Por la mañana
Miriam
Bañuelos
Fue entonces que me di cuenta que al
terminar esa fiesta y despertar por la mañana sentí que lo había perdido todo.
Quizá lo necesitaba. Habían pasado casi dos años desde que lo conocí, fueron
sus ojos, sus ojos que hacían homenaje al más hermoso dibujo de lo natural, los
que me invitaban con ese brillo destellante a acercarme y tratar de probar,
pero no probar del todo. Había algo, alguien más que no me lo permitía. Sin
embargo me atreví y platicamos, una vez, dos, tres y hasta mil. Tanto que
terminamos odiándonos sin siquiera comenzar. Cada vez, después de besarnos por
toda la ciudad.
Aquella
noche se acercó otra vez a mí, teníamos encima esa mirada que afirmaba que lo
habíamos arruinado todo, pero que esto no se iba a terminar ahí.
–¿Qué
hago? –pregunté.
–Bésame
–respondió. Y lo hice, lo besé toda la noche sin parar, ni pensar.
Alguien
me esperaba en casa, sin embargo no me importaba más, no esa noche, esa era
nuestra. Y corría de su mano por la casa infestada de gente que se encargaba de
perder la noción y de cantar, de bailar. Entre la multitud sólo nos deteníamos
para besarnos y sonreír. Llegó a ser casi mágico, como si el pasado no hubiese
existido, como si ninguno de nuestros problemas se hubiera manifestado aún.
Algo tenía que pasar, alguien lo debía decir, alguno iba a soltar esas palabras
que tenían que arruinarlo todo, pero no, no todavía. Fuimos volando por todo el
lugar. Te lo juro, estábamos flotando entre los vasos de cerveza y las luces
multicolor que difundía el DJ casi con sus propias manos. Él decía que lo
teníamos todo, me lo dijo tantas veces que en ese momento comenzaba a creerlo.
Me besó con todos sus labios, me abrazó con toda su boca, trató de entrar en mí
con la profundidad y realeza de sus palabras, tal fue su intento que lo hizo,
está dentro ahora, pero no está aquí. Y no estará.
Corría
la noche casi tan rápido como nuestro siempre repentino romance cada vez que
nos volvíamos a encontrar, cada vez que nos arreglábamos y que lo tirábamos
todo por la borda antes de que terminara el día. Y eso fue lo que pasó, terminó
la noche. Justo a la una de la mañana, cuando sus inmensurables deseos y mis
ganas de dejarlo todo por él se convirtieron en cuestiones y afirmaciones
repentinas, en palabras y en nombres sin salida, sin futuro, en oraciones que
confirmaban que estábamos otra vez en el mundo real, ese en donde no se nos
permitía estar unidos, en ese en el que nos teníamos que odiar. No estuvimos
juntos, sus manos fueron tan rápidas para desabotonar mi blusa como las mías
para detener su pasión, no podía, tenía un miedo terrible de que me hiciera
suya en aquella celebración y me olvidara, que fuera como todas sus demás.
Terminé diciendo que me iba a ser imposible, no es verdad, me era imposible
decirlo porque sabía que era absurdo, después de simular realmente ante todos
que estábamos enamorados, después de hacerle pensar al mundo que éramos dos
amantes felices, de confesarle que pasaba el tiempo tratando de encontrarlo por
la ciudad, que buscaba sus ojos en las esquinas. No sé si sea amor, sólo sé que
la noche acabó, me tuve que ir persiguiendo al taxi que me sacó de ahí, y
llegué a casa a descansar al lado de mi seguridad. Sin poder sacarlo de mi
mente, sin dejar de sentirme ahora como si lo hubiera perdido todo, y es que
fue así, lo había perdido todo. Fue una hermosa noche, claro que sí.
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