La tormenta de arena. Tres cuentos de Martha E. Rocha


Zurcir

¿Qué es zurcir?, me pregunté, pensativa, cuando miré por el ojillo de la aguja y pasé el hilo trasparente. Pensé en bordar el velo de novia con piedras preciosas y baratas de una mujer ajena, pero no era zurcir. Otro día quise hilvanar los cabellos rojizos de mi hermana. Sin embargo, el hilo se perdía y no había por qué unir su pelo, ya era fuerte y vivo. En cambio, mi hilo era trasparente y débil. Tejer, fue lo que especulé de nuevo. Pero esto causó el nudo en la garganta de un mendigo; además no existe cobijo para alguien en invierno. No hay por qué definirlo así. Repasé y guardé silencio. Me encerré. Tomé la misma aguja e hilo trasparente y me zurcí, pues no tengo que reparar a los demás. Me uní, me remendé con retazos de memoria y con puntadas estrechas de recuerdos. En forma de agradecimiento me adorné. Me di ánimo y dejé en mi camino puntos y puntadas para mis amigos. Huellas que alivian y alientan. Entonces comprendí, sólo entonces, qué era zurcir.

Texto acreedor al tercer lugar en los
Juegos Florales Estatales de la Amistad (Fresnillo, 2023).


Hombre de la luna

Un hombre camina en la luna en busca de luz blanca. Al llegar, se sienta en la parte más luminosa para mirar su candil. Al verle embelese y se ciega con aquella luz, provocándole locura. De golpe se levanta y, lleno de cólera, comienza a chantajear a los viajeros que lo acompañan con quitarles su vitalidad. Después los amenaza con llevarse sus luces si no se marchan de ahí. Los viajeros se miran desconcertados y, cuando piensan en salir para resguardarse de la locura, ellos optan mejor por abandonar el lugar y su compañero. El hombre intenta desesperadamente tomar la luminaria y abre su casco. Se para bajo la luz, incandescente, que baja en forma de rayo y entra por la abertura del casco sin problema. De pronto el lugar queda en la oscuridad, pues no hay ni una brizna de brillo. Apenas se nota el reflejo del casco que emana una pequeña luz y de la cual sale de los ojos del hombre. La evidente opacidad del lugar lo marea y comienza a caminar tambaleante. Sus pasos son pesados y torpes, la marca de sus huellas crea cráteres. Desorientado, siente la presencia de la media luz, lo que causa temor y culpa. Intenta gritar. No obstante, el abismo del espacio silencia el sonido que emite su boca. Pero sus gritos de desespero hacen una grieta en el casco y por ende causan un pequeño orificio y se escapa la luz como centella. Luego de salir la luz ésta se expande e ilumina la luna, pero esta vez sólo una de las caras. Tiempo después los viajeros vuelven por su compañero, pero al percatarse de la ausencia del hombre en la cara luminosa de luna comprenden que él quedó oculto en la otra cara, expiando sus males.


La tormenta de arena

Padre e hija esperaban una tormenta de arena. Antes de que llegara ese tiempo recolectaron sus provisiones. Llegó el día. Durante ese lapso el padre e hija platicaron fraternalmente. Él le contó historias sobre el mundo que conoció y provocó alegría a su hija. Contarle dichas historias hacían pasar el tiempo en la tormenta. Sin embargo, no contaban con la prolongación de la tormenta, lo que provocó que empezara a escasear la comida. Pasaron los días y las historias eran contadas una y otra vez. Ahora no eran para pasar la tormenta, sino un símbolo de esperanza para padre e hija. Una noche, tras escuchar la misma historia, la hija tuvo una idea, esperó que su padre durmiera. Su necesidad llevó a la hija a utilizar las últimas provisiones de alimento para cosecharlas dentro de la casa. El padre, al oír el desorden, despertó. Se dirigió al cuarto y vio el intento de sembradío. Sólo enfureció, arrebató el costal de semillas de las manos de su hija, luego levantó la garrafa de agua y se fue con ellos a la alcoba. Ese día las provisiones se redujeron a una semana de alimento. Los siguientes días la tormenta de arena embraveció y el padre no quiso contar más la historia. La hija entristeció y de sus ojos salían lágrimas que se desvanecían en el instante. A falta de comida y la escasez de agua, el padre e hija omitieron comer. Ella pidió a su padre le contara la historia. Él se negó. Comenzaron a discutir acaloradamente. La hija replicó y reclamó a su padre su esperanza. Su padre negó que existiera esperanza en una historia inventada por él. La hija rompió en llanto y dejó de comer los siguientes tres días. Al ver la debilidad de su hija, el padre comenzó a contarle de nuevo la historia y le dio esperanza de nuevo. El padre comenzó a narrarla así: Padre e hija esperaban una tormenta de arena…


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Martha E. Rocha (Zacatecas, México, 1994). Licenciada en Letras por la Universidad Autónoma de Zacatecas. Ganadora del tercer lugar en los Juegos Florales Estatales de la Amistad en la ciudad de Fresnillo, Zacatecas (2023). Se interesa por las artes visuales y la narrativa. 

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