Cuatro poemas de Daniel Wence
Hidrometeoro
Cuando inevitablemente llegaste a
mí como una tormenta cuando te avecinaste nimbostrato me lloviste y yo surqueé
germinadero verdeciendo a lo lejos
Cuando mis tallos casi fueron
arrasados irrigaste y luego espora cuando te aferraste perforando el débil
verdor de aquí hasta la muerte hasta marchitarse verde musgo el arroyo que
fuiste hasta romper los surcos
Cuando invenciblemente yo Luzbel y
tú el Arcángel que bajó en repleta nube: ojalá me hubieras clavado también la
espada San Miguel, me hubieras hecho a un lado con tu hermoso tobillo violento
Y pasado a la historia en un
pedestal más importante como cuando
tallaste con la punta apenas blanca del arma que portas tu nombre en este
pequeño cuerpo que soy decreciendo
Desde que inevitablemente abriste
poderosas alas
y volaste de aquí
De Arlecchino, Editorial Montea, 2017.
***
Yan Tiersen
me
regresa en el tiempo –vamos–, me rebobina:
un
pequeño amigo protector me guarda
bajo
la sombra de su nariz mis labios pierden apariencia
rebobinamos
un casete sin saber
que
el verbo rebobinar existe
y
una canción salta de cable en cable
es
un gorrión que tú dejaste
acicalando
en un hotel
en
su charco de la habitación: en frente
donde
no sabíamos – sí
que
ibas a transmutar
de
cable en cable
de
dimensión en dimensión.
No
había Yan Tiersen esa tarde
y
hoy me recuerda a ti como si su existencia
fuera
siempre.
En
el espejo del techo una calandria desvestida.
No
te vistas
cuando
el último botón de tu camisa
haya
hecho clic
se
volverá a abrir el hastío.
La
tina de baño, vacía,
se
delinea con el negro de tus ojos
con
tus pestañas firmes
de
dibujar tu juventud
o
disimular tu ausencia.
En el televisor dan las noticias:
en
todas desapareces.
Un
documental sobre gorriones,
un
concierto de Dino Saluzzi
con
la palabra gorrión
y
la portada de un filme de Almodóvar.
¿Por
qué te vistes?
Es
domingo por la mañana
a
nadie le importa si salimos a la calle
las
personas duermen
se
acurrucan –¿ves?–,
empiernan
su preocupación
fuman.
Las
cortinas están cerradas en tu cuadra
y
en ésta;
pesan
tus botas de campo para dar un paso
tu
rímel en la sábana
irónicamente
Lienzo Sagrado
escribe
tu nombre: Gorrión
y
tu nariz inmensa olfatea el peligro de ser tú
de
sentirte atrapada.
Si
cierras tu blusa
se
cerrará también el encaje
del
mantel donde tomábamos el té.
De
niñas
fuimos
amigas que aniquilaban a los opresores
jugando
a la comidita
al
teatro.
Fuimos
niños rudos que trepaban árboles
para
escapar del puñetazo
niños
zombis que mordían sus propios órganos
y
deglutían la pública befa:
tú
protector, tú el héroe.
Niñas
que se dibujaban el rostro al salir de casa.
¡Oh,
niña mía, te abrazo siempre!
Estoy
feliz de verte en los retratos de pueblos campesinos
me
alegra hallarte entre los viejos tocadiscos
que
guardan las abuelas de mi barrio
en
los instantes de alquiler que se prolongan
en
sus despedidas
en
los tribunales donde otras como tú reclaman
su
rostro de domingo por la madrugada.
Bella
mía, me abrazo a tu recuerdo y a tu causa.
Duerme la ciudad y duerme el campo
Duermo
yo, intranquilo, rogando por tu regreso.
Fragmento
de “Culpa de Narcisas”
en Discordantes, Instituto Zacatecano de
Cultura, 2018.
Vayalcalú
se acerca
Vayalcalú/ son las doce/ cuéntame una
historia.
había
una vez una tu madre
que
contaba espinas
era
blanca como el adobe
escuchaba
caer los árboles
sin
ningún asombro
sabía
quedarse quieta
silenciarse
sí
esconderse
Vayalcalú/ son las doce/ cuéntame una
historia.
Esta
es la historia de David
llamado
Pedro por algunos
que
venía a buscar a un hombre
que
fue enterrado vivo que
Vayalcalú/ son las doce/ ¿por qué no avanza
el tiempo?
Esta
es la historia de Vayalcalú
que
sabía quedarse quieto.
De Nada
de incrustaciones, La Ceibita –
Tierra Adentro, 2010.
A
Second Salem Tribute
Mi hermana sueña con ser una bruja
del caldero de sus ojos se asoma
una infancia que todavía comparte con su
niña,
la música, otra que algún día, posiblemente,
también sueñe con ser una bruja.
Y por qué no:
mi madre también es una bruja:
cuando mira por la ventana ahuyenta el
peligro,
fulminante,
y sana corazones con sus manos de trigo.
Cuando mi hermana envejezca
y retome en su rostro los caminos y los
calderos
y su mirada sea blanda
como los pistilos del diente de león
o como el sonido de las cigarras
invocando en el jardín original el agua
cuando retorne al viento ardiente
de las tardes agresivas de abril
sobre sus pasos, llevará consigo los amuletos
y los ecos de todas aquellas
que dejaron en el caudal su sueño
y verá que una golondrina merodea la charca
donde madre depositó sus rezos
y acudió al inicio de todas las eras
recompuestas, curadas.
Su niña será entonces las niñas todas
por qué no:
si madre también es las madres todas.
Mi hermana volverá al trigo
a la semilla
a la charca
al ventanal o al árbol
o al nicho donde miró la luz
y no echará de menos
los trayectos ni los ríos
las credenciales anónimas
o las tardes de hierro
que punzaron agudas
como punza la resolana en las aves
migratorias
sino que,
en su lienzo de bruja,
llevará los mapas, las llaves secretas,
los pasadizos ocultos, los calderos,
los pergaminos prohibidos
y los rezos nuevos
para revelar a las nuevas cofradías
un andar más ancho
como el tiempo
la templanza
la ternura
el desierto
las tripulaciones
la totalidad
la tierra
lo intangible
todo.
Daniel Wence (Michoacán,
1983). Autor de Nada de incrustaciones (La
Ceibita – Tierra Adentro, 2010), Arlecchino
(Editorial Montea, 2017) y Discordantes
(Instituto Zacatecano de Cultura, 2018). Compiló Notas de atar, muestra de poesía mexicana joven (SECUM, 2013); es
coeditor de las antologías del Encuentro Nacional de Poetas Jóvenes Ciudad de
Morelia en sus tres ediciones, además de ser codirector de dicho festival. También
es autor de algunos libros infantiles como El
pirata triste, Calcetín Zurcido, Princesa – bruja y astronauta, Hermanas aves,
Canción de cuna para Valeria (Editorial Derecho y Revés, 2016), entre
otros.
Comentarios
Publicar un comentario