La puerta
Andrea N. Trejo
Una regla muy importante siempre fue “ignora la puerta, no dejes entrar a nadie, aunque los conozcas’’. Nunca se nos dio una explicación sobre el porqué de esta norma tan peculiar, pero nadie tenía el valor (o la estupidez) para averiguarlo.
Todos hemos visto la puerta, no es difícil de perder de vista, es grande y está hecha de madera que tiene un color rojo sangre, es bastante imponente y todos tienen demasiado miedo que ni siquiera quieren verla directamente como si del sol de mediodía se tratase. Pero mi amigo, Bruno, no comparte este sentimiento, él no le teme a nada, ni a la puerta que no hay que abrir ni a las voces que emergen del otro lado.
—¿Oíste que la señora Claudia escuchó a su hija Miriam llamándola del otro lado de la puerta? Necesitaron cinco personas para evitar que la abriera —dijo Bruno.
La hija de la señora Claudia había desaparecido hace un mes, nadie supo a dónde fue ni la razón, su madre ha estado inconsolable buscándola día y noche, ahora la escucha por primera vez, después de tanto tiempo, pero es imposible que sea ella, todo el mundo escucha las voces de las personas que más aman y que han perdido detrás de la puerta, es como si pudiera leer tu mente y saber que se requeriría para que la abrieras.
—No lo sabía, pero considerando como extraña a su hija, no me sorprende que la haya escuchado a ella —dije con algo de tristeza.
Miriam no es la primera persona en desaparecer, sólo es la más reciente, pero en cuanto alguien nuevo se pierda a ella la olvidarán y se concentrarán en el nuevo. Es cruel, sí, pero así es como funciona el mundo, es como un niño que obtiene un nuevo juguete y olvida al anterior hasta que otro llega, te acostumbras a lo viejo y te emocionas con lo más reciente.
—Aún no logro entender por qué no se puede abrir, es sólo una puerta que ni siquiera está conectada a una pared, digo, ¿qué es lo peor que podría pasar? —compartió Bruno con una sonrisa. Su sonrisa no era como cualquier otra, puede que fuera común para los demás, pero no para mí. Para mí era lo más importante de mi mundo, de verdad no puedo recordar algún momento en mi vida en el que Bruno no fuera parte de ella y en realidad no quiero acordarme.
—No creo que valga la pena saberlo, aun si lo intentáramos, la gente que esté cerca nos detendría.
—Es cierto, pero, aun así, no creo que suceda nada malo —insistió—, tal vez las personas perdidas sí están del otro lado y no son sólo voces. Tal vez necesitan nuestra ayuda, pero nadie quiere hacer nada por miedo a la puerta, si ninguna persona los ayuda entonces cae en nosotros la responsabilidad de salvarlos —dijo de manera firme—. Ya sé que no te gusta cuando digo cosas así, pero no lo puedo evitar, sólo me frustra que muchos siguen desapareciendo y nadie hace nada —expresó mientras se recostaba en el pasto y cerraba sus ojos.
Yo me quedé sentado, mirándolo, tiene razón que su manera de expresarse no es mi favorita, pero eso es algo que lo vuelve él y, aunque pudiera, no cambiaría ningún aspecto de su persona. Verlo así de calmado me da una paz que no logro describir, en mi vida nunca ha habido alguien como él, ¿será eso lo que lo vuelve tan especial para mí?
—Tal vez sería mejor que nos fuéramos a casa, anochecerá pronto —me dijo levantándose —. ¿Te vas a quedar ahí sentado, Alan, o vas a venir conmigo? —preguntó mientras me ofrecía su mano.
Él se ofreció a acompañarme hasta mi casa y se despidió en cuanto cumplió su tarea, desearía haberle invitado a quedarse, lo veía alejarse desde mi ventana, no era la primera vez que Bruno se iba a su casa solo, pero esta vez se sentía diferente, tal vez era el hecho que las estrellas no brillaban de la misma manera o la sorprendente falta de luz en la calle que nunca había notado hasta hoy, pero algo no cuadraba y no pude identificar lo que era hasta que vi el cartel de “Desaparecido” a la mañana siguiente.
