La madrugada del domingo

Jesús M. Koyoc Kú

Para R. H.
A un cuadro de Hopper


I

La madrugada del domingo
es el acto de llorar a la memoria
por la fina luz que mece la piel
bajo las sábanas móviles.
La madrugada del domingo
es una lluvia de inocentes
hojas de láminas rojas
pintadas con la acuarela
del sereno matutino.


II

Descuelgo mi cuerpo lentamente de la sonrisa oscura que se bebe las últimas gotas de la noche. Te miro mirarme a través del brumoso cristal de la mañana reflejado en las láminas de tu cabello. Estás de pie, altanera como poste de barbero, anunciando la madrugada que no se cumple.


III

La sed tambaleante de los cuerpos sacude a tientas las sábanas rotas del domingo. Avanza dando tumbos dentro del ombligo ciego del amanecer que reposa suavemente sobre la neblina metálica. Debajo encontrará la cárnica piel que habrá de saciar la sed.


IV

La esférica asfixia de la madrugada del domingo avanza galopante bajo tus ojos de seda, Regina. Manos de luciérnaga alumbran las paredes de arena que se derrumban con el ronco cantar de tus pechos llenos de noviembre. La temprana hora del domingo se deslava con las mareas que bajan de tus piernas estampadas de fragosas nubes.


V

La aurora forma parte de mi entraña. Lo son también las hondas calles del barrio reflejado en el cristal de las ventanas. Las paredes tiñen de rojo el amanecer que se asoma tímido entre los escombros de la última noche: es la madrugada que Regina bebe hasta ahogarse con los suspiros de los cuerpos aún dormidos.


"Madrugada", Beto Machado.



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