Para ahuyentar a los ladrones de infancias
Alberto Avendaño
De
la construcción del sujeto lírico
Los motivos sensoriales que desencadenan
los recuerdos, según hemos descubierto gracias a Joyce y Proust, son tan
abstractos como figurativos, es decir, no están regidos por una regla general.
Bien puede ser un aroma, una melodía, incluso una línea, lo que sea el parteaguas
para entrar en un laberinto de ecos sonoros, visuales y gustativos. Un cuervo
sobre un cable es un símbolo que puede hacernos retroceder hasta nuestra primera
infancia y escucharlo graznar se vuelve un abismo en donde caen las sensaciones
que a lo largo de nuestra vida han configurado nuestra personalidad.
Según el psicoanálisis
nuestras acciones en la adultez están completamente ligadas a nuestro pasado
infantil; nuestro pasado totémico, que no es más que un conjunto de pilares
semióticos sosteniendo nuestra estabilidad emocional, nuestra personalidad y
las direcciones que tomaremos a futuro. Este pasado totémico es nuestro
software inicial, en donde guardamos temores y sueños, pero, por contradictorio
que parezca, no es nuestro génesis. El génesis es la creación y nadie recuerda
la creación, sabemos de ella a través del mito, del cuento que nos han contado
los que llegaron antes o, incluso, por nuestros progenitores. Podemos crear
recuerdos a partir de conversaciones escuchadas y estar convencidos de que son
reales, de que no son una construcción a partir de la visión de la historia
colectiva. Por esto no nos sorprende que Ezequiel Carlos Campos (Fresnillo,
1994) abra su libro de recortes de recuerdos con este sorprendente poema:
GÉNESIS
Nací un martes
trece,
el día en que la
Torre de Babel
y sus lenguas se
confundieron,
cuando el castigo
recayó en los hombres
por el dedo divino
y las letras
hicieron palabras,
las palabras
nombres,
mi nombre poemas,
los poemas sucesos
inacabados.
Cuando la sangre y
los fluidos me expulsaron
como pez cayendo
en la red
y dije mi primer
fonema.
Así de nuevo
recayó el castigo
sobre el falo
lingüístico
que hace nacer un
martes trece,
día de la
destrucción y la mala suerte.
Ezequiel nos habla del génesis como quien
habla de un recuerdo y es que nuestra mente está construida no sólo de nuestras
vivencias, también de la versión ajena de la historia o de cómo nosotros
creemos que se forjó la historia. Es así cómo el sistema totémico amplía sus
dominios y comenzamos a alabar los símbolos que le dan sentido a nuestro día a
día.
Otra cosa que llamó mi
atención de este génesis es la similitud con el poema clásico de Cesar Vallejo
“Espergesia”. No haré un análisis comparativo, pues lo que me interesa es
obviar cómo nuestras lecturas pasan a ser parte también de la memoria
inconsciente. Es decir, a nuestra cabeza no hay nada que se le escape para
formar un individuo diferente con cada amanecer.
Es de poetas hablar de sí
mismos, de hecho se le llama lirismo. El poeta evoca recuerdos para construirse,
es el escultor y al mismo tiempo la escultura. Sabe qué ocultar y qué
evidenciar y esto le otorga el don del mago o la bruja. Un simple hecho, que
podría ser un recuerdo colectivo por las circunstancias culturales, se
transforma, gracias al hechizo poético en una epifanía para el lector:
ÁLBUM
Aquí estoy yo:
con traje y moño
negro,
sostengo un palo
de escoba
y en mi cara se ve
todo el odio del mundo.
Estoy en posición
de golpear
al Micky Mouse y
dejarlo sin tripas de cartón.
Pareciera que ese
día quebré la piñata en solitario,
no dejaría a nadie
más pegarle,
esta lucha era
suya y mía.
De
las influencias y el estilo
Rastrear las influencias en Ezequiel no
resulta tan difícil en un lector de poesía experimentado, pero es aquí en donde
quiero marcar los dos tipos de influencias para un poeta: las directas y las
indirectas.
Todo lo que leemos y que
logra gustarnos, mover algo en nosotros, tiene, por muy mínimo que sea,
influencia en lo que escribimos. Podemos haber terminado de leer a Conrad y,
aunque no lo percibamos, habrá un cambio en nuestros futuros textos. Por esto
decimos que un escritor o un poeta, más que escribiendo, se forja leyendo.
Como lo menciono en el
apartado anterior es clara la influencia inconsciente de Vallejo en el primer
poema, así como en otros poemas la de Neruda:
DOS ASTROS QUE SE
MIRAN
Toda la noche te
miro,
tus ojos dos
planetas alejados.
Nos miramos, nos
juntamos
y el contacto
eterno es inseparable,
un bigbang amoroso
crea la ilusión
de que nos
queremos,
pero los planetas
se cubren
con una cortina
enorme
y la imantación
del encuentro
fue más falsa que
la habitabilidad del terreno,
porque los astros
se alejan obsesivos,
errantes como
propios vagabundos y se quedan solos,
flotando en busca del choque
verdadero.
Pero ¿cuál es la tradición a la que busca
apegarse Ezequiel Carlos? ¿Cuáles son las influencias directas que busca? Por
supuesto que la tradición es epigramática, de textos cortos y contundentes,
aunque hay una excepción que a mi parecer está más que lograda: “El león”.
Ezequiel busca decirnos todo con lo menos posible, que la imagen se cree a
partir de la ironía y que el lector se vea en un espejo en cada uno de los
poemas que integran El beso aquel de la
memoria (La Nigüa/Taberna Libraria Editores, 2018). Ezequiel Carlos es un
poeta apegado a Lizalde o José Emilio Pacheco, pero también a Javier Acosta o a
la poesía norteamericana del final del siglo XX.
De
la construcción de la memoria
La poesía de Ezequiel Carlos Campos es el
vaso transparente en donde el niño ve su rostro distorsionado al beber. Y este
recuerdo del vaso va creciendo y se le van incorporando razones estéticas para
desembocar en un río que es un libro. La memoria del poeta fresnillense bien
puede ser individual o colectiva, ya que el lector en casi todo momento se
puede sentir en los pellejos del que escribe y a partir de cualquier poema de
este libro iniciar su propia versión de la historia. El lector es el Dios, que
también es el significado absoluto de su propia cosmovisión. La paradoja y el
problema resuelto. El hombre que ahora ve al pasado para contemplarse niño
muerto. Esta colección de poemas no son una oda, son un réquiem a lo que alguna
vez fuimos y ahora es sólo un recuerdo.
Ezequiel Carlos Campos, El beso aquel de la memoria, La Nigüa/Taberna Libraria Editores, México 2018. |
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