Narración estereoscópica en "Sputnik, mi amor" de Haruki Murakami

Sputnik, mi amor, Haruki Murakami, Tusquets, 2002
Óscar Ulises Valdés Martínez


No hay para Haruki Murakami nada más poderoso que la imaginación. Ésta y los sueños, dice, son incontrolables y por tanto temibles. Queda claro en su novela Sputnik, mi amor, pues Murakami envuelve al lector en una historia en la que la protagonista, confusa y desengañada, escapa a un mundo imaginario y desaparece físicamente del mundo real sin dejar rastro. Es ése, para el autor, el gigante poder que tiene la imaginación.
Con la desaparición de Sumire, da inicio una búsqueda desesperada por encontrarla, saber cómo y por qué se esfumó, dónde está y cuándo volverá. Los personajes intentarán encontrar respuestas racionales a estas preguntas. Y ése es el problema central de la historia. ¿Cómo encontrar una respuesta racional a una cuestión que no la tiene?
El misterio es una de las herramientas principales de Murakami para atraparnos en la novela. A través de diversos planos de ficción (por ejemplo, los diálogos se convierten en narraciones extensísimas o la carta que lee un personaje cuenta una historia) intenta describirnos los hechos relativos al desvanecimiento de la protagonista.
Así como es interesante oír el mismo chisme contado por personas diferentes, también lo es leer la misma historia, o serie de hechos, desde la perspectiva de distintos personajes. El sitio en el que se encontraba cada uno y su actitud ante lo que sucedía deforman por completo los ojos y la interpretación, y en consecuencia, la historia.
Lograr formar la novela con una mirada plural, como la de la realidad, es complejo, “un complicado empeño para un instrumento, el lenguaje, que es lineal y sucesivo”.[1] En la realidad los hechos se presentan como dentro de un prisma, desde muchas perspectivas se observa algo al mismo tiempo. En una novela esto no puede suceder de manera simultánea. El autor primero mostrará un punto de vista y después otro, pues el lenguaje escrito no tiene las herramientas que ofrece, por ejemplo, el cine.
Algunos autores, como Mario Vargas Llosa, intentaron obligar al lenguaje a mostrar varios puntos de vista a la vez, como en el caso de Los cachorros en el que alterna la primera y la segunda persona e incluso diálogos para “sumergir al lector en un universo multiforme y ondulante”[2], como se puede ver en el ejemplo: “todavía llevaban el pantalón corto ese año, aún no fumábamos, entre todos los deportes preferían el fútbol y estábamos aprendiendo a correr olas […] El hermano Leoncio lo sentó atrás, con nosotros, en esa carpeta vacía jovencito”.[3]
Orson Scott Card cuenta en su novela de ciencia ficción El juego de Ender la convivencia de un niño con los otros en una escuela militar. El narrador se centra en Ender, el protagonista y en los hechos que lo rodean; los demás personajes y sucesos pierden importancia.  Sin embargo al terminar de leer la novela quedan dudas y cabos sueltos. Scott Card escribe, entonces, La sombra de Ender, en la que narra la historia centrándose en la vida de un personaje que parecía trivial en la primera novela, pero que es fundamental para el desarrollo de la historia.
Resulta de utilidad este recurso, aunque no siempre se hace con esta intención. Otro ejemplo lo encontramos en el increíble cuento de Julio Cortázar, “Señorita Cora”, en el que en una sola frase el autor mezcla la narración de dos o más personajes. Por ejemplo en este fragmento, comienza narrando El nene y termina la oración la mamá: “[…] y entonces me explicó y se fue. Al rato vino mamá y qué alegría verlo tan bien, yo que me temía verlo en blanco el pobre querido, pero los chicos son así […]”[4], o en este, entre la Señorita Cora y El nene: “[…] me enojo si no te estás quieto, te va a doler mucho más si seguís moviéndote tanto. Ah, parece que empezás a darte cuenta, me duele aquí, señorita Cora, me duele tanto aquí, hágame algo por favor, […] no puedo más”.[5]
Con el ingenio que lo caracteriza, Cortázar obliga al lector a ser perspicaz y a leer con atención. Conocer la trama de un cuento desde la experiencia de distintos personajes con características psicológicas muy distintas resulta emocionante. Darse cuenta de esos malentendidos entre individuos que no pueden dejar de pensar o de hablar en silencio.  La novela estereoscópica es sin duda muy interesante, pues amplía el texto: lo hace más real.
En el periodismo se habla, por ejemplo, de objetividad. Un periodista profesional debe mostrar las cosas como son, de forma imparcial. Sin embargo, dice Moreiro, que “ni siquiera las narraciones de objetivismo ferviente son neutrales, pues adoptar un punto de vista supone renunciar a otros”.[6] Es por eso que la novela estereoscópica resulta atractiva.
Los historiadores tienen el mismo problema que los periodistas.  Bernal Díaz del Castillo escribió en el siglo XVI La historia verdadera de la Conquista de la Nueva España y Francisco López de Gómara escribió, más o menos por los mismos años la Historia General de las Indias. Aunque contemporáneos, las Historias de Díaz del Castillo y de Gómara tienen muchísimas diferencias. Sin embargo, estos dos textos, junto con muchos otros, son complementarios, no excluyentes, y juntos representan una visión amplia de la Nueva España.
Haruki Murakami relata la desaparición de la protagonista Sumire, de Sputnik, mi amor, desde distintos puntos de vista. Un personaje, partícipe de los hechos, lo platica a otro. Y también Sumire lo escribe antes y después de partir. Hace que el lector tenga una visión global de la situación.
En Murakami también encontramos a personajes que narran hechos que no vivieron ellos, sino que les contaron. Crea cadenas en las que el narrador resulta muy alejado de la situación narrada. Esta particularidad se parece en muchos sentidos al caso entre Bernal Díaz del Castillo y Francisco López Gómara. Díaz del Castillo conoció la Nueva España y vivió en ella desde el inicio de la Conquista, en cambio, López de Gómara ni siquiera la pisó. Redactó lo que le contaron. Hernán Cortés, Pedro de Alvarado, Gonzalo Fernández de Oviedo, entre otros españoles involucrados en la Conquista relataron al historiador las vivencias y éste las redactó a su modo.
Murakami se esfuerza por envolvernos con múltiples historias que en realidad son una sola. Por regalarnos una novela estereoscópica que no permite que nos zafemos de la trama. Nos facilita el acceso a esa imaginación peligrosa de la que habla, la incontrolable, a la que Sumire escapó y de la que regresa con un simple “¡Oye! ¡Ya estoy de vuelta!”.[7]





BIBLIOGRAFÍA:
Cortázar, Julio, Todos los fuegos el fuego, España, Punto de Lectura, 2001.
Moreiro, Julián, Cómo leer textos literarios, España, EDAF, 1996.
Murakami, Haruki, Sputnik, mi amor, México, TusQuets, 2012.



[1] Julián Moreiro, Cómo leer textos literarios, España, EDAF, 1996, p. 154. 
[2] Ibid., p. 156.
[3] Citado por Julián Moreiro, idem.
[4] Julio Cortázar, Todos los fuegos el fuego, España, Punto de Lectura, 2001, p. 115.
[5] Ibid., p. 128.
[6] Julián Moreiro, op. cit., p. 156.
[7] Haruki Murakami, Sputnik, mi amor, México, TusQuets, 2012, p. 242.

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