La Historia de Jaxon Hernández

Harry Amsterdam

Jaxon, o Jaxón, que era como aparecía en su partida de nacimiento, fue presentado el 27 de febrero de 1997. Era hijo de Robustiano Hernández y Carmelina Ferrer. Robustianito, su hermano, había oído de un novel jugador de béisbol hacía un tiempo: Jackson Melián, a quien los Yanquis de Nueva York le habían otorgado un bono por su firma de más de un millón de dólares, así que supuso que con ese nombre sería suficiente “pa’que los sacara de abajo a todos”. Así fue asentado en su partida de nacimiento: Jaxón Juniol Hernández Ferrer. Carmelina quiso ponerle Rafael José, como su Papá, pero pensó que su hijo mayor Robustiano ahora era el Jefe de la Casa, así que no discutió.
Robustiano hijo tenía 12 años cuando Jaxon vino al mundo.
Antes de que Jaxon naciera, la madre se las había ingeniado para tomar anticonceptivos sin que Robustiano padre se enterara, ella sólo le decía “después del parto de Robustianito me sequé por dentro” y Robustiano le creyó, pero frecuentemente sacaba a relucir que ella era una mujer que no servía para nada, por no parir otro hijo, sólo que Carmelina ya no quería tener más hijos con el patán de su marido, quién la vejaba y golpeaba tras cada borrachera.
Algunas vecinas del barrio que conocían su drama le aconsejaban que abandonara a Robustiano, pero Carmelina provenía de una región rural muy conservadora en donde el deber de una mujer era casarse y tener una familia. Dado el caso “se debía cargar con la cruz, si el marido salía maluco”.
Un día Robustiano buscó dinero en la cartera de Carmelina para emborracharse, al fin encontró las pastillas anticonceptivas que le daban a Carmelina en el Centro de Salud del barrio y a coñazo limpio le sacó para qué servían. Desde ese día la vida fue un tormento para la pobre Carmelina. Cada vez que Robustiano venía a casa comenzaba a insultarla, diciendo que ella había tomado esas pastillas para acostarse con otros hombres, que seguro era con el doctor del Centro de Salud donde las había obtenido con quien se arrastraba, la muy puta. Los insultos terminaban en una golpiza y una violación, hasta que un día Robustianito, con apenas 11 años, se armó de valor y enfrentó a su padre para defender a su mamá. Carmelina, que antes se había resignado a los golpes y los vejámenes, ya no se pudo contener cuando vio que golpeaban a su hijo, y armada primero de una escoba, que la bestia de su esposo rompió, y luego de un sartén logró enfrentar con mejor suerte a Robustiano, que aún sangrando por un fuerte sartenazo recibido en la cabeza, trastabillaba por los efectos combinados del golpe y el alcohol para alcanzar a su hijo y su esposa que se defendían con valentía en una pelea injusta que tenían perdida.
Los vecinos oían los gritos y las mujeres exigían a sus esposos intervenir, pero éstos alegaban que esos eran problemas de marido y mujer y permanecían impávidos, hasta que una de las vecinas salió a la calle increpando al resto, llamándolos cobardes a todos y, desoyendo los consejos de su esposo, se adentró en el rancho de donde salían los gritos de la pobre mujer y su hijo. Al ver esto otras dos vecinas se atrevieron y esto bastó para que al fin un par de maridos e hijos reaccionaran y a golpes y patadas expulsaron del barrio a Robustiano, con la amenaza: “Si vuelves por aquí, te matamos a coñazos”. Carmelina, con un ojo morado, abrazaba a Robustianito, quien a su vez tenía rastros visibles de la golpiza que acababa de recibir.
Unas semanas más tarde Carmelina se enteró que, como producto de las violaciones, ella había quedado embarazada. Una vecina le dijo que ella conocía un “Dotol” que sabía hacer abortos baratos con un gancho de ropa, pero los escrúpulos religiosos de Carmelina, más que el miedo de someterse a la dudosa experticia de un médico no graduado, no le permitieron deshacerse del hijo que llevaba adentro y así continuó la gestación de Jaxon.
Carmelina trabajaba de costurera arreglando ropa y con su maquinita Singer, viejita, pero con su motorcito reparado varias veces con piezas de máquinas de coser ya retiradas y con la habilidad para rehacer un pantalón o una falda viejos con nuevos pedazos de tela, les seguía cosiendo a sus amigas. Cada vez su clientela menguaba más, porque la gente, sin importar cuán pobre era, prefería comprar ropa ya hecha, Levis chimbos y otras marcas igualmente falsificadas, así que ella transformó su rancho en una bodega en donde vendía desde refrescos hasta caraotas, cuando conseguía, y con eso logró mantener a sus dos muchachos.
Los planes de Carmelina se habían alterado y ya el mayor de sus hijos tuvo que abandonar la escuela para trabajar en un taller abajo en la carretera para ayudar en la casa, pero la esperanza con Jaxon no la iba a dejar así no más y entre ella y Robustianito, transformado en una especie de padre prematuro, mantuvieron a Jaxon en la escuela y lejos de las malas compañías del barrio.
