Abismo negro sobre un abismo negro

Citlaly Aguilar

Jamás como hoy me he vuelto,
con todo mi camino, a verme solo.
Cesar Vallejo


Por fin lo tienes ahí, justo a un lado tuyo en el ardor de una mañana y, sin embargo, no es un triunfo. Como siempre en tu vida, sabes que volverás a escribir sobre el fracaso.

Semanas antes, cuando le dijiste a una amiga que ya no buscas amor romántico ni una pareja, “entonces, ¿qué buscas?”, te cuestionó, no pudiste responder, ni en los días siguientes, cuando te decidiste a hablarle por tercera vez a ese hombre que siempre te gustó desde la primera vez que lo viste, el que años antes había dejado tus mensajes sin respuesta.

Esta vez él respondió con cierta ambigüedad, pero a la vez con jugueteo. Volvía a ser algo emocionante en tu vida, esta que se ha vuelto una rutina inacabable de trabajo y altibajos emocionales. Aún te duele el corazón por el duelo de la última ruptura, aunque haya sucedido hace casi un año. Y sin embargo lo invitaste a salir, y te rechazó y pensaste, “bueno, lo intenté”, y te sentiste como personaje distópico de Kazuo Ishiguro, casi sin emociones, viendo por la calle rodar bolsas de plástico hacia ninguna parte.

Pero, más tarde, esa misma noche, entre el sopor del alcohol, las luces rojas y la música de un bar, lo viste ahí, parado junto a la puerta del baño, y al verlo resplandecer bajo un anuncio luminoso pensaste: “puta madre, cómo me gusta”.

Te acercaste y sugeriste ir a tu casa y otra vez dijo que no. Ya has perdido la cuenta de sus rechazos que, de hecho, ya no importan, porque tú no escribes sobre el amor romántico ni sobre lograr nada con nadie. Sabes muy bien que las historias que has vivido con todos los hombres de tu vida tienen que ver, sobre todo, contigo y lo que aprendes de tus fracasos, así que pensaste que quizás era lo mejor, que en realidad nunca habías tenido una verdadera conversación con él, que no lo conocías y tal vez resultara ser como uno de esos personajes hombrunos de las novelas de Orhan Pamuk que tanto te disgustan.

Te despediste, saliste del lugar y, sin que lo supusieras, él fue tras de ti, pero justo en la ventana del coche se acobardó una vez más. No obstante, entre la confusión de la hora, el lugar y la música, por alguna extraña razón, de repente, él cedió.

Sobre el bulevar volaste a casa, como hace mucho tiempo no lo hacías, y en la estela de humo que dejabas sobre el asfalto iba él, quizás aun dudando, así que aceleraste para que la fantasía no terminara pronto.

Entraron en la casa mudos y ennegrecidos por una marisma incandescente. Encendiste una vela, como en un santuario. Tuviste miedo de tocarlo, algo en él te hizo interpretar que él también tenía miedo; tu ego inseguro te hizo creer que aún era indecisión.

¿No tienes nada que ofrecer? No hablo de bebidas, siempre hay algo hidratante en tu refrigerador. ¿Qué podrías darle a alguien que no quiere nada? Supones que también tiene roto el corazón, ¿quién no en la época del “amor líquido”? Aunque quisieras no hubieras podido cambiar nada esa noche.

Él quería ser besado y acariciado, sentirse seguro y cuidado, y fue justamente cuando descubriste la respuesta para tu amiga: tú también quieres eso. Te asustó verte en él, se sintió como asomarse a un abismo conocido. ¿A eso se refería Nietzsche? Qué extraño es encontrarse de frente y qué fácil a veces tenderse la mano. Sabes cómo ofrecer eso que quieres, pero ignoras cómo recibirlo.

Pediste permiso para acercarte, para comenzar a abrir su camisa, y justo ahí, entre botón y botón recordaste la infantil sensación de abrir un regalo. Él también fue un obsequio de la noche y tú lo merecías. Al sentir esto avanzaste con seguridad, disfrutando conocer cada parte de su cuerpo, todo era nuevo y fresco, y en ese momento no importó que al día siguiente no fueras a recordar cada detalle. Todo era nítido y dulce. Sus tatuajes se han quedado pegados a tus córneas, el vello de su espalda en lo largo de tu brazo derecho, el olor de su cabello en tu cabello. Te lanzaste a ese abismo que también eres tú.

