Lo múltiple unificado en "La mujer loca"

Jazrael García Rodríguez


La mujer loca, Juan José Millás, Seix Barral,
México, 2015. 
Hace un tiempo, durante un diálogo entre dos o tres escritores transmitido en televisión –no recuerdo el nombre del programa ni el de los autores-, escuché un comentario acerca de la naturaleza de la novela como objeto que evoluciona. La parafrasearé en los siguientes términos: cuando se escribe una gran e imponente novela que renueva el género, esa obra suele contenerlo todo, es decir, es en cierta forma una amalgama experimental de otras formas literarias: no se queda tan sólo en la rigidez de una historia lineal, continua y extensa. Así, por mencionar un claro par de ejemplos conocidos, tenemos al Quijote, que es, por supuesto, una novela, pero también tiene algo de poesía, algo de ensayo, algo de cuento; Rayuela, que es novela, cuento, poesía, filosofía…
   Toda obra literaria pertenece a una tradición, y la tradición no es inamovible. Pero a veces, en los tiempos que corren, puede agobiar al lector la sensación de que todo contenido ha sido ya dicho y manifestado de todas las formas en que vale la pena ser recibido por un lector exigente. Pareciera que los contenidos se repiten y se repiten. Juan José Millás, desdoblamiento del escritor Juan José Millás en La mujer loca, comenta, hacia el final de la novela, con su psicoanalista: “[…] eso es el mundo, un copia y pega permanente. Usted y yo somos el resultado de eso, de un copia y pega […] El mundo se reproduce a sí mismo continuamente por el procedimiento del copia y pega.” A lo que ella responde: “Lo cierto […] es que empezamos siendo seres unicelulares y ya ve usted a dónde hemos llegado a base de copiar y pegar. Quiero decir que en cada copia y pega sucede algo, bien porque el material sufre en el proceso de traslado alguna modificación, bien porque al cambiar de contexto la copia adquiere un significado del que carecía el original”.[1]
   Si hubiera alguna característica que pudiera aplicarse a cada uno de los elementos, cada uno de los temas, cada uno de los contenidos, de las formas, de los géneros que conviven en la novela de Millás, esa característica sería la resignificación. Por el hecho de ser una mezcla de muchas cosas que se codean unas con otras, o mejor dicho, que se entretejen, la novela adquiere una pluralidad de significados manifiestos en lo que parece ser un ejercicio de autoanálisis: constantemente se elaboran reflexiones por parte de los personajes, a través de las cuales la novela habla de sí misma y en muchos aspectos se explica, lo cual no quiere decir una carencia de complejidad o una sencillez para digerir su lectura. Aquí intentamos definir cómo conviven en la novela los distintos géneros y temas, y cómo son renovados por el autor.

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De los veinte apartados que componen La mujer loca los primeros ocho son protagonizados por Julia y los restantes doce por Millás. La historia es sencilla: ella, una joven excéntrica que trabaja en una pescadería, por las noches estudia Lengua (gramática), como un intento de acercarse a Roberto, su jefe, que también es filólogo, aunque no ejerce por el momento; Millás, escritor, novelista de carrera y periodista de oficio, como él mismo se describe, se encuentra, al tiempo en que entra en escena, en un punto de dificultad creativa, habiendo suspendido la escritura de un par de novelas. Los dos se conocen cuando Emérita, la dueña de la casa en donde Julia renta habitación, decide poner fin a su vida, tras años de una larga enfermedad, producida por un accidente sufrido durante una operación, que le impide moverse y le produce terribles sufrimientos. Ella llama a la Asociación DMD para asistirla en su suicidio y ellos contactan a Millás, quien antes ha escrito reportaje acerca de la eutanasia, para que escriba un artículo acerca de la mujer. Pero, a partir del momento de su primera visita, su interés, psicológico y profesional, se debate entre su encargo periodístico relacionado con Emérita y su interés de escribir una novela basada en Julia, en quien identifica de inmediato una presencia que le es familiar. Esta aura que percibe está relacionada con una especie de locura y con la manera en que, por medio de esta condición psicológica, la chica piensa el lenguaje.

