillas
si aúlla la trompeta que puya sus caderas.
¡Y creíste que el Pienso les calmaría el trote!
Golpean sus ijares, duro, uno contra todos.
Tu piel resiste apenas la bulla de los cascos.
Algunos han piafado canciones suaves, lentas,
y han mordido tus venas y el aire de tu cuello
mientras sueña tu oído un azul sorprendido.
Patean tus costillas de nuevo cada día.
Veinticuatro caballos corren sobre tu espalda.
¿Ninguno quedará después del arrebato?
Uno tras otro, van desgranando tu espina.
Uno tras otro, pesan y caes contra el piso.
Uno tras otro, a diario regresan y te montan,
se asoman a tus hombros y te escupen los ojos
y drenan con sus lenguas los besos que no diste
alguna noche verde. ¡Aquella noche verde!
Los caballos dormían y la ciudad dormía…
Pasan, pesan y pisan, te rompen las costillas
si aúlla la trompeta que troncha sus caderas.
Uno tras otro, irán cayendo sobre el lodo
de besos y costillas. El último caballo,
abajo, te dirá que subas, que estás listo.


Helena

No es Helena quien te está esperando
con dorados bucles en su alegre cara
cuando subas alto en los muros derrotados.
Verás la sombra de una idea,
el fantasma de un perro desquiciado que te ronda.
Te acercarás para sitiarlo
y sus dientes de niebla habrán de traspasarte.

No es Helena quien te espera.
Debió quedarse en Pafos, Tiro o Menfis.
Nunca estarás en Troya.
Sus murallas siempre han de caer bajo el látigo ciego de tus días triunfales.

No es Helena.
Tampoco te amará morbosamente. No es Helena.
Será la mordida de un recuerdo,
la ficción de un encuentro que tú planeaste,
una jauría de lobos sobre el tejado azul,
en su boca negra verás a Casandra por fin muda en su advertencia loca,
en su boca negra verás a Hécuba llorar amargamente por ti.

No es ella.
Un reflejo masticado,
el eco débil de un grito contra el muro,
el golpe sordo del caer los velos en el mármol,
un lejano tambor que se congela,
sombras que bailan cuando el aceite en la lámpara se está acabando.

No.
¿Y después de la caída?
Hormigas devoran tu equipaje nuevo.
Un brindis,
y un perro sonríe como un dios dormido que no acepta libaciones ni jactancias.
Cuando subas por las Puertas Esceas,
cuando corras los velos para ver hacia abajo la llanura,
cuando se queme la luz sobre tu cara
y admires la sombra opaca de la idea que esperabas encontrar después del triunfo,
sabrás entonces que no es Helena quien te está esperando.


El domador de caballos

Estás oculta en un rincón aparte.
A medio punto tejes casi a ciegas
un manto grueso, púrpura y muy largo,
salpicado de flores de colores
que has bordado mecánica, hábilmente.
Hebra en tus dedos pálidos: derecho.
Máquina ansiosa y perfección: revés.

Los trenzados adornos del tocado
apenas brillan al candil que lanza
su luz perdida… y alta la techumbre.
Apenas sostenido en la diadema,
la sombra de tu velo casi inmóvil
te enreda en la pared y te contiene.
¡Qué alegre te veías de su mano!
¡Qué bello lo obtuviste de la diosa!
¡Qué fuerte te abrazaba sobre el carro
mientras entrabas a vivir en Troya!

La médula del niño está en el plato.
Después se dormirá con la nodriza.
El ruido del fogón te reconforta.
El agua se calienta para el baño
cuando vuelva agotado de los golpes,
cuando tibio le laves las heridas,
cuando tibio lo mires a los ojos.

Ya bajo el fuego el trípode te anuncia
que dejes las agujas y tu manto,
y esperes destejerte entre sus brazos.
Apartas lento el velo de tu oreja,
pero no oyes las puertas que se empujan,
sólo un leve rumor que desde afuera
te va a romper el cráneo contra el muro.

La luz en el candil se descompone.
Ansiosa tiras todo contra el piso.
El agua hierve loca y pareciera
llamarte a voces no vayas afuera
mientras ya sin control se desparrama.
El fuego te ve ansiosa y descompuesta.
El fuego sabe que el feroz Aquiles…
El fuego bajo el trípode se calla.


Pyrra aquilea

Tetis teje piedras con la arena.
Los bordes le desgarran la piel blanda de los dedos.
El pálido rostro perdido en los ojos del vacío.
Y los pies de plata mastican olas de purpurina
y de su propia sangre.

Hallaron los cabellos cortados en el lodo,
rojo vellón a destajo trasquilado.
¿Tres disparos en el tórax no bastaron, Ménades?
Le rasgaron el vestido y la sandalia azafranada.
Las uñas le quebraron y los dedos.
¿No saciaron, Ménades, con sangre el odio?
¿No retuercen la calle y sangre escurre?

