Testamento
Froylán H. Alfaro
Plus pále que le pále automne
je
m'incline vers le tombeau.
E. Galois
“Antes de morir
hay que escribir un poema”, no recuerdo dónde lo leí, quizá nunca lo hice, es posible
que ante el destino que me espera por la mañana mi mente lo haya fabricado. Una
especie de consuelo; saber que mi breve estancia en este tiempo no fue un
desperdicio de espacio. Quizá sólo es eso.
Nadie
me dijo que el amor además de vivirse tenía que morirse. Que el latir de un
corazón frente a la imagen de su amada se apagaba con una bala, porque sólo
será una. Alguien sí me dijo que cuando algo te aterra y te gusta al mismo
tiempo ese algo te fascina; es lo que significa esa palabra. Pues bueno, hoy
puedo decir que la muerte me fascina.
La
mañana que la conocí parecía cálida, igual que las anteriores. Después de
cierto tiempo en el mismo lugar todo parece lo mismo; distinguir diferencias
entre un día y otro es como comparar dos paredes grises. No había ganas de leer
ahí dentro, aunque en realidad nunca fui buen lector, las matemáticas siempre
fueron otra cosa. Sin embargo, los únicos números que veía en esa celda eran
los que se acumulaban con cada puesta de sol. Perdí la cuenta después de
varios.
Un
preso político, qué gracia me causa ahora. Encerrado por defender al pueblo, mi
pueblo. Mañana moriré por otra cosa, no por el país.
Los
días en cautiverio son fríos, da igual si la mañana no lo es. No sé cuánto
tiempo estuve. El tiempo sufrido es áspero y pesado, por eso no se recuerda a
trozos sino como un mal momento, sólo uno sin importar la duración. Por otro
lado, si se disfruta entonces se recuerda en momentos pequeños, retazos de
vida, sonrisas o caricias que el tiempo desvanece, pero la memoria retiene como
aferrándose al pasado con uñas y dientes. Mi vida sólo es un momento.
Esta
noche, mi última noche, escribo mi testamento: ecuaciones casi ilegibles… perdónenme,
no tengo mucho tiempo. A mi edad uno no espera morir, la vida apenas comienza a
vivirse, o al menos eso dicen. Desde hace años me encuentro dentro de grupos
políticos, principalmente. Esta noche no, los grupos que me impulsan a escribir
son de otra especie. Siento que mi vida se desvanece cada segundo, al mismo
tiempo aquellos seres abstractos aparecen ante mí cada vez más vivos, más
sólidos. Pero no tengo mucho tiempo; el mío se hizo de ella cuando la conocí,
infame coqueta.
Mi
pluma resbala con tanta rapidez en el papel que no puedo apartar la mirada sin
el temor de que tan valiosa herramienta cobre vida y salga corriendo.
Ningún
matemático se ha hecho en un día, ¿lo haré yo en una noche? Ya no queda mucho
tiempo, la mañana se acerca.
No
se culpe a nadie de mi muerte, aunque cierto es que traté de negarme, no tuve
opción. Me llevo a la tumba un alma limpia de mentiras, mi adversario tampoco
lleva mancha, sólo fue ella: mujer mentirosa. Por tan pequeña cosa mueren los
hombres.
Los
símbolos son irreconocibles, mi pluma tropieza, me gustaría ser más claro en
las demostraciones pero… no tengo mucho tiempo. La suerte no me ha dado más
vida, o mejor dicho la vida no me ha dado más suerte.
La
conocí después de ser trasladado a ese sanatorio. No porque estuviera loco,
ellos no se enamoran, no pueden volverse más locos. Fui trasladado por ser un
“importante preso político” que no debía morir por causa del cólera, esa
epidemia que asolaba a mi país. La muerte pareció seguirme, la vi en sus ojos,
estaba en el lugar adecuado.
La
noche agoniza, hay una jungla de fórmulas en mis papeles, son el poema que
escribo. No tendré tiempo de revisarlas. Tengo que apresurarme, ya casi es momento.
No podré escribirlo todo, perdónenme.
La
vela de mi escritorio es débil, parece que llora mi partida, muere poco a poco.
En mi mente las imágenes son más fuertes. El rostro de esa mujer coqueta se
abre paso entre los objetos matemáticos que luchan por dejarse ver, por nacer esta
noche. Ella, una banca y yo, condena de muerte sellada con un beso, la misma
boca que en ese momento me devolvió la vida, antes perdida entre paredes y
barrotes, la misma boca que me condenó.
Moriré
por honor, un honor ultrajado por alguien más, pero no quiero pensar en eso. Ya
se ve el primer rayo del sol, un día nace, veinticinco pasos y una bala me
separan de mi fatal destino. Evariste Galois como firma en ese poema, mi poema.
Mi rival aguarda, iré sin miedo, necesito todo mi valor para morir a los veinte
años.
Páginas manuscritas de Evariste Galois. |
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