De mundos y pandillas
Alejandro García
Lo de contar historias resulta ser una de las mejores
convenciones del género y también de las menos estúpidas… pero si os preocupa
la posibilidad de que yo me presente a mí mismo como el pez viejo y sabio que
viene a explicarles lo que es el agua a los peces jóvenes como vosotros, por
favor, que no os preocupe.
Yo no soy el pez viejo y sabio.
David Foster Wallace
[H. Miembros del Presidium:
Jóvenes que hoy culminan sus estudios en la Unidad
Académica de Letras:
Miembros de la generación de la Licenciatura en Letras
2013-2018, turno matutino:
Señoras y señores:
Amigos todos]:
Tal vez esta historia comenzó una mañana en
que antes que leernos la cartilla o jugar al gato y al ratón entramos a un lai sobre unas mujeres enamoradas de un
caballero apuestísimo y sobre sus maridos engañados. A todas amó, a todas
adoró, a todas les dio lo mejor de sí. Pero ante un caballero, hay otro
caballero, de otra manera no hay conflicto. Y las mujeres felices lo quieren
contar, la curiosidad mató al micifuz, y en una conversación diéronse cuenta de
que no eran exclusivas damas de tan altanero héroe. Y entró el rumor, la Mala Lengua
que vino a susurrar a los oídos traicionados lo que allí sucedía. Las mujeres
se contentaron con averiguar si había una entre ellas quien gozara de un mayor
favor. Los caballeros en cambio esperaron el momento de la venganza. Y allí,
cautivo a una sola fidelidad, el objetivo fue más fácil. Atrapado y confeso,
Ignaure, hubo de servir de platillo glorioso para las sus antes adoradas y
adoradoras.
Yo había virado mi
programa, porque durante algún tiempo me escleroticé con “Sir Gawain y el
Caballero Verde”, y me iba bastante bien, pero dióse el caso de que un
zagalillo daba a los que en cuarto semestre tomarían Literatura Medieval
Europea, todo un antecedente de lecturas, guías, comentarios, bibliografía
complementaria y hasta chistes de lo que sucedía en mi clase. Y, obvio, lo
hacía mucho mejor que yo. Así que vi en peligro mi negocio. De modo que tenía
que buscar alternativas y lo encontré en la narración que se repite en la
literatura del corazón devorado. Era mi manera de escapar un poco de los
caballeros rudos y aventureros y entrar por la puerta de prácticas a veces
marcadas por el tabú.
Allí supe, por el brillo
de la mirada y por breves palabras que Abril Geraldín Solís Ríos y Ruth Liliana
Méndez Moreno eran perfeccionistas en sus estudios y, a la vez, estaban
interesadas en los mundos que por allí atravesaban. Con mucho de niñas, esperaban
la médula de la literatura.
A la atracción y
repulsión del texto, hubimos de colegir que nosotros, lectores del siglo XXI,
todavía tenemos una tendencia a poseer al otro por la vía del morder. Piensen
ustedes en esas señoras que tullen la infancia de algunos críos al decirles que
se los van a comer, que están muy sabrosos. Y tenemos el lado del beso y la
mordida, el lado cómplice en que se busca la continuidad frente a lo discontinuo
que nos manda a regurgitar solas. Ezequiel Carlos Campos y Laura Daniela Huerta
Alcántar ya me eran conocidos por su sensibilidad y precoz incursión en los
caminos de la creación y/o la crítica. Era de aprovechar su entusiasmo y su
disquisición para crear una saludable masa crítica. Y así fue.
Un día, las armas entraron
al salón, Andrea Jiménez Montalvo llegó con espadas medievales, nos dio una
muestra de su uso. Sabía de literatura medieval y sabía usar armas. Para mí fue
una sorpresa. Era como si el tiempo hubiera retrocedido. No sé si la
imaginación desbordada de José Antonio Flores Gálvez lo pudo relacionar con su
mundo de lecturas gráficas y de apuros entre la realidad, el sueño y el insomnio.
Desde esa época registré un cierto trabajo en equipo de Anareli Casillas
Rodríguez y Juan Antonio Orozco Hernández, desde experiencias totalmente
diferentes, pero en un proceso de construcción continua, que me alentaba a
seguir más allá de Roldán o Sigfried.
Además de los fierros en
la clase, la presencia de Grendel y, aún más, de la madre de Grendel, nos trajo
a escena la protectora que siempre queremos, la protectora que siempre tenemos,
y de los comentarios sobre la fuerza y la fiereza de la mujer germana cuando le
tocan a sus seres queridos.
El curso de Renacentista
es difícil para mí. Ustedes saben que no soy un gran culto. Sé algunas cosillas
y basta. Nada que les asuste ni me asuste. Así que después de ese parto de los
montes que era el examen de Medieval (oral, se les veía asustados), pasamos al
asunto de las herencias clásicas. Allí debo agradecer el que el ambiente de
trabajo empezara a reforzarse con las visiones de los interesados en las ideas,
de los cimientos de los aparatos críticos.
Allí descubrí a Ana
Silvia Silva Guerrero, siempre atenta y solidaria, con los ojos que van a un
mundo rico en reflexiones, tal vez ella volcando en su viaje diario los ritos
de iniciación o de pasaje; a Carlos Alberto Tagle Hernández, súper exigente
consigo mismo, perfeccionista, pero como la alcachofa, sensible y tierno como
el que más y Jazrael García Rodríguez, siempre cuidadoso de no herir,
preocupado por las partes y por la creencia en que aún hay justicia. Agrego a
Eduardo Troncoso Espitia, quien a pesar de sus borrascas interiores, quién no
las tiene, supo sacar a flote lo mejor de sí. Y se iba haciendo densa la
pandilla, un grupo diferente dentro de ese grupo que entraba a diario desde
2013 a convivir algunas horas durante cinco días de la semana.