No le presté mucha atención al principio, pero luego noté la foto, ¡era Bruno! No podía ser él, no quería que fuera él, pero no había otra explicación. Él estaba ahí con su cabello rizado y viendo a la cámara mientras sonreía, tenía pintura en su cara… recuerdo el día en que se tomó esa foto. Estábamos trabajando en una maqueta para la escuela y yo no estaba realmente de humor porque había tenido una discusión con mis padres, le había dicho a Bruno sobre esto antes de que nos pusiéramos a trabajar, pero lo que no le dije es que el altercado estaba relacionado a él. A mis papás no les alegraba tanto el hecho de que fuéramos amigos.
Él me preguntó por qué habíamos peleado, pero ¿con qué cara le iba a decir que nos habíamos peleado por él? Así que le dije que no quería hablar de eso ahora, me comprendió, pero aun siendo él, Bruno no quería dejarme sintiéndome mal, así que mientras estábamos pintando, él puso su mano en el plato y con ella me manchó de pintura y luego yo hice lo mismo. Su mamá escuchó la conmoción y las risas que venían del comedor, ni siquiera nos dimos cuenta cuando tomó la foto hasta que nos la enseñó, estábamos hechos un desastre, pero nos veíamos tan felices y ese día pasó de ser malo a ser uno feliz. Eso era algo que adoraba de mi amigo, él tenía ese algo para alegrar a la gente.
Me gustaría poder volver a ese día en este momento, pero no es algo que sea posible, mi mejor amigo está desaparecido y no hay nada que yo pueda hacer para remediarlo, ¿tal vez sí fue a ver qué estaba tras la puerta roja? No, él no haría eso sin siquiera avisarme, pero no pierdo nada en buscarlo allá. Las calles están mucho más solas de lo que suelen estar a esta hora, vamos, Alan, Bruno debe estar bien, seguramente sólo no quiso volver a casa y se quedó en otro lugar.
Trataba de convencerme que me estaba preocupando por nada y que Bruno sólo estaba jugando una broma de la que luego nos reiríamos. Al llegar a la puerta no vi nada fuera de lo normal y me iba ir hasta que oí a alguien llamándome, observé a mis alrededores, pero no había nadie, pensé que estaba alucinando de la preocupación, pero luego lo oí otra vez y esta vez pude distinguir la voz, claramente era Bruno y era evidente que su voz venía del otro lado de la puerta.
Lo podía oír pedirme que abriera la puerta porque se había atascado, pero no me podía dejar influenciar, nos habían advertido que oiríamos voces detrás de la puerta, aún así suena tanto como él, ¿y si sí es él y estoy cometiendo un error al ignorarlo cuando me está pidiendo mi ayuda? No lo podía soportar, me estaba carcomiendo la duda. Bruno se ponía cada vez más desesperado y podía ver cómo se intentaba abrir la puerta, la perilla no dejaba de moverse, pero simplemente no se abría.
Me dolía tener que escucharlo así, nunca lo había oído tan preocupado y alterado. No podía dejarlo ahí, fuera o no fuera él. Me acerqué al picaporte, dudé por un segundo, pero la abrí. Podía ver a Bruno a la distancia, él me decía que cruzara porque necesitaba mi ayuda, yo no quería entrar, pero él ha hecho ya tanto por mí, así que fui enseguida hacia él y no noté cómo la puerta se cerraba lentamente tras de mí.
"Puerta estrecha", Carlos Mérida, 1936, óleo sobre tela, 80 x 62.9 cm. |
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Andrea N. Trejo (Matamoros, Tamaulipas, 2008). Estudiante de Bachillerato. Tercer lugar en el Concurso Estatal de Expresión Literaria “La Juventud y la Mar” 2022. Segundo lugar en el concurso de relato corto “Bestias de papel”. Participó en la antología Ruta de escape vol. 2. Ha publicado en revistas literarias como Mimeógrafo, Sombra del aire y delatripa: narrativa y algo más.
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