Así fue creciendo Jaxon. Cuando no entendía algo que le explicaban en la escuela, no tenía muchas opciones para encontrar ayuda, porque en casa su mamá y Robustianito no tuvieron mucha escolaridad, además de que los maestros en verdad no tenían mucho interés en dar consultas y siempre dejaban para más tarde el deber de atenderlo. Carmelina se enteró un día en la iglesia, que en la Casa Parroquial daban clases para ayudar a los jóvenes del barrio que no tenían a quién acudir y llevó a su hijo todos los días de seis a siete y media después de la escuela.
Las cosas comenzaron a cambiar entonces y Jaxon asistía a clases de recuperación que se daban en la iglesia para los niños con menos recursos. Ahora no sólo entendía lo que antes había quedado a oscuras, sino que veía todo el programa escolar, el que casi nunca se daba completo en la escuela ni en el liceo al que luego asistió.
Así pasó el tiempo y Jaxon, ya de 14 años, asistía al cuarto año de bachillerato. Tenía una noviecita que también era compañera de clases. Marlena era su nombre, hija de Marsús y Jorlena, quienes a su vez, y siguiendo la tradición de combinar nombres para nombrar a los hijos, eran hijos de Marlene y Jesús el primero y de Jordan y Elena la Mamá.
Ese día se suponía que Jaxon hablaría enfrente de sus compañeros de clase sobre el estado en el que vivían. Era ésa una tarea que le había impuesto uno de sus profesores, uno que al fin parecía interesado en enseñar, pero que era muy exigente. Jaxon estaba muy excitado con la tarea que se le había asignado y había ido a la biblioteca del estado tres veces durante la semana y se había quedado hasta tarde haciendo resúmenes y memorizando la superficie del estado, la población, los municipios con sus capitales, los principales renglones agrícolas, la historia y cuanto detalle pudo encontrar.
Su familia estaba al tanto de la importancia que Jaxon le daba a esta tarea, tarea que muchos de sus vecinitos incumplían o cumplían a medias. Marlena lo ayudó a recabar datos y a repasar lo estudiado y al fin ese lunes la suerte estaba echada y Jaxon se dirigía al liceo con Marlena y el material que usaría para su exposición en el bolso que hacía de bulto y que su mamá le había hecho con retazos sobrantes de unos jeanes viejos. Su hermano se levantó temprano y trajo unas empanadas de cazón a la casa, porque, como él decía, “el pescado tiene fósforo y ayuda a aumentar la inteligencia”, inteligencia que seguro necesitaría ese día.
La Mamá estaba muy orgullosa. Había visto a su hijo sin que éste lo notara en las noches estudiando hasta tarde, y en silencio sonreía pensando que todos los esfuerzos no habían sido en vano y que este muchacho, con su esfuerzo y el de Robustianito, sí llegaría a doctor.
En la mañana Jaxon buscó a Marlena y ambos fueron juntos a la escuela, caminaban bromeando. Jaxon no estaba nervioso, pero sí tenso. Él sabía que cumpliría con el encargo, porque se había preparado bien, pero ahora quedaba enfrentarlo.
La banda del barrio, conformada por unos zagaletones, algunos de ellos conocidos de Jaxon porque habían abandonado el mismo liceo al que él asistía, habían estado consumiendo crack y celebrando un enfrentamiento de la madrugada anterior del que habían salido victoriosos contra la banda rival del barrio vecino. No hubo muertos en la reyerta, pero sí tres heridos, uno de bala y otros dos por arma blanca.
Jaxon y Marlena se acercaban al liceo, cuando cruzaron la calle y vieron a los zagaletones, no se inmutaron, ya era rutina verlos, ellos no solían meterse con la gente del mismo barrio, Jaxon incluso saludó con un leve movimiento de cabeza a uno de ellos que había conocido desde su niñez, pero que ya no era su amigo. Marlena ni siquiera miró dónde estaban y apuró el paso tomando del brazo a Jaxon. Viendo que la joven los eludía, algunos intentaron proferir lo que ellos creían que eran piropos, pero que no eran más que insultos, pero el que conocía a Jaxon los frenó, él sentía respeto por lo que este joven estaba logrando.
De repente salieron tres motos de la esquina, cada una con un pasajero detrás del piloto. Se trataba de miembros de la banda rival que venían a cobrar venganza. Los que venían de pasajeros sacaron sendas armas y en movimiento y de manera imprecisa, rociaron de plomo a sus enemigos.
Ninguno de los miembros de la banda del barrio fue tocado por las balas, pero sí yacía alguien en el suelo, era Jaxon. Marlena creía que él, al escuchar los disparos, se había lanzado al piso, los tiroteos eran algo a lo que estaban acostumbrados y reaccionaban por reflejos, pero pronto notó el charco rojo que manaba de la cabeza de su novio y levantándose, corrió hacia él.
