Ausencia a través de una manzana

Edgar Andrés Sánchez Valadez


Me encontré de repente en un momento de total ausencia de tiempo, mirando y contemplando una simple manzana, la mordía y, mientras crujía, mi cabeza daba vueltas y vueltas. Fui por un momento como un ser espiritual al no estar presente físicamente en este mundo. Pasaban y pasaban los minutos y yo estando perdido en el laberinto aparentemente fatídico que transitaba por mi conciencia. En él podían verse paisajes un tanto absurdos, otros muy bellos y algunos otros aún más bellos. Y después de eso estabas tú.
Fue como encontrarle significado y respuesta a todas mis plegarias, como entender el secreto de la vida, fue como haber escuchado la voz de Dios bendiciéndome y regalándome el placer de sentirme tranquilo por un tiempo determinado. Sin querer hacerlo, un poco después, miré hacia atrás y no había más laberinto, todo se había convertido en un campo inmenso de un muy verde pastizal adornado con coloridas y bellas flores, el Sol se encontraba justo encima abrazado de un celeste manto de espesa felicidad. Había un árbol enorme justo en medio de donde caía inesperadamente la misma manzana que yo comía, así que me acerqué, me senté sobre la sombra del gran árbol y procedí a comerla.
El momento era único, no entendí la razón por la cual terminé siendo parte de paisaje tan surrealista, no entendí, también, cómo al pensarte todas mis tinieblas fueron tan destinadas a desaparecer. Me sentí cómodo al verme en tal subordinación. Inevitablemente recordé el laberinto, cómo lucía, cómo aparentaba no tener escape, y fue así como llegué a interpretar el papel de un intruso insecto en la misma manzana, intentando llegar al otro lado pese a su grado de complejidad.
Yo ya me encontraba en el otro lado, por primera vez en mucho tiempo brotaban destellos de sonrisas y tranquilidad.
¿Cómo había sido que sólo tu recuerdo sofocara y extinguiera fulminantemente mi tempestad? ¿Qué relación tenía todo esto con la manzana? ¿Cuál sería mi objetivo a corto y largo plazo a través de mi confusa bizarría? Bastantes preguntas que con el transcurrir de los instantes iban careciendo de importancia. Llegué a la gratificante conclusión de abandonar mi rutinario cuestionamiento. Mientras lo hacía, recostado sobre el césped, junto a ese fresco aroma que no era ningún otro que la esencia de tu perfume, observando detenidamente el cielo me di cuenta de que a un costado entre las ramas del árbol se podía apreciar amenazante e imponente la Luna. Era una sensación extraña de escalofríos cargados de emoción y adrenalina. La Luna me hacía sentir como en casa. Ya no era más un intruso en aquel magnífico paraíso. El tan hermoso y enorme astro, que parecía tener vida propia, alcanzó muy rápidamente a arañar al Sol. Yo, retomando la postura, pude apreciar cómo a lo lejos se acercaba galopante una sombra gigantesca que lo cubría todo, avanzó hasta dejar completamente todo mi edén en penumbras. Fue como si en un instante la noche se apoderara de absolutamente todo, como si el Sol y la Luna hubieran hecho un trato para estremecer al límite mi ingenuidad.
Era un eclipse. De pronto las coloridas flores tomaron un resplandor único e iluminaron el subsuelo que me rodeaba. De pronto, bajando por la llanura, alcancé a percibir una angelical presencia. Eras tú la que a pasos cortos se acercaba tan bella como la Luna misma, y yo, empero, en completo éxtasis, quedé atónito e insignificante tomé tus manos…

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