Caminando

Eduardo Troncoso Espitia




Me puse a pensar en los recuerdos aunque me parecen por completo extraños, son un reflejo de lo que fue, en mi caso uno aparentemente borroso y bañado de neblina, como un espejismo, algo que fue pero que nunca regresará. Mi mente hace algo muy ingenioso, quizá un juego con el que yo estoy de acuerdo o la simple muestra de mi mente perezosa que se obliga a olvidar, olvidar lo doloroso, lo importante. Menciono que es un juego porque soy capaz de recordarlo todo, aunque con un esfuerzo mayor del requerido, pasé toda la tarde pensando en mi recuerdo más feliz, me fue imposible elegir uno, quizá porque en la época que realmente lo fui es la que más estragos por el tiempo ha pasado, pero con facilidad puedo mencionar los recuerdos más vivos, aunque es un inconveniente traerlos, deben de estar sepultados, romper el pacto silencioso y hacer que los fantasmas regresen.
            Los gritos inagotables, las tardes y los días de extrañar mi hogar, de no saber por qué no veía a mis padres, solo; voy al doctor y una sonrisa preocupada, pero nadie se molesta de decirle a un niño de no más de seis años los peligros que se corren en una operación para extirpar hernias en la columna vertebral; los meses siguientes son largos, la recuperación y rehabilitación más que nada parecen tortuosas, tenía prohibido entrar a ese cuarto, más que habitación parecía sala de tortura, aunque a sabiendas que los gritos cesaban, no porque el dolor desapareciera sino para no preocupar ni asustar más de lo debido. Esa fortaleza es tan grande que de pocas probabilidades de volver a caminar se levantó de esa cama que se volvió inservible después de los meses de estar postrada en ella, tomarme de la mano, verla como verdaderamente la recordaba: ese ser alto, con el cabello casi hasta la cintura. Una sonrisa y una mirada es todo lo que un niño necesita.
            Un recuerdo amargo y dulce. Hoy comprendo que las cosas más importantes no cuestan nada y nadie te las puede quitar, las cosas más simples que crees intrascendentes, las preocupaciones inútiles de otros tiempos, las enfermedades inmutables de la memoria, la sonrisa más sincera era nuestra y ahora se pierde entre los años, porque sin importar los estragos en los que se convierte la vida, los recuerdos felices y tristes se reúnen para recordarnos todo lo que fuimos, lo miserable convive con lo dichoso para magnificarse el uno al otro, tratar de reconocer lo importante se vuelve su trabajo aunque tratemos de   recubrir todo con la niebla llamada nostalgia, para tratar de sonreír como esos niños, para no defraudarlos, para no olvidar el dolor, las lágrimas y las risas, para no estafar a nuestros recuerdos más importantes, porque esos pequeños trozos insignificantes son la única cosa que nos pertenece.        


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