Vinieron los tiempos en
que el Renacimiento da paso a soles como William Shakespeare, a quien los
sistemas planetarios le quedan cortos. Y allí recuerdo el crecimiento de Miriam
Bañuelos Espinoza y Selena Sandra Oralia Ramírez Carrillo, a quienes yo veo
como capaces lectoras del genio inglés, donde su corta edad se mide con lo
inmenso de uno de los escritores más complejos de la historia. Y si pueden con
Shakespeare, pueden con cualquiera. O a ese José Alberto Fernández Ruiz, mitad
Hamlet, mitad Otelo, quien a veces desde la puerta de la biblioteca escuchaba a
sus voces interiores y concluía que no era una renuncia, que era una pausa.
De la época Moderna,
regreso de la presencia femenina con todos sus claroscuros, me quedará siempre
la claridad traicionera y el reclamo de avalar las ideas con los hechos de Andrea
Aguilera Ramírez, el estudio de las condiciones que hicieron posible el gran
cambio de paradigma de Ximena Candia Castro y la risueña cuestión de María
Magdalena Carreón Pedroza, quien en una cuantas líneas nos daba santa y seña de
la fortuna de la mujer en la literatura y de su desgracia, algo habrá que
hacer, en el maltrato cotidiano. Y está la sonrisa y la prudencia de Martha
Edith Rocha Orozco, callada, atenta siempre a lo que se trata o al mundo que se
mueve más allá de la pirámide que no es pirámide.
Ya éramos un equipazo, ya
aquello se movía solo, ya mis intervenciones eran leves motivos comunes, porque
ustedes habían crecido, se habían complicado la vida, habían encontrado
senderos que antes ni siquiera sospechaban. Y, creo, mediante la literatura, habían
accedido a mundos que cuestan mucho y de esta manera se puede, en medida
incierta, evitar o de plano atravesar sin daño. Luis Vital Sánchez robusteció
allí el interés por el otro a través
de la lengua y entre esas dos paredes, la lengua materna y el francés, planea.
Ya para el siglo XX casi
todos tenían un mundo de intereses creado o recuperado. Los experimentados
habían puesto a prueba sus autores o los habían visto de otra manera o los
habían cambiado. A este vaivén de especialistas que jugaban a serlo, esa era la
condición, se agregó la sangre de otros grupos, los que venían de otro turno o
de otra ciudad o de restañar heridas, el impacto de la legión extranjera. Llegó
Rubí Kassandra Hernández González, voz poderosa de creación verbal y visual,
después de arreglar algunas contingencias de horario y de disposición; Pablo
Enríquez Gutiérrez irrumpió con su actividad, con su voz clara, dispuesto a tocar
las sendas de partición, altura y la Nada, de Italo Calvino. Claudia Ramírez se
empecinó en conocer los senderos de D.H Lawrence, los más dulces y
escurridizos, aún lo anda buscando, no es fácil. Daniela Yaneth Fernández
Castañeda regresa a culminar un paso pendiente, enriquecida con la pausa. Josafat
Estrada Montoya, perteneciente a una briosa generación, ahora anda buscando al
chivo expiatorio, como aparato crítico, no como modelo de punición, en un tal
Mario Vargas Llosa.
Me quedan tres que me sirven
para salir de alguna manera de este berenjenaloso encuentro entre ustedes y yo.
Cuauhtémoc Flores Ríos, trabajador incansable, mente fina, interesado en el
teatro, a quien a veces la responsabilidad excesiva lo detiene; José Carlos
Herrera Luévano, el que nos cuenta lo que le sucede, la crisis escolar o
creativa por la que está pasando y a quien felizmente le gana la risa, es el
primer paso para salir del embrollo. Su crecimiento ha sido notable. Ángel
Emiliano Soto Gámez, Angelito (¿ya llegó?, ¿ya está aquí?), voz narrativa muy
madura, única, pese a su juventud, entorilado a veces por las tentaciones, bien
del genio, bien del nihilismo.
Todo esto que alguna vez
construimos es capital cultural, es arma para defenderse e instrumento para
avanzar. Hace tiempo que no comentamos obras, que no sabemos de qué lado les
late el corazón al ir al mundo de Boccaccio, de Montaigne, de Flaubert, de
Lowry, la diáspora empezó allá por finales de séptimo semestre. Es muy seguro,
que ahora sean Borges o Cortázar, Sábato o Puig, Donoso o Martín Santos,
Goytisolo o Rulfo, Asturias o Del Paso los que los traigan ensartados del pie
como en aquella célebre gráfica surrealista. Así que las puertas se han abierto
y lo único que les espera es el aire y
el ejercicio de la libertad.
Me encanta verlos en los
programas culturales, la asistencia a talleres, conferencias, lecturas,
presentaciones, obtención de becas, de reconocimientos, publicaciones. Esa
colección de cartas en el suplemento Crítica
es una muestra pequeña de su poder en otros ámbitos. Eso significa que están en
el camino.
A mí no me resta sino
decirles que me siento muy orgulloso de ser padrino de esta heroica generación
2013-2018, turno matutino, avalo en todas sus letras su calidad y su don de
gentes. Lo mejor vendrá para ustedes, ésta es apenas la salida de una formación
y la entrada a otra etapa que ya decidirán. Por lo pronto, gracias y sean
felices, se lo merecen. Salud.
Vector de Kali13 Con derechos |
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