Cuando salió el sol, te levantaste para ir al baño, te viste al espejo; tú que nunca duermes maquillada, desconociste tu imagen, como si realmente hubieras salido de ti en otra persona.

Volviste a la cama y comprobaste que seguía ahí, no fue un sueño. También supiste que no duraría mucho más, que no fue un triunfo. Así que mientras se cambiaba, viste su espalda, notaste que su cuerpo se despedía inquebrantablemente, pero no te dolió. Mientras caminó hacia la puerta también lo supiste: no volverán a verse. Y aunque no era precisamente el escenario más deseable, lo aceptaste con calma y aún con el sabor azucarado del deseo en la boca.

No te sorprende que te haya borrado de sus contactos, que no le interese volver a hablar contigo o verte. Sabes que no le gustas tanto porque tú no te gustas tanto. Pero no te molesta porque quien eres no tiene que ver con él, sino contigo y toda tu historia, con la idea de pareja que tienes en la cabeza y que quieres derribar, que es la de tus padres, quienes son fríos y distantes y a quienes nunca supiste cómo decirles que necesitabas un abrazo.

En otros momentos culpaste de esos resultados a cosas tan banales como no ser lo suficiente delgada, tierna o comprensiva; esta vez pudiste agregar que tu casa era un desastre, que sin pudor vaciaste tus intestinos en el baño sin saber que al jalar la palanca de agua no bajaría o que roncas cuando duermes y despertaste con las cejas pegajosas. Lo que realmente te sorprende es tu nueva capacidad de soltar con facilidad. Finalmente cobra sentido todo lo que dice Coral Herrera en sus libros y has dejado de sufrir.

Al parecer, el fracaso con los hombres siempre será un tema en el que podrás ahondar. Muchas veces has escrito sobre ellos y sus torpezas. Esta vez, sabes que escribes por ti, porque aún no entiendes lo que es el mundo sin una búsqueda insaciable de atención y cariño, pero te gusta cada vez más. Sabes que quieres algo menos problemático y más práctico, lo entendiste al filo de ese abismo y por eso estás escribiendo esto ahora, para no olvidar. Y aunque seguridad y cuidado lo tienes parcialmente en padres, hermanos y amigas, completo en ti misma, el nuevo fracaso radica en que también lo podrías tener de un hombre, pero todavía no sabes cómo y quizá nunca lo sepas.

Así que llegas al final de la página, como él en su momento llegó a la puerta y no hubo vuelta atrás, donde vas a colocar con suma delicadeza una conclusión, que no es la más estética ni esperanzadora, pero la apuntas con el esmero con que trazas cada día una línea en cada ojo: “me rindo”.

Antonio Taulé, "Charlotte Roussel", dedicado a la hija del escritor Raymond Roussel.


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Citlaly Aguilar (Valparaíso, Zacatecas, 1985) es doctora en Estudios del Desarrollo por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Becaria del PECDA Zacatecas en 2011, 2013 y 2015. Ha obtenido el segundo lugar del Premio de Ensayo “Beatriz Paredes” en 2016, el tercer lugar del Premio de Ensayo “Zacatecas Artesanal” en 2018, es ganadora en el certamen de ensayo Erradumbre (Mantis Editores, 2021) y mención honorífica en el Premio Nacional de Ensayo “Dolores Castro” en 2021 con el libro Dentro del aire de vidrio. Autora de La literatura zacatecana en el siglo XXI (IZC, 2014). Coordinó la antología de ensayo literario El Centauro (Policromía, 2016).

Comentarios

  1. Años sin leerte y me doy cuenta de que tus letras sobre la página siguen produciendo el mismo ruido suave de las hojas al estar brotando; y como aquellas caídas que al caminar sobre ellas en una senda silenciosa crujen intenso.

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  2. Muy bueno, me gusta para un libro recopilación de tu textos cortos del Fb :D

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