Tetis se levanta gris entre las olas.
Abraza a las nereidas que han llegado y que le cantan.
Abraza los recuerdos que la queman.
Camina sola en la caliente arena.
Ruidosa cae al reclamar a Zeus…
Un río se abre paso hacia el océano.

Hija de Tetis, pelirroja Aquilea de veloces pies,
más rápido corrieron los disparos,
más rápido caíste en la acera sorda.
Y tu sangre…

Tetis desgarró su largo peplo.
Peleo arrancó la tierra con sus dientes.
Patroclos desgarró su amante corazón en mil astillas.
Las Ménades dirán “Matan hombre disfrazado de mujer”.
Las Ménades cantarán a su dios de odio.

Aquilea de veloces pies, hermosa,
no sabrán desgarrar la lucha diaria que has dejado.
Verás que la sangre y purpurina generan más la lucha,
y con Peleo y Tetis llevamos tu mensaje.
Las manos diversas se levantan.


Dionisos no

No me abrases, Dionisos.
No tienes en tu voz la trampa de los días.

Quisiera reinventar el calendario.
Morder los meses, masticar relojes de arena.
Quizás conjeturar un nuevo siglo de abandonos.

Mejor sería que la noche fuera para siempre.
Su estrellado arrullo nos vuelve siempre primitivos.
El ruido lácteo de las cosas nos reclama y nos arroba.

No haces falta, Dionisos, para el salto.
No tienes en tu voz la trampa de los días.
Déjame vaciar las cráteras de las horas,
perseguir de nuevo las agujas y los números,
vaciar los ojos y correr a tientas, Dionisos,
perseguir las manos que me van halando hacia el desierto,
vaciar las manos de palabras resecas,
perseguir onagros dorados por los desiertos arenosos.

Mejor tomaré el vino del acto de la oscuridad
o al menos cantaré el poder del perro.


Ya tengo la ilusión y la caída

XII
Arden todas mis células contigo
y tierra soy que canta fiel tu aliento,
y tan pequeño el corazón que tengo
para ofrecerte estancia y paraíso.

Ni tejados ni vítores ni puertas,
sólo canción de tartamudos bronces
que a cada aliento tocan tus canciones
como un jardín de abejas y alhucemas.

Como un reguero de pequeños soles,
te ofrezco mis luciérnagas, mi huerto,
una fiesta de nidos y panales,

lenguaje de cerezas, sin mis yoes,
telúricos latidos buscacielos.
Yo no te ofrezco miel: te ofrezco sangre.


El velero

II
Me gusta contemplar mi piel desnuda
bañándose en el río, irresistible,
palparla con mi ejército invencible
de dedos que me bajan la bermuda.

Piel silenciosa y tibia, siempre aguda
mientras yo la recorro así flexible,
con cosquilleo en celo incontenible
bajo el vaivén del agua que me escuda.

Yo navego desnudo en este río
y me gozo con cada miembro mío
palpado amenamente por completo.

Del más fino cabello hasta las plantas,
yo te amo, cuerpo mío, que me encantas,
y es mi cómplice el río en el secreto.


Y qué imposible no llamarte ingle

IV
Una gota de agua (me pareció) se convertía en océano,
me desdibujaban las olas la voz,
mi piedra trastocada en monte firme,
un trazo rústico develando el sendero de fluidos
y la médula toda concentrada en mis labios
y mi piel toda traslúcida en lengua que olvida el alfabeto,
el arpa (¡y qué importaban alfabeto y arpa!),
y el polvo de mis átomos resurgido en pálpitos de aliento,
y van rajando tus labios los míos,
y el cuello abandonado a tu saliva,
y el pecho humedecido en tus mordiscos,
y el muslo abandonando los escudos
y aquello que lubrica entre los muslos esperando,
y lengua desgarrándome el abdomen
y mi ombligo que poco ignora lo que sigue…



Alberto López Serrano (Colón, La Libertad, El Salvador, 1983). Profesor en inglés y en matemáticas. Miembro de la Fundación Cultural Alkimia, coordinador de la peña cultural Los Miércoles de Poesía desde enero de 2008. Director de la Casa del Escritor—Museo Salarrué del Ministerio de Cultura de El Salvador. Director del Festival Internacional de Poesía “Amada Libertad” y del Encuentro de Poesía de San Salvador. Miembro de THT. Ha participado en festivales, encuentros y ferias en toda Centroamérica, México, Cuba, Perú, Bolivia y Colombia. Ha publicado los poemarios:  La nave falta (2007), Cien sonetos de Alberto (2009), Y qué imposible no llamarte ingle (2009), Montaña y otros poemas (2010), El domador de caballos (2013) y Cantos para mis muchachos (2014).

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