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En una primera impresión, puede ser difícil definir el eje central, ¿todo va dirigido prioritariamente a una reflexión sobre la lengua, sobre el poder que el lenguaje ejerce sobre los hombres? ¿O es acaso una novela que trata sobre asuntos externos a la lengua como lo son la vida, la muerte, el crimen, la psicología, la religión, la confesión, el amor, dios, el hombre… siendo el lenguaje y la escritura un modo de enfocarlos, una perspectiva que permite unirlos a todos, por decirlo así? ¿Qué pesa más? No me parece fácil decidir por cuál de las dos posturas hay que inclinarse debido precisamente a que ambas posturas se presentan indisolubles en una especie de simbiosis filosófica: volviendo al habitual problema de la relación entre lenguaje y realidad, las cuestiones literarias y las extraliterarias tienen un mismo peso.
   Previamente a sus estudios Julia no ha pensado el lenguaje y cuando inicia con ellos su noción es ingenua: la de que existe una correspondencia natural entre este y el mundo que designa, “Pero las cosas no son sustantivos, Julia, sustantivos son las palabras con las que nombramos las cosas, si lo piensas bien, no es lo mismo”[2], le tiene que explicar Roberto después de que ella sufre un ataque de ansiedad al sentirse rodeada de sustantivos. Conforme avanza en sus conocimientos se le revela que la lengua es un ente invasor que controla la vida del hombre, por tanto, en una forma de paranoia, ella pugna por librarse del yugo que las palabras imponen; acercándose a la meditación, por ejemplo, busca ese lugar que es la nada, el silencio: “Si logras conquistar el silencio, las palabras dejan de ser tus dueñas”[3], le dice a Millás.
   La locura podría ser vista como una deformación de las cosas. Julia, en su pueril mentalidad, está cercana a esa nada, pero también es especialmente vulnerable al daño que las palabras pueden hacer en el hombre. El hombre común, reflexiona Millás, considera al lenguaje como un instrumento, como algo que le sirve para sus determinados fines y la gente como Julia está peligrosamente cerca del lenguaje, justo en el borde que también está cerca de la nada: “A veces, daba miedo mirarla, el miedo del que se asoma a un pozo, a un agujero negro a cuyos bordes debes sujetarte para que no te trague”.[4] Al borde de ese vacío las cosas parecen deformarse y confundirse.

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Pero es de esta combinación de elementos dispersos que nos interesa hablar. No obstante la reflexión con que iniciamos es evidente que la calidad de la novela de Millás no tiene los alcances necesarios para renovar el género novelístico, cuando menos no en la medida de las novelas antes mencionadas. Sin embargo, puede decirse que lleva a cabo algo similar pero en mucha menor escala, en el sentido de que se trata de una amalgama de distintos tipos de elementos y géneros. Esto se ve más en el contenido que en la forma, pues, a pesar de ser una novela en cierta forma experimental, no  lo es tanto en cuanto a estructura.
   Hay que notar que, en cuanto al asunto de los géneros, no se trata de una combinatoria de los más viejos (novela, cuento, poesía y ensayo) sino de algunas corrientes novelísticas que han florecido en tiempos más recientes. Podemos señalar tres tipos principales de novela que se manifiestan más evidentemente: la filosófica, aquella que pone en duda el mundo del hombre moderno, muy similar a lo que encontramos por ejemplo en Niebla, de Miguel de Unamuno. También está la novela autobiográfica, que además pudiera ser una especie de reportaje combinado con ficción; esto lo sabemos por la incursión de su protagonista, quien se analiza a sí mismo en un aspecto espiritual y laboral. Y finalmente una forma extraña, un poco metafórica, de novela policiaca, en la cual, más que resolver la verdad de un crimen real, el personaje Millás realiza una investigación con el fin de descubrir una verdad filosófica: la verdad sobre las palabras. Las formas de novela tradicionales claramente se han alejado en la escritura de este autor.

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Más allá de los géneros, o bien, fluctuando entre uno y otro, está el ingente conjunto de temas antes aludidos, que recorren un amplio espectro ya recorrido antes por la literatura: la vida, la muerte, el crimen, introspección psicológica, la religión, Dios, el amor, la locura, entre otros, y todos los objetos, colores, olores, animales, nombres, percibidos por los personajes, son receptores de diversos significados. Los entrelazamientos de connotaciones son tantos y tan complejos, que en ocasiones es sumamente difícil diferenciar terrenos.
   Creo que la coherencia, la solidez en la conjunción de tantos temas, se debe precisamente al énfasis en el lenguaje. Con él podemos expresar cualquier cosa, señalar esto o aquello, tratar cualquier asunto, cualquier problema. Y ya que el lenguaje es un reflejo de la totalidad de las cosas del mundo que se pueden conocer y pensar, teniéndolo siempre en la mira se pueden establecer diversas analogías. El significado de las cosas, su extrañamiento sentido por el lector, recae en la iluminación que de ellas se hace por medio de analogías con las palabras. Parece que, al confundir las palabras al borde de ese abismo, Julia, aquel ser que fascina a Millás, confunde también las cosas reales y sus connotaciones.
   La mujer loca es un ejercicio de copia y pega, en el sentido expresado por la psicoanalista de la novela. Millás toma cosas tratadas por otros autores pero todo aquello que es retomado, es resignificado y reinterpretado de acuerdo con el nuevo contexto en que se inscriben. Probablemente no trascienda, pero cumple como propuesta de dar otro paso adelante en la evolución literaria.


Juan José Millás. Tomada de: http://www.jotdown.es/2012/02/juan-jose-millas-el-periodismo-no-es-un-genero-menor-a-la-literatura-en-cada-reportaje-como-en-cada-novela-te-juegas-la-vida/


FUENTE:

MILLÁS, Juan José, La mujer loca, Seix Barral, México, 2015.









[1] Juan José Millás, La mujer loca, Seix Barral, México, 2015, p. 207.
[2] Juan José Millás, op. cit., p. 40.
[3] Ibíd., p. 69.
[4] Ibíd., p. 138.

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