Jaxon estaba muerto, con un tiro en la cabeza y otro en el abdomen yacía en el asfalto con los ojos vidriosos y la mirada perdida. El charco de sangre había alcanzado el bulto con las notas de su exposición y Marlena, una niña a quien jamás la habían oído siquiera levantar la voz, estalló en improperios contra los malandros que se apuraban en un vano intento por tratar de desaparecer sin ser notados.
Carmelina había oído los disparos y a pesar de que éstos eran cosa de rutina en el barrio, su intuición le dijo que algo le había pasado a su hijo menor y salió corriendo como estaba, en bata.
Cuando llegó vio a su hijo en el suelo abrazado por Marlena quien desde ahí mismo seguía insultando a los malandros y al mundo. Cuando llegó se arrodilló abrazando a su hijo y abrió su boca para gritar de dolor, pero de su garganta no salía sonido alguno, era un grito silencioso, pero a la vez muy fuerte.
Marlena recogió el bulto de Jaxon y guindándoselo del hombro echó a andar al liceo dejando a Carmelina gritando en silencio aferrada a su hijo.
Cuando llegó al liceo, despeinada, llena de sangre y con los ojos desorbitados se encaminó resuelta al salón de clases. Los Profesores trataron de detenerla, pero ella los paralizó a todos con un “No Joda” y la multitud de curiosos: estudiantes, profesores y empleados del liceo le fueron abriendo paso, y siguiéndola atónitos hasta el salón en donde ya estaban los estudiantes esperando a que llegara el profesor para comenzar la clase. Marlena puso el bulto lleno de sangre sobre el escritorio desvencijado que estaba delante del pizarrón y sacando las hojas de las que caían gotas rojas dijo: “Buenos días. Hoy voy a hablar del estado Miranda …”, y dio la conferencia que se suponía que Jaxon daría y que ella conocía muy bien por haberla estudiado junto con él.
Ya comenzada la sesión llegó el profesor, quien ya había sido informado de los sucesos y de lo que Marlena hacía. El profesor permaneció detrás, tratando de pasar inadvertido. Nadie dijo palabra alguna, todos estaban sorprendidos. Al final Marlena preguntó a sus compañeros si había preguntas, pero apenas se escuchaba la respiración de algunos y fue en medio de ese silencio que el profesor comenzó un aplauso que se fue extendiendo desde atrás hasta contagiar a todos los presentes, dentro y fuera del salón, en donde se habían agolpado los curiosos del liceo a ver a Marlena hablar.
Marlena entonces por fin se decidió a salir, pero al llegar a la puerta del salón volteó a ver por última vez el pizarrón en donde ella había escrito con tiza algunos diagramas que no se habían podido poner en cartulina y allí estaba Jaxon sonriéndole, levantando el dedo pulgar en señal de aprobación y mientras su imagen desaparecía le sopló un beso que cruzó los aires hasta llegar a ella. Marlena al fin lloró.
   Meses más tarde Robustiano hijo caería también abaleado. Se decía en el barrio que ante la impunidad de que gozaban los malandros, él había decidido tomar venganza por su propia mano. Muchos aseguraban que él se había comprado un arma de fuego y que ya había matado a una docena de malandros de ambas bandas cuando al fin lo emboscaron, no se supo quién. Estando vivo, aunque todos decían que era él quien limpiaba ambos barrios, nadie lo denunciaba cuando la policía venía a preguntar sobre los malandros que aparecían muertos. Alguien dijo que la policía también sabía, pero callaban.
Carmelina se puso flaca y se llenó de canas y jamás la vieron sonreír. Pocos meses después la encontrarían muerta en su sala, se decía que esbozando una sonrisa.
Marlena transformó su ira en actividad y devino en líder vecinal. Fue por su sugerencia que se nombró la calle donde cayó su novio “Calle Jaxon Hernández”.
El único sobreviviente de la familia fue Robustiano padre, ya convertido en piltrafa humana, y contaba esta historia a cambio de ser incluido en la ronda de la botella mientras hablaba.

Esta historia no es un caso real, es un millón de casos reales.   

Comentarios

  1. Hace llorar la realidad latinoamericana

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  2. Bravo! Excellently told and all too believable in the world in which we live.

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  3. Jakson Meleán, el pelotero cuyo nombre fue tomado para el personaje de este cuento, acaba de anunciar su retiro del béisbol
    http://www.meridiano.com.ve/beisbol/beisbol-venezolano/138281/jackson-melian-se-despidio-de-la-pelota-profesional---video-.html
    Harry Amsterdam

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  4. Muy real, parece una película
    Carmen Vanegas

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