Nicotina en las entrañas
J. Enrique Pérez
Lo sentía en las entrañas de nuevo.
Lo sentía en las entrañas de nuevo.
Las
malditas ganas, la potente desesperación y una ansiedad tan amplia como el
desierto del Sahara.
Me encontraba de nuevo yendo hacia la escuela,
con los ojos aún cerrados durante el camino, la luz entraba como un puñal
afilado a mis pupilas y esos códigos eran descifrados como dolor.
Mis manos temblaban y apenas podía sostenerme
de pie; tenía un alto porcentaje de mi sangre intoxicada por un buen mezcal
nacional y el otro porcentaje con cafeína al borde de la taquicardia.
Y ahí, de nuevo, sentía en las entrañas. Las
malditas ganas, la potente desesperación y una ansiedad tan amplia como el
desierto del Sahara.
Tenía
bastante cabello, pero no me servía de nada porque ni la molestia de peinarlo
tomé. Mi cara tenía los pómulos hinchados como cada mañana de mi adormilada
vida, y los sacos negros debajo de mis encabronados ojos cada vez eran más
grandes y contrastaban bien con la parte blanca de mi cara. Mi cerebro apenas
despertaba y ya comenzaba a hacer preguntas. ¿Por qué la escuela tiene que
comenzar tan temprano? ¿Por qué necesitaba desayunar para tener energía? ¿Por qué
sentía en las entrañas de nuevo las malditas ganas, la potente desesperación y
una ansiedad tan amplia como el desierto del Sahara?
Eran
cosas que no podía responderme justo en ese momento, o tal vez sí podía, pero
mi cerebro apenas despertaba.
Metí
mis dedos en lo más profundo de mi bolsillo, desenfundé una cajetilla de Marlboro, sentí el fuego en mis cejas y, sin más preámbulos, encendí el primer
cigarrillo.
La
sensación en las entrañas pasó a ser un pequeño orgasmo bastante bien
provocado, la potencia de la desesperación se consumía con las cenizas del tabaco
y en el Sahara calló un diluvio que marcó la historia... Y la sensación había
desaparecido.
Foto: Flickr/ nitrohelix (CC). Tomado en: http://nmnoticias.ca |
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